Confucio enunciaba que para gobernar, se debía actuar con justicia, buscando el equilibrio más que subsanar o la generación de contrapesos a los problemas, pero para lograr aquello, debe existir un autocontrol de uno mismo con su ser y con los demás. Esto no quiere decir que debamos conservar la cabeza fría todo el tiempo, pues somos humanos y tenemos nuestros arranques de rabia, sino que debemos aprender a aplicar la mesura, las experiencias y el interés general por sobre nuestras cabezas a la hora de realizar alguna acción.
Dudo que alguna persona que sea líder mundial alguna vez sea digno del cargo que se le ha otorgado. Jamás existirá la persona política perfecta, ni tampoco el sistema perfecto que logre conciliar todos los aspectos sobre los cuales impera de forma armónica, así como jamás va a existir aquella persona que logre tener todo el tiempo presente esas aptitudes personales ideales. Es una realidad que debemos aceptar, pues toda búsqueda colectiva que no asuma esto, resultará en vano o solo alcanzará magnitudes de victorias pírricas. Pero no por ello debemos quedarnos en la mediocridad.La clase política necesitará tomar una decisión importante. O se resignan a cambiar su modelo de gobernanza y salen como cualquier ciudadano tras haber ejercido su servicio público, o se mantienen hasta que inevitablemente los pilares que la sostienen se vuelquen contra ellos y vean un destino peor del que jamás pudiesen haber proyectado.
En Chile hemos vivido tiempos complejos. La caldera que estalló hace ya medio año atrás demostró al mundo que hemos estado viviendo en una era de ineptitud política grave. No solo no hay intentos de acercarse a esos ideales, sino que no hay intenciones siquiera de buscarlos. Nunca he escondido mi completo desdén por el recambio político que se avecina. Y no pasa por un asunto de que no deba ocurrir. El surgimiento de nuevos rostros en la palestra es un movimiento natural, que tarde o temprano debe suceder para continuar con las transformaciones.
El problema que ocurre, sin embargo, con el caso chileno actual, es que no existe ninguna demostración fehaciente de que quieran transformar algo siquiera, sino que nada más existe una búsqueda de escaños.
Cuando uno ve a los movimientos nuevos pasar máquina por debajo de la mesa para lograr que una lista no salga electa en un afán de vendetta política, como si fuera una vieja ala parlamentaria, cuando uno ve que los nuevos movimientos anteponen sus intereses morales antes de los estatales y rechaza proyectos de alto respaldo ciudadano y lógicamente adecuados, cuando uno da vista que las bancadas jóvenes solo se enfocan a dar peleas electorales y no una justa defensa de sus ideales en conformidad con la sociedad, es cuando uno ve que solo existe arrogancia, soberbia, de quienes buscan tener el mandato expreso de su ciudadanía. Son incapaces de obedecer a su pueblo, porque al frente suyo solo hay afanes y búsquedas personales superiores a ello.
Lo peor de todo esto, es que hemos pasado a ser una sociedad que aplaude ciegamente al primero que se alza como una figura que realiza todos los sacrificios por su comunidad. No solo podemos verlo en el caso de alcaldes que tienen un historial cuestionable y para nada favorable, sino también en aquellos grupos que se basan en soberbia, creyendo tener la suficiente formación como para caer en esas trampas, como pasa con los estudiantados -incluyéndome en algunas ocasiones- cuando ven a un liderazgo comprometido con la representación juvenil. No es negativo, sino mediocre el solo hecho de levantar a esta clase de personas. Es una demostración clara de lo dañado que está el pacto social y político bajo el cual transitan gobierno y ciudadanía, pues da cuenta que la gente está tan hastiada de la política arrogante e inepta, que el hacer dicho trabajo de manera normal es chocante para la ciudadanía, y es merecedor de vitoreo, cuando en verdad es lo que deberían hacer día a día.
Ver el sacrificio por la sociedad que se gobierna y representa, como una virtud y no como un aspecto inherente al cargo que se ostenta, es un problema que el establishment político deberá revisar en la década que recién ha comenzado, si no quiere sufrir un estallido general de la sociedad en un futuro cercano, que derive en un caldo de cultivo perfecto para el populismo y el surgimiento de líderes carismáticos que realmente no saben nada o simplemente se basan en una imagen pública. La década pasada fue una década de revoluciones generales en lo global, y no salimos bien parados debido a que fuimos incapaces de aprender de dicho error. Sociedades enteras estaban tan bombardeadas de liderazgos ineficientes, que aceptaron al primer pelagato que se presentó con buenas ideas y lo hicieron líder, resultando en muchos casos en gobiernos mediocres, o que terminaron abusando del poder de peor manera que sus predecesores.
La clase política necesitará tomar una decisión importante. O se resignan a cambiar su modelo de gobernanza y salen como cualquier ciudadano tras haber ejercido su servicio público, o se mantienen hasta que inevitablemente los pilares que la sostienen se vuelquen contra ellos y vean un destino peor del que jamás pudiesen haber proyectado.
Sea como se dé, no esperen nunca más la puerta ancha. Esa puerta ya está clausurada para quienes la buscan.
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