Durante el año 2012 y bajo la ley 20.568 se promulgó en Chile el sufragio universal; pasando desde un sistema de inscripción optativa y voto obligatorio hacia uno de carácter automático y voluntario. Y como era de esperarse, la abstención fue obscena. En las municipales de ese año, quienes que no votaron alcanzaron el 65%, mientras que para las presidenciales la abstención llegó a un 59% ¿Era esperable? Claro, en aquel entonces ya se advertía sobre las consecuencias de aquella política aplicada en países tan desiguales como Chile, donde por ejemplo los jóvenes entre 18 y 19 años de la comuna de Las Condes votaban 13 veces más que aquellos de La Pintana, lo cual llevaba a enfocar políticas públicas en aquel selecto grupo de votantes en desmedro de los más pobres, reduciendo así el gasto público en más de un 15%.
Ahora bien, ¿Por qué debiésemos votar en las elecciones de este domingo 19 de noviembre? Las razones sobran. El voto se comporta como un elemento ambivalente. Mientras algunos lo perciben como un deber cívico que se ejerce en democracia, también se le considera como un derecho; puesto que este se ha conseguido mediante diversas luchas que han culminado en su conquista.
Para 1833 los conservadores gobernantes imponían el sufragio censitario, es decir, sólo podían votar aquellos ciudadanos con características “especiales”, tales como propiedad y un fastuoso capital. Recién en 1888, esta idiotez sería abolida.
Mientras algunos lo perciben como un deber cívico que se ejerce en democracia, también se le considera como un derecho; puesto que este se ha conseguido mediante diversas luchas que han culminado en su conquista.
Con el primer cuarto del siglo XX transcurrido y tras la fundación del Partido Comunista (1922) y Socialista (1933), la población femenina comenzaba a exigir sus derechos. Elena Caffarena junto a Olga Poblete fundarían el Movimiento Pro-Emanicipación de las Mujeres de Chile (MEMCH), el cual no solo se centraría en reivindicar los derechos políticos femeninos, sino que además aquellos económicos y biológicos. Recién en 1935 las mujeres sufragaron para las elecciones municipales y en 1949 conquistaron el derecho a voto universal.
La población no vidente lo conquistó en 1969, mientras que aquellos analfabetos -que casi alcanzaba el 12% de la población total- lo conseguiría recién en 1972 impulsado por el Presidente Salvador Allende. Evidentemente el electorado aumentó; de un 7,6% en los años 30’ hasta un 36% en 1973.
Pero sin duda alguna, la votación que concitó un mayor número de asistentes fue la del 5 de Octubre de 1988, en la que de un total de 7.453.913 de inscritos, casi un 98% acudió a votar y en donde 55,9% de los electores sufragó para derrocar la dictadura cívico-militar de Pinochet junto a la derecha chilena; exigiendo justicia y reivindicando la lucha de los 2.279 asesinados, 28.000 torturados y más de 1.240 desaparecidos.
Finalmente ante tanta lucha, valentía y convicción ¿Le parece razonable no votar? No seamos ingratos ni soberbios con aquellos que incansablemente persiguieron y conquistaron el legítimo derecho del sufragio; libre y universal. Actualmente tenemos tan pocos espacios para ejercer la democracia, que estas instancias debemos valorarlas. Algunos pretenden normalizar la desconfianza hacia la política o el eslogan “todos roban”, incluso hasta se enfadan y acusan de intervencionismo al Gobierno al promover el voto, adivine quienes son; la misma élite que aplaude y se beneficia de la abstención.
Ahora, si usted a pesar de todo no tiene interés en hacerlo, le recomiendo leer a Brecht y su definición sobre los “analfabetos políticos”. Por otra parte, si su decisión de no votar se centra en descontento con la clase política, le recomiendo votar, por último anule o dibuje un gesto obsceno, pero acuda, involúcrese y participe. Como decía Baudelaire: “Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, intoxíquese; con vino, poesía o virtud, pero intoxíquese”.
Comentarios
17 de noviembre
Te felicito por tu columna, me hace todo el sentido. Un sólo pero, dejemos de utilizar el concepto «clase política», porque ello implica una casta o élite, que atenta en la esencia de la democracia, que es el gobierno del demos: el pueblo. Es innegable que hay varios dirigentes que actúan como élite, pero hay otros que son conscientes de su deber ante sus representados.
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17 de noviembre
Muy muy buena columna, te felicito¡¡ toda la razón…gracias
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