Cuando la diputada Catalina Pérez, presidenta electa de Revolución Democrática con 1.782 votos en la en que participaron 3.502 personas, dice que aspira a derrotar primero a la otrora Nueva Mayoría y después a la derecha, se constata una estrategia que tiene unas connotaciones más disgregadoras que agregadoras, al caer en una suerte de adanismo que no reconoce las luces y los elementos positivos que tuvo aquel ciclo vital post dictadura; las transformaciones realizadas y solo vislumbra las sombras de esas administraciones; calificando ese período en forma peyorativa como simplemente una transfiguración del modelo neoliberal impuesto por la dictadura y que no supuso en realidad un cambio en lo político, en lo económico, en el esclarecimiento de los crímenes cometidos por el régimen de Pinochet y en el ámbito de libertades y derechos civiles.
Se dejan llevar por un sesgo retrospectivo al no reconocer esa etapa como una democracia que gradualmente se perfecciona y profundiza. Las declaraciones emitidas por la nueva presidenta de RD no solo muestran un chauvinismo partidario rampante, sino que también ratifican su alineamiento con los sectores que conciben el Frente Amplio como una alternativa a la centroizquierda transicional; caracterizándolos como su enemigo político principal y reclamando para ellos la legitimidad de representar genuinamente la transformación social, dejando a la derecha como segundo objetivo a vencer, manifestando una intuición política donde prima más un inaudita aversión a la izquierda “tradicional” que a la derecha chilena.No se trata de que haya una única fuerza que predomine sobre las demás, sino de que todas las existentes sean capaces de cooperar en pos de un interés común
La esmirriada participación de militantes en la elección interna en ese partido, no ha disminuido un ápice la soberbia y la autocomplacencia de la diputada Pérez, al preguntársele por la enorme abstención de militantes habilitados para votar en dicho acto eleccionario, expresó: “Nos vamos con un partido fortalecido, con un partido que enfrenta las más grandes elecciones que nos ha tocado enfrentar, nos quedan muchos desafíos adelante (…) Revolución democrática va a seguir marcando pauta y liderando el debate nacional”. Ella ha entrado en el tortuoso patrón de comportamiento de los adictos a la partitocracia, corriendo el riesgo de que su partido pierda la llamita original.
La realidad que vive su partido está lejos de esa visión gloriosa que intenta trasladar su electa presidenta. Este mesianismo con alardes de superioridad política, muy propio del radicalismo adolescente del siglo XXI, socava la misma capacidad de pensar, decidir y actuar colectivamente; por tanto, los imposibilita de erigirse en aglutinadores de la oposición y de liderarla porque transitar desde el deseo a las posibilidades reales existe un largo trecho. Una oferta de mayorías reside en ser capaces de equilibrar las demandas plurales y contradictorias de una sociedad diversa donde esas mayorías se sientan representadas. No se trata de que haya una única fuerza que predomine sobre las demás, sino de que todas las existentes sean capaces de cooperar en pos de un interés común. Es colaborar en generar una sinfonía programática que cuente con varios directorxs de orquesta.
Sin embargo, en el discurso de la nueva presidenta de Revolución Democrática brillan por su ausencia los matices, más bien florece un análisis reduccionista, en clave de falsas dicotomías, atrapada en la burbuja del “camino propio”, obsesionada de no salir de su zona de confort y no asume que el voluntarismo en política es como poner el piloto automático con una hoja de ruta hacia ninguna parte. No es de extrañar, entonces, que sus postulados han generado discrepancias internas que han salido a la luz en las últimas semanas.
La gran enemiga de la razón es la soberbia. Desgraciadamente, pensar que es innecesario aunar fuerzas con otros partidos para triunfar supone un peligroso camino, una enfermedad que los aísla, un espejismo que con frecuencia los envuelve y les hace vivir en una burbuja inaccesible, en la que corren el riesgo de ser arrastrados a la política testimonial. La tesis que guía a los sectores más radicalizados del Frente Amplio es que esa coalición está llamada a sustituir a la izquierda “tradicional”, lo que implica negar toda posibilidad de combinarse o establecer acuerdos de cualquier tipo con esos partidos. No está en el radal de esa izquierda expandir la base electoral del progresismo para desalojar a la derecha del poder como objetivo mediato sino desplazar del escenario político nacional a esos partidos de izquierda asociados a la transición. Anteponen, por ende, justificar su propio sesgo identitario desechando la noción de “Común” que constituye -como lo señala Dardot y Laval en su libro con el mismo nombre- el principio central para desarrollar una alternativa política positiva y posible al neoliberalismo “rentista”.
Es recomendable que el FA analice el resultado en las últimas elecciones de Podemos de España, partido que ha sido un referente para ellos. Llevan años anhelando el hundimiento del PSOE, pero se hunden en las elecciones autonómicas de Andalucía: no sólo retroceden de 20 a 17 diputados y se confirman como cuarta fuerza política (solo ligeramente por delante del ultraderechista Vox), sino que sus escaños resultan completamente irrelevantes para determinar el futuro de los andaluces. Para agravar aún más su situación, ahora se dividen en Madrid por discrepar en las políticas de alianzas.
Instaurar una cultura política de guerra en el progresismo, acaba con el pluralismo que está en el ethos del mismo y destruye sus capacidades de sumar y de ser un espacio inclusivo, derivando inexorablemente a una lógica política de juegos de poder de suma cero; y en lugar de ensanchar, como la lógica indica, estrecha y deja fuera un gran número de voluntades, imprescindibles para construir el futuro.
Encanillados con la centroizquierda se encierran en sus propios circuitos ideológicos e impugnan cualquier idea que signifique actuar de consuno con la centroizquierda transicional puesto que se construyen por contraposición a esta. Hipnotizados por la sensación de ser los únicos poseedores del patrimonio de la coherencia y de las virtudes políticas, critican con un mínimo de objetividad histórica la transición, en blanco y negro, con la mirada de hoy. Parafraseando a Bauman, tienden a “encerrarse en sus zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara”.
Cuando la política de alianzas empieza a visualizarse en el espejo retrovisor el rumbo tiende a perderse. Si continúan en ese camino marginal y de autismo político, con actitudes o comentarios beligerantes hacia otros actores del progresismo, insistiendo algunos en ser prima donnas teniendo como único propósito obtener estrechas ventajas electorales, la frustración, el desconcierto y el caos en el que están sumidas las “oposiciones” aumenta los riesgos de que se imponga la anti política, y consecuencialmente, es poco menos que inevitable que la derecha continúe instalada en La Moneda por otro período.
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