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Piñera y el síndrome de Pato cojo

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La revuelta de 13 diputados de Chile Vamos al aprobar la idea de legislar una reforma constitucional que permita a los afiliados de las AFP el retiro de un 10% de sus ahorros previsionales, actuando expresamente contra las directrices del gobierno, evidencia que éste está cada día más debilitado y quedando solo, abandonado incluso por sectores de su misma coalición como consecuencia de la tacañería de las ayudas del gobierno a los segmentos de la población que sufren los efectos de la pandemia -extrema pobreza, pobreza y sectores medios vulnerables- Situación similar ocurrió con el proyecto de postnatal de emergencia donde parlamentarios oficialistas promocionaron la medida, a contrario sensu del Ejecutivo. Son señales inequívocas de una desafección de la UDI y RN con el gobierno, particularmente con la conducción errática del mismo Piñera y el efecto halo causado por su narcisismo. Además el Presidente persiste en su estilo de liderazgo altamente centralizado, ejercido en solitario y con énfasis más en la comunicación que en una estrategia de resolver la crisis sanitaria, social, económica y política del país.


El problema, dicho en términos económicos, no es de demanda, sino de oferta. La derecha gana porque lo que hay enfrente de ella tiene poca consistencia

Piñera admitió que «la situación de Chile Vamos no da para más», reconociendo la gravedad de la fractura interna en la coalición oficialista, la cual no es circunstancial o transitoria, puesto que puede agravarse aún más teniendo en cuenta las próximas elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales. El ministro Blumel atribuyó el desorden en la coalición a una «crisis de convicciones» de los partidos y dirigentes de ese sector, sin hacer la necesaria autocrítica -negarse transferir dineros directamente en montos suficientes a los sectores más vulnerables afectados por la pandemia- como también a la falta de conducción del Ejecutivo en esta crisis y que ha sido uno de los principales desencadenantes de la ingobernabilidad que se observa en la derecha y en el gobierno, acelerando así los efectos del síndrome del pato cojo antes de lo previsto por carecer Piñera de un proyecto político para salir del trance en que se encuentran.

El ex rugbista Allamand se ha atrevido incluso tacklear al capitán de su propio equipo, Piñera, al declarar que: «un gobierno que no es capaz de enfrentar la impopularidad no tiene destino».

La inestabilidad del gobierno y de Chile Vamos genera un amplio espacio a la oposición para construir una alternativa creíble, transversal y mayoritaria para acceder al gobierno. Sin embargo, la oposición se encuentra incapaz para aprovechar el espacio que deja la debilidad del gobierno. Está fragmentada en numerosos partidos, lo que le resta capacidad de coordinación y entre ellos existen importantes diferencias de estrategia (PC y Frente Amplio versus el PDC por ejemplo). Y sin una articulación para delinear, aplicar y gestionar políticas detrás de un proyecto común. Sin ese corpus de ideas, las oposiciones no tienen posibilidades alguna de incidir sustancialmente en el próximo ciclo político-electoral. Además, carecen, hasta ahora, de liderazgos públicos y sus parlamentarios no pueden ponerse de acuerdo en propuestas para proyectos de ley complejos, y la debilidad organizativa de sus partidos contagia a las bancadas parlamentarias e incentiva conductas individualistas e iniciativas de corto plazo, dificultando la labor primordial de contrarrestar los proyectos de ley más regresivos enviados por el Gobierno al Congreso, a pesar que la oposición tiene mayoría en ambas Cámaras.

Es cierto que en el haber de Piñera se encuentra la oposición que todavía no ha hecho adecuadamente sus deberes. La oposición aún no logra exponerse ante la sociedad como una alternativa sólida y no sale de su ensimismamiento un poco mezquino. Ese embelesamiento le resta prestancia intelectual y técnico para generar una propuesta de futuro que impliquen transformaciones sociales y económicas que conlleven progreso y un desarrollo con una matriz productiva más diversificada, con mayor equidad y sustentable en el país. El problema, dicho en términos económicos, no es de demanda, sino de oferta. La derecha gana porque lo que hay enfrente de ella tiene poca consistencia. Solo en un contexto así, dominado por la falta de una oferta creíble, las advocaciones populistas y demagógicas de la derecha, por hipócritas e increíbles que suenen, se puede comprender que encuentren oídos dispuestos a escucharlas en ciertos sectores medios carenciados.

