Hace ya varios días corre una carta por las redes sociales pidiendo una nueva Constitución para Chile que lleve la firma de todas y todos.
La idea no es nueva, no es mía, no es de nadie, es una apuesta, una provocación, un pie forzado para comenzar a conversar sobre la posibilidad de construir el marco institucional que rija los destinos de las próximas generaciones.
Me hago cargo de su redacción sí, pero esta es una responsabilidad colectiva, una tarea común que nos invita a imaginar el país en el que quisiéramos vivir. Es una oportunidad única como nunca hemos tenido en doscientos años de historia republicana, en la que las tres principales constituciones que hemos tenidos (las de 1833, 1925 y 1980) han surgido de conflictos, con bandos vencedores, pero también bandos derrotados. Hoy tenemos la oportunidad de crear en democracia una nueva Constitución, una en la que participemos todos, una posibilidad que nos permite apuntar al corazón de la inequidad, de la falta de participación, de la injusticia y la discriminación.
La carta no es más que un vehículo, el camino apenas está trazado, sus constructores somos nosotros y la meta es clara: un país que asegure derechos universales, libertades públicas, justicia social y sobre todo la felicidad de sus habitantes.
No es mucho más que eso, pero nada menos tampoco.
La pregunta es por dónde empezamos y la respuesta puede ser esta Carta que ya ha conseguido cerca de 1.500 firmas en pocos días.
Queremos una nueva Constitución para Chile y para eso hay que sentarse a conversar, debatir e imaginar cómo la vamos construir. Los juristas apelan a resquicios legales; los legisladores no saben bien cómo; y nosotros los ciudadanos y ciudadanas decimos que lo hay que hacer es generar hechos políticos, movimiento social, organización efectiva.
Invito a las organizaciones de la sociedad civil, a los colectivos ciudadanos, a los movimientos sociales, a los sindicatos, a los centros de alumnos, a las ONG, a las juntas de vecinos y a los partidos políticos a pensar y soñar la Constitución que nos queremos dar. Sumemos fuerzas, aunemos voluntades, demostremos que en Chile la Constitución es un tema que importa a muchos, a miles, a millones. La carta es para eso y por ello no propone un modelo de Constitución ni pretende responder las grandes preguntas de las que el texto deberá hacerse cargo. Eso lo construiremos colectivamente. Aquellas organizaciones que deseen sumarse y aparecer en la carta como patrocinadoras, solo deben enviar un correo [email protected] indicando su interés.
Esta carta es sólo una excusa, pero puede ser un puntal de partida, un lugar en el que nos encontremos todos y todas, y que nos sirva para comenzar a construir colectivamente ese país que soñamos desde hace tanto, ese lugar que se construye a partir de los afectos, del respeto, de las libertades públicas, de la transparencia y la participación.
Queremos un país en el que sus instituciones trabajen todos los días para asegurar que nadie será excluido del derecho a la felicidad y es probable que una nueva Constitución que lleve la firma de 17 millones de ciudadanos y ciudadanas que represente los anhelos, los sueños y las esperanzas de todos y cada uno de los hombres y mujeres de Chile sea una buena manera de comenzar.
Si estás de acuerdo y aceptas la invitación, adhiere a la carta firmándola aquí y difúndela entre tus redes, y súmate a la conversación en Twitter usando el hashtag #NuevaConstitucion. De nosotros depende empujar el carro de la historia y justamente ahora es cuando.
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Comentarios
29 de junio
Estimado Ignacio, tal como dije en tu otro escrito, me parece necesario el debate y promover una nueva constitucionalidad, pero tengo una salvedad en cuanto a la idea de que la carta “rija los destinos de las futuras generaciones” y en cuanto a que es un vehículo cuya meta es “la felicidad de sus habitantes”.
Me parece que se estira demasiado el elástico, es decir, se crean falsas e incluso distorsionadas expectativas.
Tal como dije, las institucionalidades no pueden ser estáticas y rígidas en todo sentido, de lo contrario serían una especie de contrato de esclavitud. Deben irse adaptando, por tanto, no necesariamente deben regir el destino de las futuras generaciones y darles la suficiente libertad como para cambiarlas. Cuestión que claramente no es el caso nuestro. No obstante, tampoco hay que caer en el círculo vicioso de pasarse la vida derribando y haciendo nuevas constituciones, como ocurre en otros países, donde finalmente, la incertidumbre generada se vuelve parte del sistema, y termina por empeorar las cosas.
