Son tiempos hostiles para la crítica. Los planos se confunden y quien la formula tiene el riesgo de ser tildado de miserable, egoísta, oportunista, descorazonado o mezquino. Cualquier crisis de gobernabilidad o legitimidad por la que pasamos tiene, al menos en parte, origen en una crisis de credibilidad. En eso hay responsabilidad del Gobierno y la crítica ha sido beneficiosa. Si no fuera por el trabajo de Alejandra Matus, Ciper, y muchos otros, primaría aún más la incertidumbre. Cristián Warnken da gracias al ex Ministro Mañalich por haber “sacrificado su vida personal”; Soledad Bacarreza señala en Twitter que el Ministro no tiene baso y que estuvo meses al frente de lo impensado, como digno de admiración.
Las situaciones personales de un Ministro son irrelevantes para la crítica (política) del ejercicio de un cargo público. No se es buen o mal Ministro por tener mejor o peor salud, o mayor o menor edad. Asumir el cargo implica necesariamente un sacrificio personal. Eso no es digno de admiración, es una condición necesaria. Esto no quiere decir que ciertas virtudes pueden favorecer el correcto ejercicio de un cargo, pero esas virtudes no son lo que está al centro del escrutinio. Por lo mismo, las críticas personales (no políticas), que por cierto abundan, nada ayudan en estos momentos y contribuyen a este clima hostil, al igual que las defensas personales. Así, estamos ante un escenario en el que, como nunca, cualquier opinión puede ser tenazmente lapidada. No casualmente es en este contexto, particularmente propicio para desfavorecer cualquier debate, que reaparecen dos de los grandes políticos que tiene la derecha: Allamand y Longueira. Dos de esos que siempre calculan muy bien sus pasos.Debemos recortar gastos y ahorrar, por cierto. Pero no nos quiten el plebiscito. El plebiscito o el ahorro es un falso dilema
Hace unos días el senador y el ex presidente de la UDI volvieron a decir que “el plebiscito de entrada está de más”. Luego de estar de acuerdo en esto, las aguas se separan. Allamand propone que el Congreso electo en 2021 sea el Constituyente; mientras que Longueira postula elegir directamente a los constituyentes, en listas nacionales y no distritales. En plena pandemia, y aquí nada es casual, invocan como justificación el “mejor uso de recursos” y la “necesidad de recursos que tendremos que destinar para enfrentar la cesantía y otros gastos urgentes fruto de la pandemia”. Longueira ya adelantó incluso el juicio moral: gastar en un plebiscito sería una irresponsabilidad.
En resumen: no hay que hacer el plebiscito porque hay que ahorrar. Pero, todos sabemos que tanto Allamand como Longueira son políticos astutos y sagaces, por no emplear la terminología favorecida por Ricardo Escobar, entonces ¿por qué justo ahora aparecen ambos, defensores de la Constitución del 80’ y del Rechazo, queriendo eliminar el plebiscito? ¿En realidad se busca ahorrar? ¿O se aprovecha un clima en el que cualquier oposición a este “ahorro” será tildada de egoísta, miserable y mezquina?
Nadie, supongo, discute la enorme habilidad política de los referidos. Sin perjuicio a ello, y a riesgo de redundar, quisiera recordar dos ejemplos.
El año 2013 Longueira, en una entrevista en la Revista Capital, dijo que los últimos 25 años había sido el período más exitoso de la derecha, que la Concertación es de centroderecha y que serían, entonces 5 gobiernos de derecha exitosos. ¿Por qué 25 años? Pues para separarse de lo malo (la Dictadura) y sumarse a los logros de la Concertación. La rebaja en la pobreza se presenta como un triunfo de la derecha. Que sea “todo lo mismo” es discutible en lo económico, por ejemplo la Derecha se opuso siempre a subir el sueldo mínimo –véase, como muestra de la discusión, Remodelar el Modelo de Gonzalo Martner—, y es reduccionista en lo político (Pinochet como Comandante en Jefe, consensos y “la medida de lo posible”, senadores designados, el miedo y la fragilidad de la democracia, Binominal, autocomplacientes y autoflagelantes, etc.). No obstante, es una simplificación que puede traer y trajo muchos réditos a la derecha. Longueira: astuto y sagaz.
Sobre Allamand, basta mirar unos meses atrás para constatar la originalidad y el oportunismo de sus propuestas. Recordemos la tesis que levantó respecto de los 2/3 y la hoja en blanco. “Si no hay acuerdo, la convención fracasa y rige la Constitución”, dijo. Sin 2/3, entonces, se mantenía la Constitución de Pinochet. Allamand: astuto y sagaz.