Ad portas de un nuevo ciclo electoral en el país, persiste la división entre las formaciones políticas de la oposición. En contextos de conflictos o crisis política, suelen buscarse algunos puntos comunes o fácilmente asumibles por las partes, y a partir de ahí se intenta construir un espacio de encuentro y agrandarlo. Pero, las oposiciones nativas, han optado por una postura esquizofrénica (viene derivada de no querer reconocer como cierta la indiscutible realidad), sin ceder un solo centímetro en su agresividad dialéctica contra otros sectores que también se emplazan contra el neoliberalismo, en lugar de exhibir un perfil dialogante y colaborativo entre ellas. En vez del diálogo optan por un litigio de sordos y se normaliza el atajo de actuar en solitario, un patrón tan propio de la cultura individualista que ha permeado a la sociedad.

Los acuerdos no solo son necesarios entre el progresismo para avanzar en cambios sustantivos en la sociedad, sino también para consolidar lo ya obtenido. La alternativa a la colaboración, es condenar a la esterilidad política a ese sector. La multiplicación de partidos en ese arco político-cultural  no permite otra opción que el diálogo y los acuerdos. Con el porcentaje de votos y el número de escaños de cada partido no cabe otra política que el pacto; por tanto, las oposiciones necesitan con urgencia sentarse alrededor de una mesa, hacer un diagnóstico compartido y trazar una estrategia en conjunto de cómo se puede avanzar hacia un objetivo común.

Tanto el Frente Amplio, como la izquierda que se ubica a la izquierda de ese conglomerado y el PDC tienen que entender que les espera alrededor de 2 años por delante en la oposición y que los atajos para evitar el camino de la colaboración en la transversalidad, los aleja de toda viabilidad de llegar al gobierno. La lógica en que cada partido se valga por sí solo y tenga como referencia exclusivamente su interés partidista, destruye toda posibilidad de reformar tanto el Estado como el modelo económico-social y el tipo de desarrollo vigente, con el perjuicio adicional que las oposiciones se encallaran aún más.

Buscar acuerdos restrictivos y no explorar ententes programáticos-electorales de mayor amplitud que integre al conjunto de las fuerzas opositoras, bajo el pretexto que ello significaría perder «toda nuestra capacidad transformadora» (Javiera Toro, presidenta de Comunes) obstaculizan construir lazos políticos de carácter transversal por considerarlos una anatema, escogiendo atrincherarse detrás de sus más devotos seguidores.

Lo inaudito e inaceptable es la presunción de estos grupos que tratan de patrimonializar los cambios, es que no les otorgan a las otras izquierdas la convicción transformadora que se dispensan a sí mismos. Es una izquierda infantilizada que considera como adversario político a todos quienes no compartan 100% sus planteamientos, caricaturizando a quien piense levemente diferente. Por tanto, se recluyen en un santuario de autocomplacencia, donde se comunican solo con sus más afines, reafirmando posiciones. Ello anula toda articulación política-estratégica fluida que propenda a la unidad entre las oposiciones.

La actitud de silenciar o apartar otras voces de izquierda, que se vincula más al macartismo emparentado con la derecha política, de algún modo está contagiando también la cultura de esa izquierda que opta por los dogmas de fe irrebatibles y que se encumbran como exégetas de los preceptos y de ejemplaridad de la transformación social -lo opuesto a convencer argumentando- debilitando, de paso, el debate abierto y la tolerancia de las diferencias en favor de una uniformidad ideológica, sin lugar para los matices y de rechazo a la diversidad consustancial al pluralismo que consiste en agregar valor a esa diversidad.

El plebiscito marcará la real incidencia de la oposición en los subsiguientes procesos políticos-electorales. En esos eventos no tiene sentido llegar con posturas divididas, lo que exige centrarse en tender puentes entre todas las fuerzas progresistas -y otras muchas voces- para buscar la plasmación de un proyecto alternativo al de Chile Vamos, aprendiendo a gestionar las contradicciones que se presentan en todo proyecto de cambio, siempre teniendo presente que las tensiones entre fuerzas afines solo desestructuran a las fuerzas sociales y políticas que anhelan cambiar el statu quo.

Ahora lo importante es no perder el «oremus» y no poner en riesgo la construcción de esa alternativa. Ese es el mayor desafío que enfrentan las oposiciones en Chile.

TAGS: #SebastiánPiñera Acuerdos Políticos Oposición

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