¿Orden y patria?

Una de las más brutales frases de los últimos tiempos es «cagamos, papá», espetada por uno de los criminales que asesinaron a Camilo Catrillanca. Pero hay otra, posiblemente ya olvidada, dicha hace una década o más por el entonces panelista Alejandro Guillier: «carabineros es el lumpem uniformado». Ardió Troya en su tiempo, ¿Ardería hoy? Pienso que no.

El problema de Carabineros es un problema de formación moral e intelectual. Una de las mas sentidas aspiraciones del bajo pueblo (sin eufemismos) es ver a un hijo vestido de verde. Al entendimiento familiar, esto significará un salto social, una movilidad social sin precedentes y los revestirá de una categoría que jamás han tenido por generaciones.

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El carabinero de hoy es un tipo tosco, sin los mínimos modales e ignorante… y parece que se ufanaran de ello.

Sin embargo, por bien intencionados que sean sus deseos su vástago viene, lo quieran o no, contaminado de población. En efecto, el muchacho ha visto que su padre se quiebra el lomo para seguir marcando el paso donde mismo sin poseer más que lo básico. Sin embargo, el vecino microtraficante, tiene autos, TV Led, estruendosos equipos de música y vacaciones en la playa.

Algún día, ya de verde, una disyuntiva se presentará en su vida: ¿acepto la jugosa suma que me ofrece el narco para mirar a un lado o con mi sueldo sigo las huellas de mi padre? Eso por una parte.

A este muchacho que entra a la academia de la tropa, seguramente lo forma un viejo carabinero de la era de la dictadura, uno que abusó cuanto quiso de su «poder» seguro de que sus espaldas eran cubiertas por la impunidad. ¿Recuerdan aquel desalmado que en dictadura disparó a la cabeza de una pianista por hacer un grafiti en las puertas del Teatro Municipal de Santiago? A esa clase de tipo me refiero. ¿Qué puede resultar de esta formación torcida?: solo un funcionario torcido.

También existe la carencia absoluta de cultura en la formación de un funcionario, como si esta fuera un estorbo en un futuro mundo plagado de maldad y delincuencia al que deberá enfrentar el muchacho. ¿Cuánto dura la formación de un carabinero de tropa? No lo sé; supongamos que 14 meses. ¿Por qué en esos 14 meses no hacerlo leer 14 libros? Y no me refiero a Kant, Nietzsche, Voltaire o Spinoza, si no a escritores que hinchan el alma de un joven y lo proveen de valores para el resto de su vida.

Se me ocurre:

– Lobo de Mar de Jack London, donde veremos la transformación de un joven rico y ocioso en un hombre maduro navegando por el Pacífico el s.XlX en un barco lobero con la peor tripulación que se pueda imaginar.

– El Reino de este Mundo de Carpentier, donde podrá entender el proceso independentista de Haití, y en un país como el nuestro donde existe una colonia numerosa, sin duda le resultará positivo.

– Frontera de Luis Durand: la Araucanía en los años posteriores a la «pacificación»… ¡Por Dios que atingente y que bien les haría!

Lectura fácil… pero fecunda.

Antes de entrar en exámenes mas profundos, estos postulantes deberían responder a un ejercicio de cuando éramos niños en Segunda Preparatoria, frente a la profesora, sin lápiz ni papel: ¿Cuánto es 6 x 8 – 10 + 2?, ¿No sabe la respuesta? Lo sentimos: en un cuerpo armado no nos sirve un hombre de 20 años sin capacidad de abstracción.

No estoy sugiriendo una formación policial como en Inglaterra donde es muy probable que en la guardia de la estación policial sea atendido por un muchacho egresado de Oxford, pero, ¿Por qué no llevarlos a un ciclo de Fellini, un seminario de Leonardo Da Vinci, presentarles una reseña de la Primera Guerra Mundial o de Los Impresionistas? ¿Acaso les haría daño?

¡ABRIRLES SUS MENTES A UN MUNDO QUE NI SOSPECHAN QUE EXISTE!

El carabinero de hoy es un tipo tosco, sin los mínimos modales e ignorante… y parece que se ufanaran de ello.

Tema aparte es el sentido de la «lealtad», ¿Lealtad para qué? Lealtad mal entendida y profusamente extendida en las instituciones armadas que significa «si tu me ves haciendo algo turbio o delinquiendo, se leal: calla».

Pero la mala formación, la carencia en las entrega de valores fundamentales no es solo prerrogativa de la tropa, si no también de quien la comanda: los oficiales. ¿Cómo es posible que oficiales jubilados con 1.5 o 1.8 millones tuvieran caballos fina sangre en sus parcelas (¡y tuvieran parcela!), cinco o seis autos de alta gama, viajaran al Caribe y se desplazaran en helicópteros sin que a NADIE le llamara la atención? Responderán: casos aislados ¡Con mayor razón sería fácil detectarlos! Pues si la norma fuera ese nivel de vida al retirarse a nadie le llamaría la atención.

La mentira, el fraude, el engaño y la violencia están enquistada en la institución, y recién el país despierta del infantil sueño de «la bandera mas linda», de «los soldados mas valientes», de «la policía menos corrupta».

Cada día se dan casos de tráfico de droga, abuso sexual, desapariciones forzadas, asesinatos, violencia intrafamiliar, receptación, soborno, robo, extorsión, chantaje, etc. A los que los oficiales superiores, sus jefes, responderán con el clásico «son casos aislados».

La institución reconoce que el año pasado dio de baja a 1.900 funcionarios de una planta de 60.000. Hasta donde se, se trata de un 3,1% nada despreciable. Ese guarismo sería menor si hubiese un buen colador a la entrada como ya lo he mencionado.

Es increíble, pero ya frisando el surrealismo, existe en Estación Central una «comisaría de castigo» donde van a parar los peores elementos, ¿Qué hizo esa comuna para que su seguridad sea velada y protegida por lo que botó la ola? ¿No sería mejor dejar a ese funcionario en una unidad de destacados para que aprenda a comportarse?

Finalizando con la frase que inicia estas lineas diré que, sin quererlo, el funcionario que dijo «cagamos. papá» no solo se refería a su situación personal y a la de sus compinches, si no que perfectamente es extensible a la sociedad chilena en su conjunto; «cagamos, papá» es «cagamos chilenos: no tenemos quien nos proteja».