La información de que OAS le habría depositado 100 millones de pesos a la campaña de Michelle Bachelet-entregada por el expresidente de la empresa- se ha tomado los medios de comunicación y servido de material para las columnas de opinión de este fin de semana. Los comentarios en las redes sociales han estado divididos entre quienes creen que lo conocido revela la verdadera “cara de la izquierda”, y los que están seguros de que todo es parte de una estrategia política para manchar el nombre de Bachelet.
Los primeros, como de costumbre, vieron en esta noticia la confirmación de sus deseos más esperados; se sintieron los dueños de la verdad, ya que lo conocido les estaba dando la razón. Estaban viendo concretizadas sus especulaciones y prejuicios, por lo que creían ser portadores de una autoridad moral que, antes de escuchar la información, no tenían.Una vez que Bachelet desaparece como opción presidencial, los principales partidos de lo que alguna vez se llamó la centro izquierda, deberán sentir la urgencia de mirarse, de replantearse y repensarse. O al menos eso se espera.
Los segundos, en cambio, lo sintieron como una ofensa y un insulto hacia la imagen de la expresidenta. Era imposible que ella hubiera descendido de los cielos para hacer tales ordinarieces propias de políticos, porque, según creen, es más que eso.
Y es que pareciera que el fanatismo hacia Bachelet es muchas veces algo así como el apego hacia su imagen, su noble rostro, pero nunca hacia su acción pública. Quien fuera mandataria de Chile, está más bien en una categoría casi sacra, lejana a lo mundano, a lo terrenal, según algunos. Siempre se intenta decir que la engañaron, que ella nunca vio, que nunca pensó y que nunca se imaginó que le pudieran hacer algo. Es como si fuera una inocente mujer, sin carácter ni decisión política, que está por sobre el bien y el mal, sin mancharse con lo contingente.
Imagino lo desamparados que deben sentirse ellos con la noticia de que Bachelet no volverá a postularse a la Presidencia; o tal vez sienten que es la decisión que debió tomar hace mucho, porque no les gusta contradecirla, y porque creen que los políticos, esos hombres malvados y misóginos, la maltrataron demasiado; ya lo dijo ella en una ocasión: había sido objeto de “femicidio político”.
Quién sabe, a lo mejor a esos seguidores incondicionales les importa más el futuro personal de la alta comisionada, que el futuro del sector que ella encabezó.
Debido a la forma en que Bachelet es percibida por quienes la aman y por quienes ven en ella el futuro de un mundo político, es que el hecho de que niegue tajantemente una nueva postulación a La Moneda es una noticia interesante y sumamente positiva para un sector de la política nacional. Y no me refiero a una derecha que puede ver esto como una ventaja- más aún cuando Joaquín Lavín aparece liderando todas las encuestas-, sino para el llamado mundo progresista. Una vez que Bachelet desaparece como opción presidencial, los principales partidos de lo que alguna vez se llamó la centro izquierda, deberán sentir la urgencia de mirarse, de replantearse y repensarse. O al menos eso se espera.
Quizá el Frente Amplio sentirá la necesidad de pensar algo más grande de lo que ha hecho hasta el momento, debido a que Bachelet no estará. Puede ser que este nuevo escenario político lleve a los muchachos -y no tan muchachos- que lo conforman a pensar en una universalidad más grande, a salir de las demandas pequeñas que solo satisfacen a pequeños grupos. Todo esto, obviamente, si es que hay una visión aún latente detrás de los rostros. Pero, sobre todo, si es que el descalabro ideológico del mundo “progre” se pretende solucionar con urgencia.
Comentarios
24 de septiembre
Concuerdo, es un buen asunto, y de paso, al que actualmente nos dirige tampoco, hay que renovar esto.
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