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Merecemos más: el porqué voy a votar por ME-O

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Creo que ME-O es capaz de liderar estos cambios y que tiene las convicciones para ello. Aunque tengo claro que no ganará, adhiero a su candidatura porque considero que el paso al “ballotage” de un “independiente” (entiéndase como alguien sin la marca Concertación-Alianza) sería un terremoto político difícil de procesar para ambos tradicionales bloques, lo que terminaría en la necesidad de reestructurar partidos y bloques con nuevas y mejores propuestas para la ciudadanía.

Me cansé. Me aburrí. Me hastié. Por años, y desde que tengo derecho a voto (el que en un escenario de inscripción voluntaria fui a concretar con alegría apenas dos días después de cumplir 18), he votado disciplinadamente por los candidatos de la Concertación. Comencé ese singular periplo con la elección de 2005, donde apoyé a Michelle Bachelet en su camino a La Moneda.

Conocida por todos es mi cercanía a la Democracia Cristiana (DC) por lo que mis votos siempre tuvieron esa orientación, salvo en contadas excepciones como la de aquella ocasión donde  la candidata representaba al conglomerado del que la DC era parte. Sin embargo, ya hace algunos años me alejé del partido, cansado de ver disputas internas y lucha de liderazgos que no eran otra cosa que discutir quién queda mejor posicionado para “apitutarse” o disfrutar de “lindos” cargos gracias a sus amigos.

Yo concibo la política de una forma distinta. Creo realmente en que estar en ella es para generar cambios y no para el “statu quo”. Corrí a ganador (Bachelet) pero también a perdedor (Frei). En aquella presidencial de 2009 me molestaba la presencia de ME-O. ¿Cómo era posible que fuera tan desleal para romper el pacto y amenazar con destruir lo establecido que hasta ahora había funcionado bien? ¿Por qué esa necesidad de disrupción?

La verdad es que esa distorsión del ambiente demoró en llegar para mí, pero llegó. Soy hijo de dos profesores que han dedicado su vida a educar niños en circunstancias desfavorables y con los mínimos recursos, pero lo han logrado a punta de esfuerzo, compromiso y trabajo.

Una vez fuera la emotividad de ese “argumento” viene la proyección. ¿Cuatro y casi cinco décadas de trabajo para pensar en una mísera jubilación de $150.000 a $250.000 pesos? Ya, si terminan enfermos o discapacitados serán $500.000. Maravilloso. ¿Y los remedios? ¿Y el tratamiento bajo un sistema de salud abusivo y permisivo? Bien, gracias. Siga participando.

Pero bueno, eso para dos profesores, es decir, dos profesionales que impusieron toda su vida y que tuvieron un sueldo varias veces mayor al promedio de los chilenos. Entonces, mi razón me obliga a pensar en todos. ¿Qué pasará en unos años más con ese gran grupo de personas? ¿Qué pasará con esa gran mayoría que no tuvo ni tendrá acceso a una educación, salud, vivienda, ni nada digno y que avanzará rápidamente hacia la pobreza? En este país que es el “gigante” de Sudamérica me imagino que nada. Porque eso queremos creer.

Vivimos inmersos en la mentira absurda de que somos los mejores. ¿Hasta cuándo? ¿De verdad queremos seguir compitiendo? La vida no está hecha para eso. No aguanta. Una competencia innecesaria que deja de lado esa esencia de compartir y vivir en comunidad pensando en el del lado.

Hace poco, unos amigos me dijeron dos cosas. Primero, que hoy estamos mejor que nunca y que no es necesario cambiar. Argumentaba que gracias a los últimos gobiernos tuvo acceso a educación universitaria y hoy tiene un título que lo distingue frente al resto. Creo que olvida que sus padres, dos humildes trabajadores están en casa sentados esperando la vejez, de la cual seguramente él tendrá que hacerse cargo. Y también descarta que así como él, miles de jóvenes ven con angustia cómo deben hacerse cargo de millonarios créditos por estudiar carreras que el mercado no tiene ni siquiera contempladas y que les ofrecieron argumentando éxito y placeres. Ese mismo mercado que muchos creen que es capaz de regularlo todo a través de.. sí, otra vez la competencia.

Lo segundo fue una sentencia radical y no menos preocupante. “No todas las personas tienen las capacidades. La Universidad no puede ser para todos”, fue la frase. Seguro que sí, pensé. Seguro que el niño que no eligió dónde nacer y que pasó hambre, enfermedad, abusos y que tuvo una educación de mierda estará de acuerdo. Él no tiene las capacidades, pero no las posee porque una sociedad injusta se encargó de asegurarse que así fuera. ¿Acaso no merecemos tener todos la oportunidad? No es pedir mucho, ¿o sí? (en este punto, todo el que crea que existimos personas mejores que otras debiera ir pidiendo hora al psicólogo).

