Desde hace algunas semanas, a quienes participamos en el movimiento socioambiental regional y nacional se nos viene consultando -e interpelando- sobre ciertas declaraciones a favor del Rechazo constitucional que han explicitado profesionales ligados al movimiento contra HidroAysén. Amigos y amigas que fueron parte del proceso, han dado sus argumentos para mostrarse críticos de la propuesta de nueva Carta Fundamental.
Están quienes cuestionan la forma en que se movilizó el país durante el estallido de octubre de 2019. La toma de calles, violencia e incertidumbre de esos días descolocó a personas que se sintieron parte de Patagonia sin Represas. Una sensación un poco contradictoria, considerando que desde el 9 de mayo de 2011, cuando se aprobó HidroAysén en Coyhaique, fue precisamente la movilización el puntapié inicial del declive del proyecto impulsado por Endesa y Colbún.
Más aún, la participación de los grupos organizados en el Movimiento Social “Aysén, tu problema es mi problema” del año siguiente, fue consecuencia de lo mismo. Entender que no sólo la política, la técnica, el dinero o las comunicaciones aportan a la transformación social es parte del aprendizaje de estos años. La calle igualmente lo es.
También están quienes critican la calidad técnico jurídica del texto. Discusión extraña, ya que de todas las formas se ha aclarado que una Constitución no es precisamente un documento académico sino político, que abarque los acuerdos que adopta una comunidad sobre su presente y futuro. Claramente debe evitar supuestas colisiones de principios, aunque ni siquiera tan así. Estos textos muchas veces cuentan con aspectos que separados son anhelables, pero que enfrentados en la realidad son difícilmente concordables. Ahí está la libertad de expresión vs. el derecho a la honra y la vida privada; ahí está la igualdad ante la ley vs. el reconocer las diferencias basales para el ejercicio de ciertos derechos; ahí está la libertad individual vs. la vulneración de los derechos de los demás. Creer que una Constitución, vista aisladamente, no puede contener contradicciones es, desde quien no ha participado de la reflexión política, una ingenuidad; de quien sí está formado en ella, simple mala leche y oportunismo. Porque por lo demás, no se ha escuchado a quienes a esto aluden criticar la Constitución vigente que permitió la aprobación y aplicación de la corrupta Ley de Pesca.
Y, por último, están quienes aprovechando haber participado en el movimiento contra HidroAysén, usan este historial para abrir espacio para pensar que la lucha contra las represas en la Patagonia es coherente con rechazar la propuesta de nueva Constitución. O, mejor dicho, de mantener la actual.
Como una parte de quienes han dicho aquello han apelado más al sentimiento que a la razón, personalmente recurriré a la historia. Mal que mal, pasar de oponerse a la imposición de proyectos de alto impacto local y regional, y por qué no decir nacional y global, a entender que la tarea de fondo era, en realidad, impulsar el cambio constitucional fue una secuencia lógica.
HidroAysén, y Energía Austral con río Cuervo, Blanco y Cóndor, sólo eran posibles en una institucionalidad poco democrática, donde las comunidades sólo son receptoras de decisiones tomadas en otros momentos y latitudes. Una donde los plebiscitos, la democracia directa, no son parte de su impronta, menos aún una descentralización que permita a los territorios decidir sobre su destino. Algo que cambia completamente con la nueva Constitución.
HidroAysén, y Energía Austral con río Cuervo, Blanco y Cóndor, sólo eran posibles en una institucionalidad poco democrática, donde las comunidades sólo son receptoras de decisiones tomadas en otros momentos y latitudes
También tales proyectos eran posibles en un sistema que ve la naturaleza principalmente en su función material y productiva. Nada sobre sus aportes que trascienden lo económico (sicológico, espiritual, cultural) y qué decir de sus valores inherentes, más allá de lo que como seres humanos nos beneficie. He ahí la importancia de los derechos de la naturaleza, de la vida, cuya contrapartida es una visión antropocéntrica de la realidad. Y no es que podamos abstraernos de nuestra humana condición, pero sí debemos hacer el esfuerzo de entender que no somos lo único importante.
¿Acaso a un perro no le duele al inflingirle daño? ¿Acaso una especie no se autocuida por supervivencia, lo cual nos da luces sobre el imperativo moral en nuestra relación con los otros seres vivos, y los elementos que a ellos los sustentan y que están allá afuera?
Porque ésa fue parte de la discusión ética que en los diálogos, conversatorios y asambleas permeó también la discusión en Patagonia sin Represas y de tantos movimientos que en cada comunidad se alzan contra la forma en que se ha ido conformando el país. Ante algunos argumentos dados, está claro que no todos participamos de la misma forma en el proceso.
Recuperar el conocimiento sobre la importancia de los ciclos naturales, comprender que la desigualdad e inequidad atenta contra la vida y que la técnica, incluso la jurídica, debe ponerse a disposición del camino que quiere recorrer una sociedad, es parte del cambio que es preciso asimilar. Uno donde la naturaleza no es sólo un artefacto, es parte de lo que nos hace trascender como humanidad.
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