Tenemos antecedentes entonces para pensar que hay segundas intenciones. Ahora volvamos a la última de sus propuestas. No es una formulación ingenua que solo busque ahorrar, en algún sentido se pone en jaque a los defensores del Apruebo y a la izquierda. Las posibilidades son (1) rechazar todas las propuestas y hacer el plebiscito de entrada y luego elegir constituyentes, o (2) aceptar alguna de las variables, renunciando al plebiscito y/o a la elección de los constituyentes. El problema no es menor y la decisión es difícil. En tiempos donde es tan fácil llamar al crítico “miserable”, dado el escenario de pandemia y crisis, la primera opción (1) puede ser presentada como descorazonada, al no querer ahorrar en tiempos de necesidad; mientras que la segunda opción (2) implica necesariamente costos.
Creo que nadie está dispuesto a ceder en la elección de constituyentes y pasar a un Congreso Constituyente sin más. Nótese, además, que el ahorro poco tiene que ver con la opción de listas nacionales y no distritales, lo que busca solo ventaja electoral, previendo mejores posibilidad de lograr escaños constituyentes. La opción menos gravosa para el Apruebo, en aras del ahorro, sería ceder el plebiscito. Es una decisión difícil que necesariamente acarrea costos: ser tildado como irresponsables (por algunos) y no ceder con el plebiscito vs tender al “ahorro” y ceder con el plebiscito. Pareciera que ambas alternativas suponen algo que perder. Ahí el mérito de Allamand y Longueira. Se crea un falso dilema. O el plebiscito o el ahorro.
Creo que no debemos ceder con el plebiscito. Es importante y no podemos renunciar a él, fue una conquista de la lucha social y un acuerdo que se debe respetar. De no hacerse se pierden muchas cosas: (1) se desperdicia la oportunidad de generar un espacio de debate y deliberación pública; (2) no tendremos la posibilidad de cuantificar las preferencias; y (3) se favorecerá la legitimidad posterior de ciertas posiciones constituyentes minoritarias.
Por el contrario, la derecha gana mucho. Evita una previsible derrota aplastante y mejora sus posibilidades de disputar ciertos problemas constitucionales. Imaginemos que el Apruebo gana con un 70%. Luego imaginemos que algunos constituyentes quieren reproducir una norma constitucional X de la Constitución del 80’. Supongamos que es una norma relevante y que es parte del problema constitucional. En el debate y deliberación que tengamos se podrá decir que esa norma X es una posición minoritaria, que supone mantener en un sentido importante la Constitución del 80’ y que eso fue rechazado por el 70% de la ciudadanía. Se podría decir con más fuerza que es una posición minoritaria y con menor legitimidad. En cambio, si se elimina el plebiscito y solo se eligen miembros de la Asamblea Constituyente (AC), la dinámica de la elección no permitirá distinguir adecuadamente lo mayoritario. Serán todos candidatos a miembros de la Asamblea (o Convención) por lo que todos estarán necesariamente a favor de debatir cambios constitucionales. Habrá muchos partidos políticos, candidatos independientes, y será difícil distinguir mayorías y preferencias. Además, el plebiscito requiere de un debate y de una campaña política previa. No es lo mismo que Allamand llegue y sea directamente candidato para la AC, a que antes tenga que hacer campaña por el rechazo, argumentando en ese sentido. Sabremos mejor a qué nos enfrentamos y será una elección de constituyentes también más informada. No nos pasarán gato por liebre. Porque, llegado el momento, serán todos reformistas. Finalmente, ¿acaso habría sido trivial que Pinochet se “ahorrará” el plebiscito y no hubiera habido un Sí y un No?
Si Allamand y Longuiera realmente están preocupados por ahorrar, ¡enhorabuena! Discutamos sobre ello en la ley de presupuestos, deliberemos sobre la necesidad de una reforma tributaria o de nuevas políticas económicas y sociales. Todo eso es bienvenido. Adelantemos los 12 años en los que se acabará la Ley Reservada del Cobre y que Codelco dejará de aportar a la Fuerzas Armadas. Veamos opciones. Nos adentramos en una crisis enorme y es necesario enfrentarla de manera seria y responsable. Debemos recortar gastos y ahorrar, por cierto. Pero no nos quiten el plebiscito. El plebiscito o el ahorro es un falso dilema. No seremos ni descorazonados, ni egoístas, ni miserables, ni irresponsables por defenderlo.
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