Por otro lado, ligar la constitucionalidad con la obtención de la felicidad es arriesgado puesto que la felicidad es un concepto más bien personal que determina cada individuo a lo largo de su vida, en distintos momentos. Ergo, la felicidad no puede ser “pauteada” por una Constitución. Sí se acepta tal idea, existe el riesgo que quienes impongan su criterio en la nueva carta, impongan también su criterio de felicidad a quienes tienen otro concepto.
En ese sentido, la Constitución debe ser un marco legal, que permita la mayor libertad para que las personas, busquen y determinen qué los hace felices sin ser violentados y a la vez, sin violentar a otros.
Saludos
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29 de junio
Jorge Andrés, gracias por tus palabras y por darte el tiempo de comentar y sugerir. Es cierto la constituciones no son la panacea, ni son estáticas, pero como tu bien dices deben proyectarse en el tiempo para evitar incertidumbres. Por ello es que esta es una apuesta para las proximas generaciones. Sin duda que lo que se pretende construir no debiera ser una estructura petrea, ni rígida y que debiera ser flexible a las necesidades que surjan en el tiempo, ahí estoy de acuerdo contigo y esa es una batalla que hay que dar cuando se empiece a configurar una Nueva Constitución. Ahora la apuesta es poner el tema arriba de la mesa tal como planteo en el texto y digo que ese trabajo debe ser hecho entre todos quienes creemos que la actual Constitución no recoge las necesidades de un país que ha cambiado mucho desde que se sancionó la actual carta fundamental.
En cuanto al tema de la felicidad, si es un concepto amplio, subjetivo e incluso ambiguo, pero la idea de tener una carta que propenda hacia esta idea, que sostenga más allá de su articulado regulatorio que es deber del estado tender a la felicidad de sus habitantes es una manera tal vez poética y retórica de darle valor a la felicidad en su sentido más amplio e inclusivo.
saludos,
29 de junio
Donde está el límite entre libertad y libertinaje? esta pregunta me nace al leer todo el tiempo solo las exigencias de nuestros derechos universales, libertades sociales, igualdad, justicia social etc….
Pero nunca se plantea cuales son nuestros deberes para que existan nuestros derechos, que estoy dispuesto a dar para recibir a cambio lo que quiero o necesito.
Así es como se crean falsas expectativas en nuestra sociedad imperfecta.
Un ejemplo
El estado francés financia el 84,5% de su educación superior, y toda la educación representa el 10,7% del presupuesto del país y su carga de impuestos es de un 40,5%; en Chile en cambio tenemos una carga impositiva de un 20,1% la mitad, la educación es el 18,2% del presupuesto de la nación casi el doble y eso nos alcanza para financiar el 14,4 % de la educación superior………… upsssss
estoy dispuesto a pagar más impuestos??????
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29 de junio
Derechos y deberes, derechos y deberes, de eso no hay duda. Es responsabilidad de todos poner de nuestra parte para que la comunidad funcione en armonía y equilibrio. Para ello debemos pagar nuestros impuestos, respetar las normas de convivencia que nos hemos dado, Las sociedades perfectas no existen, pero existen los individuos responsables y las instituciones democráticas y representativas que como bien dices definen derechos y también exigen responsabilidades. Una nueva Constitución debiera buscar un adecuado equilibrio entre ambas.
11 de julio
Desde 1989-90 he sido partidario de una nueva Constitución y he reclamado para su debate y redacción una Asamblea Nacional Constituyente y para su aprobación un Plebiscito, como únicas formas de sentar las bases de una institucionalidad realmente participativa y por ello esencialmente democrática. He firmado la carta, pero no creo que este gobierno tenga el ancho, el largo y mucho menos el alto, para hacerlo, y creo que podría ser, en cambio, la matriz programática para el 2014. El problema consiste entonces en transformar el actual movimiento social en un movimiento político capaz de llegar al poder y realizar los cambios que desean todos los chilenos.
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