El sentido de lo que entre nosotros conocemos como la idea del “desarrollo”, de la necesidad del desarrollo, del desarrollo económico como meta necesaria de las naciones, ha sido una categoría social dominante al punto de naturalizarse en nuestra concepción de sociedad, de la historia de nuestras sociedades. Las naciones latinoamericanas se han ordenado y siguen haciéndolo en función de un proceso que se dice para “alcanzar el desarrollo”. Sea que se hable de “subdesarrollo” o de “en vías de desarrollo”, pareciera que entendemos muchas de nuestras instituciones en la lógica de un proceso tan necesario como deseable.
La categoría de “desarrollo” se hace tan común que la encontramos por todos lados. Se habla de desarrollo social, local, global; de desarrollo sostenible, rural, desarrollo a escala humana, desarrollo con equidad de género. El destino político deseable para nuestras sociedades de una u otra forma recibe el nombre de “desarrollo”.El conflicto entre políticas de desarrollo basadas en actividades económicas extractivistas y el cuidado y conservación de los ecosistemas se hace evidente en muchas áreas
El conflicto entre políticas de desarrollo basadas en actividades económicas extractivistas y el cuidado y conservación de los ecosistemas se hace evidente en muchas áreas. En este panorama, ¿cómo podría darse una experiencia social, una organización de la vida, alternativa a la hegemonía del desarrollo?
Esta verdadera concepción de mundo del desarrollo se encuentra en una trayectoria de colisión con las capacidades de resiliencia de un planeta sobreexplotado y degradado en sus condiciones ecosistémicas. Su categoría de depósito de “recursos naturales”, de objeto de las finalidades humanas, debería buscar otras categorías de relación.
En este sentido puede comprenderse la innovación que la asamblea constituyente de Ecuador de 2007-8 intenta, al comenzar un proceso que se ha llamado de “otorgarle derechos a la Naturaleza”. Esta concepción pretende dar un paso que encamine hacia una alternativa de habitación humana del planeta.
En una dirección semejante puede estar la incorporación allí de la palabra indígena Pachamama para nombrar la Tierra. No se trataría solamente de un reconocimiento de la plurinacionalidad e interculturalidad presente en un Estado moderno latinoamericano, sino lo que esto implica como consideración de otro paradigma para la posición de los humanos en la Naturaleza.
Esta nueva consideración de la Naturaleza respecto de la sociedad humana despierta resistencias teóricas y jurídicas. Efectivamente esta ampliación de los derechos a la Naturaleza va más allá (o está más acá) de la incorporación como sujetos de derecho de categorías de seres humanos que anteriormente no lo han sido -la historia occidental muestra una ampliación de los derechos a las mujeres, los afrodescendientes, los niños-. También supera el reconocimiento de las “personas jurídicas” (instituciones, empresas) como sujetos de derechos, en la medida en que éstas refieren, en último caso, siempre de seres humanos. Se puede aquí argumentar que todo lo que existe tiene “derecho a ser”, o que, en el fondo, se trata de operar una transformación de un “antropocentrismo” -donde todo lo que existe se evalúa respecto de su consideración y “utilidad” humana-. La Naturaleza aparece, entonces, como un “valor en sí mismo”, cuestión que aún debe reflexionarse en cuanto al pensamiento del valor que aquí se trate. Se trata de una revisión de toda una concepción del ser humano como sujeto, como consciencia.
La categoría del “desarrollo” forma parte de una cosmovisión acontecida como modernidad occidental, la que abarca una concepción del derecho y la ley. Habría que descubrir cómo es que la vida humana es “parte” de la biósfera y que ello supone un “respeto”, no solamente al modo de un mandato ético sino más profundamente como un “modo de habitar” el mundo. Tal vez necesitamos otra manera de relacionarnos con la “vida”. Al parecer, lo que surge ante nosotros es una concepción de lo “otro”, donde los humanos descentremos nuestra capacidad al parecer única y excelente de pensamiento y libertad.
En la medida en que nuestro modo de habitación del planeta nos está conduciendo a una catástrofe donde peligra nuestra supervivencia, este pensamiento de lo “otro”, de una alternativa “civilizatoria”, se aparece con urgencia. No habitamos un tiempo de exaltación de lo humano, de optimismo respecto de nuestra propia naturaleza -salvo como optimismo tecnológico-. El “desarrollo” como crecimiento puede ya no hablar precisamente de eso, de un “crecimiento de lo humano”.
Muchos somos los que estamos experimentando esa urgencia de “otro mundo”. Difícil es lo que avanzamos en su comprensión. Hoy es más sencillo continuar con la crítica de lo existente. En todo caso, son hartos los caminos empeñosos y vacilantes que algunos están siguiendo. A nivel de un Estado, la nueva Constitución ecuatoriana puede resultar una señal que atender, pasando de la continua demanda de “otra política”, de “otra economía”, a la presentación del inicio posible de una alternativa.
Comentarios
26 de junio
Buenisimo articulo, lo comparto, gracias Fernando
+1
29 de junio
Gracias M Elena