Yo sólo pido educación de calidad, inclusiva y accesible. Ah, y eso desde poco después de la cuna, porque simplemente ahí comienza todo. Es decir, vamos hacia allá pero hagámoslo por el camino correcto. Me da pánico y vergüenza pensar en la segregación terrible que afecta a nuestro país. Pensar que seguramente en pocos años tendré que ir pensando en el colegio de mis hijos y en de qué forma los “junto” con aquellos que deba juntarse. Pensar dónde recibirán la mejor educación importándome un rabo que conozcan la verdadera realidad de muchos otros que simplemente no pueden estar ahí porque a sus padres no les da el bolsillo.

Asumo que es probable que caiga en el sistema, pero dejo sentado que no es lo que quiero.  El otro día me crucé con un masivo funeral hacia un lindo “Parque” de la zona. Fue inevitable pensar: “Que tengamos que segregar hasta para enterrarnos”. Linda sociedad.
Como ejemplo de esta injusticia de sociedad quiero tomar la candidatura de Roxana Miranda. Su “lucha testimonial”, porque eso es, ha dejado en evidencia las profundas heridas que tenemos y lo peor de nosotros mismos. ¿Por qué podemos reírnos de su candidatura o de sus discursos si jamás hemos sentido o vivido como ella? ¿Es necesario fijarse en su vestimenta o ironizar con sus cuentas impagas? (Dicho sea de paso, es probable que tenga mucho mejor comportamiento de pago que varios profesionales que nos volvemos locos consumiendo).

Ella dice haber pasado hambre. ¿Qué podemos saber nosotros de eso si lo más cerca que hemos estado de esa sensación es el momento que demoramos en atacar el plato antes de tomarle la respectiva foto para subirla? Ella habla desde la rabia y el resentimiento de un pueblo que se siente abandonado y que ha sufrido los errores conjuntos de la Concertación y la Alianza. Eso tiene un gran valor desde la perspectiva que se le mire. Pero no, muchos prefieren seguir en esta postura aspiracional, pensando en cómo Roxana afectaría la imagen país con un discurso internacional. Obvio, dejaríamos “ipso facto” de ser los jaguares de Latinoamérica y volveríamos al subdesarrollo. Dejaríamos de ser competitivos.

La verdad es que tras un largo proceso de análisis de todos los programas de Gobierno, he llegado a la conclusión que no quiero más de lo mismo. Ya no quiero ser parte de una Concertación que se farreó la oportunidad histórica de cambiar este país. Tampoco quiero volver a ver las mismas caras de siempre amparándose en un discurso de renovación lenta y necesaria que ya vendrá. Incluso creo que la propuesta de Michelle Bachelet no es mala, pero no es lo que Chile necesita hoy, no es el paso que debemos dar y seguiríamos ahí, “marcando el paso”.

Asimismo, y por un tema de principios, jamás podré votar por una Derecha que avaló una Dictadura, que no es capaz de sacarse el yugo de Pinochet y que cree incondicionalmente en un mercado todopoderoso. Mucho menos por un candidato pro-derecha que es el fiel reflejo del mundo aspiracional y competitivo en que vivimos. Un personaje populista que quiere hacer creer a la ciudadanía que vendió su “Porsche” para sostener su campaña. Claro, una presidencial cuesta eso.

El tema valórico fue otro factor que decidió mi postura. No deja de llamarme la atención la carta de los obispos de hace algunos días invitando a pensar en la familia. Muy bien, en lo que la Iglesia decidió para sí que era la familia. No en lo que un Estado considera familia para Chile. Un Chile que goza de la separación Estado-Iglesia desde 1925.

Ya no quiero más lugares comunes. Tampoco creo en lugares para unos y otros. ¿Por qué debo imponerle a un hombre casarse con una mujer? Yo lo creo así pero esa fue mi decisión y otros pueden tener la suya. Tampoco quiero marcarles la cancha. ¿Cómo te sentirías si subes a un bus y te dicen en qué asientos te puedes sentar argumentando que otros están reservados para gente normal? Eso es lo que sentirán miles de homosexuales cuando se apruebe un AVP discriminador que les quita la posibilidad de un matrimonio civil. Una simple firma de un documento, nada más que un contrato civil que regula ciertas cosas de interés.

Creo que ME-O es capaz de liderar estos cambios y que tiene las convicciones para ello. Aunque tengo claro que no ganará, adhiero a su candidatura porque considero que el paso al “ballotage” de un “independiente” (entiéndase como alguien sin la marca Concertación-Alianza) sería un terremoto político difícil de procesar para ambos tradicionales bloques, lo que terminaría en la necesidad de reestructurar partidos y bloques con nuevas y mejores propuestas para la ciudadanía. De cierto modo, presenciaríamos, por fin, el término de la transición.

Comparto estas líneas amparado (ilusamente) en un deseo de tolerancia y comprensión de parte de sus lectores. No quiero cambiar ni convencer a nadie, sólo manifestar mi opinión y decir lo que comparto y lo que no, lo que deseo para mi país y para nosotros, sus ciudadanos.

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Foto: Marco x Chile

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13 de noviembre

Comparto parcialmente tu diagnostico, y creía lo mismo hasta que analicé bien la realidad y «lo posible» pero hay un error de fondo que quisiera compartir contigo algún día que conversemos. saludos !!

Daniel Llanos

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