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No somos corruptos, somos un fundo

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La idea es la siguiente: somos un país corrupto. Eso es por lo menos lo que se ha instalado en la conciencia colectiva debido a los casos de Caval, Penta y ahora Soquimich. Junto con eso, claro está, también ha reinado el relato de que toda nuestra política es la peor bazofia del planeta y nosotros-los indignados y gritones ciudadanos- unos pobres hombres explotados por esta cosa llamada democracia.


Para solucionar esto, hay muchas opciones civilizadas y la más convincente parece ser una Asamblea Constituyente. Ya que parece la única manera de garantizar un contexto en donde las instituciones pertenezcan realmente a todos, y no solamente a quienes las compran como si fuera un bien de mercado más.

El problema de esta idea es el siguiente: no vemos cómo está construido nuestro país y de qué manera está estratificado. Si es que nos detenemos un poco a pensar y a ver lo que sucede, tal vez nos podríamos encontrar con un escenario algo más complejo del que nos queremos convencer. Por lo tanto-y si es que no queremos remitirnos a toda nuestra historia, y sólo a los últimos 25 años- es importante mirar nuestra peculiar transición a la democracia. Ya que luego de una gran dictadura en donde lo que quedaba de nuestras instituciones fue arrancado de raíz, lo que se construyó fue-finalmente- el país en donde el deseo de algunos se manifestaba por sobre las esperanzas de otros.

Recordemos que el golpe del 73 no fue una gesta heroica como la catalogan los que aún, y cada vez más soterradamente, lo defienden. Fue solamente  la imposición de las armas por el amor al dinero y el estatus-principalmente, el estatus- y a una cierta idea de país que se estaba desmoronando frente a los ojos de una oligarquía de la mano de Salvador Allende. ¿La mejor manera de destruir esta peculiar revolución que no traía armas, pero sí bastante vino tinto? Simple: usar al poder militar, para luego, con los años, imponer el poder económico.

Porque la dictadura no sólo fue el gran festín que se dio un militar sin muchas luces que por primera vez tenía el poder en sus manos, sino que también fue la gran instancia para que una derecha económica se sirviera de nuevas ideas como el neoliberalismo, para seguir ratificando la estructura de clase en la que vivimos.

Una vez llegada la democracia, lo cierto es que esto no se podía acabar. El viejo dictador ya no lucía muy bien para los gringos con los que querían negociar muchos de los “Chicago Boys”, por lo que lo que había que hacer era llegar a un régimen de partidos en donde no hubiera el desmadre que ellos creyeron vivir con la Unidad Popular, y así controlar lo que se hace o no se hace por medio de la Constitución del 80. Ya que, claramente, los noventa fueron la manera en que este librito se hizo más eficaz, porque comenzó a infiltrarse en nuestras cabezas casi como si fuera parte de nuestra cultura. Todo lo que establecía este libro era lo que estaba bien visto, total ya terminado el autoritarismo no nos preguntamos nada y nos dedicamos solamente a comprar.

El viejo Pinochet ya se iba a sus cuarteles de invierno sin ser juzgado, pero los que lo apoyaron y sustentaron su régimen, seguían en pie y continuaban siendo aplaudidos por los medios-los cuales la mayoría eran de ellos- que nos llamaban a todos nosotros a ser como ellos, a estudiar ingeniería o economía ya que en algún momento podríamos llegar a ser tan exitosos. Tan platudos. Tan millonarios. Tan felices.

Habían pasado desapercibidos. Sus negocios y la manera en que se repartieron empresas del Estado ya no era tema. Nadie hablaba de eso, porque a nadie le importaba. Total vivíamos en una democracia en la que éramos unos felices consumidores antes que ciudadanos.

El empresariado, desde ese entonces, campeó e hizo todo lo que pudo. Las fortunas crecieron, y junto con eso también se acrecentó el poder y la manera en que podían ratificar su condición de patrones en un país que siempre ha tenido esa lógica. Sin decirlo muy fuerte eso sí.

Esos patrones ya no eran solamente unos dueños de fundo y de una que otra empresa. Ahora tenían muchos más medios de producción a su haber, y eso los convertía en personas que incluso podrían incursionar en la política. Total ellos habían edificado este nuevo régimen institucional.

Esa incursión no fue-digámoslo claramente- expuesta. Al contrario, fue más bien oculta, con dineros ocultos e intereses no transparentados. Por lo mismo, se fueron convirtiendo en el poder en las sombras de muchas ideas, muchos cuentos, muchos relatos que nos contaron en ese adormecimiento “progre” que fueron los noventa. Nos hicieron creer en personas pero no en ideas, porque mientras más ideas tuviéramos en nuestras cabezas y más pensáramos, más podríamos cuestionar ese Chile.

Hoy, con el tiempo, nos vinimos a dar cuenta de todo esto. Algunos lo hacen de manera indignada creyendo que el problema es la política y el Congreso. Otros, creemos que la falta del ejercicio público y la subyugación al poder económico es lo que nos está carcomiendo el espíritu democrático. Es cosa de ver al país a través del tiempo y no quedarse con la imagen pequeña. Porque sólo así, nos daremos cuenta que nuestro problema es más complejo que la corrupción y tiene que ver con lo poco democrática, con lo patronal que es nuestra institucionalidad.

Para solucionar esto, hay muchas opciones civilizadas y la más convincente parece ser una Asamblea Constituyente. Ya que parece la única manera de garantizar un contexto en donde las instituciones pertenezcan realmente a todos, y no solamente a quienes las compran como si fuera un bien de mercado más.

 

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24 de marzo

La prisión para los controladores del grupo Penta nos revela que el sistema político chileno es una red mafiosa y corrupta. Por este y otros casos- como el de Caval y Soquimich- se desmoronan las viejas creencias neoliberales, sus máscaras, su hipocresía y también la irracionalidad de un régimen que nos insiste en el libertinaje del mercado. Lo importante es que esta nueva realidad expresa algunos eventos que trascienden a los dirigentes y empresas involucradas: estamos ante un juicio a un modo de vida, a una visión de la política, de los negocios y de las estructuras heredadas de la dictadura.

Necesitamos reivindicar la Asamblea Constituyente Autoconvocada, que en ese sentido tiene que ser libre, democrática y soberana; es decir, no puede realizarse con medidas técnicas, con esas mesas de expertos y tecnócratas que hemos soportado por más de 40 años y que privatizaron los servicios básicos, que impusieron el binominal y que se coludieron en el caso PENTA, etc. La Asamblea Constituyente la debemos protagonizar quienes desde la calle abrimos el nuevo ciclo de lucha: los trabajadores y estudiantes, las organizaciones feministas y de diversidad sexual, los pueblos originarios y el movimiento social y popular en su conjunto. Esa es la única garantía para reconstruir Chile en términos populares.

25 de marzo

Un auténtico régimen democrático nace con la aprobación en un plebiscito de la Carta Fundamental, producto de una Asamblea Constituyente de un pueblo consciente de sus necesidades… Y no impuesto por la Traición, a Sangre y Hierro…La auténtica democracia es participativa y no representativa…
La Asamblea Constituyente, es la acción democrática más grande de un pueblo digno que está de pie escribiendo la Carta Magna para dirigir su destino y construir su patria…

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