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Liderazgo bacheletista: ¿Es posible el cambio de ciclo político?

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Ir contra los ciudadanos y sin los ciudadanos y sus demandas, es ir contra el futuro de Chile. Minimizar y escupir en la cara o dar con la puerta en las narices a las demandas sociales, es el verdadero peligro en este fin de ciclo político e inicio de uno nuevo. Criminalizar y minusvalorar al movimiento social y sus demandas, es una depredación brutal al diálogo político y es herir de muerte la paz y la cohesión social en Chile.

Todas las lecturas del resultado de las primarias presidenciales –una suerte de ensayo de las generales en noviembre- apuntan a que el electorado ratificó las propuestas, aún sólo bosquejadas, de la candidata ganadora del bloque Nueva Mayoría, Michelle Bachelet, que obtiene una tan fenomenal como increíble mayoría de un millón y medio de votos (73%), de casi tres millones, un volumen de participación alta en este tipo de elecciones.

Los proyectos de cambio que propone Bachelet son estructurales, y su diseño ha tenido como eje central las propuestas que han puesto en la agenda política el poderoso movimiento social los últimos tres años que ha cambiado para siempre el escenario político chileno: reforma tributaria solidaria, de calado (“los que ganan más pagan más”, ha declarado); gratuidad, universalidad, calidad y fin del lucro en educación; mejoramiento sustancial en el sistema de salud y de pensiones, y profundas reformas de la institucionalidad vigente – creada durante la dictadura para perpetuar el statu quo pinochetista- consagradas en una nueva Carta Magna. Pareciera que el liderazgo bacheletista sí ha sabido hacer una lectura certera del movimiento social y sus demandas; ese es, sin duda, su acierto mayor. A pesar de que todas estas propuestas están sólo bosquejadas para su futuro programa de gobierno, ya indican claramente que son de tal envergadura que establecen nuevos parámetros sociales, políticos y económicos, e inauguran un nuevo ciclo político en Chile.

Pero si la batalla por alcanzar La Moneda según todos los pronósticos pareciera resuelta, la batalla en el Parlamento, no. La derecha, replegada en su claustro más conservador, la UDI, atrincherada en la ortodoxia pinochetista, mira al Parlamento como su única posibilidad para continuar perpetuando la herencia de amarres de la dictadura; y su batalla es hoy frustrar desde el Parlamento el cambio estructural que propone Bachelet. La derecha ya sabe que pierden el gobierno después de los resultados de la primarias presidenciales: Bachelet sola duplicó en votos a los dos candidatos de la derecha.

Así pues, la propuesta de Bachelet elimina los enclaves autoritarios que se heredaron de la dictadura que han lastrado hasta ahora la plena democratización de Chile, principalmente el perverso sistema binominal de elecciones (el que obtiene 30% recibe el 50%) y los altísimos quórum que exige la Constitución pinochetista para implementar cambios de calado, imposibles de realizar por el empate de las fuerzas políticas que, mecánicamente, arroja el binominal.

Paradójicamente, este cambio estructural imprescindible e inaplazable beneficia tanto a la derecha como a la izquierda: su beneficio es transversal. No llevar a cabo este cambio estructural radicalizaría el movimiento social, y estarían en todo su derecho, devastando la paz y la cohesión social, y sin estos dos elementos, la actividad económica -área donde la derecha tiene total hegemonía- tendría un escenario exánime y desolado a corto plazo.

Pero este cambio estructural y de ciclo político ineluctable, es también parte de la estrategia para hacer de Chile un país desarrollo.

En efecto, socavar el desarrollo de recursos humanos y sociales no mejorando sustancialmente la educación y la salud es frustrar el ingreso de Chile al selecto grupo de países desarrollados. Y esto es una obviedad en estrategia política, pero hay que decirla: un país que educa bien, que tiene a sus ciudadanos con buena salud y una calidad de vida en general digna, es estratégicamente necesario para alcanzar el desarrollo. Esto no lo hace el mercado por sí solo, como ya lo sabemos, sino un Estado musculoso, o sea, con un sistema tributario solidario que sea capaz de financiar buena educación y buena salud públicas como un derecho inalienable. En los países desarrollados es la educación pública gratuita y universal la que otorga el nivel de calidad más alto. Que sea en Chile la educación privada, indica que estamos aún en un país subdesarrollado.

Ir contra los ciudadanos y sin los ciudadanos y sus demandas, es ir contra el futuro de Chile. Minimizar y escupir en la cara o dar con la puerta en las narices a las demandas sociales, es el verdadero peligro en este fin de ciclo político e inicio de uno nuevo. Criminalizar y minusvalorar al movimiento social y sus demandas, es una depredación brutal al diálogo político y es herir de muerte la paz y la cohesión social en Chile y, con ello, insisto, se pondría en grave peligro el crecimiento económico sostenido de las últimas tres décadas.

Los tiempos son sagrados en política, y en esta segunda administración-Bachelet están los cambios estructurales que el movimiento social ha puesto en primerísima línea de la agenda política los últimos tres años con gran intensidad. En la primera administración Bachelet ese tiempo político no existía. Pero ahora está aquí. Y el liderazgo bacheletista está llamado a gestionar este nuevo ciclo, el de la plena democratización de Chile y el de una nueva institucionalidad para terminar con la herencia de la dictadura y con ese talón de Aquiles del sistema: la obscena desigualdad en la repartición de la riqueza y de las oportunidades. En el liderazgo bacheletista, si nos remitimos a su transversalidad y su paradigma central, el diálogo, habría cabida para todos y todas. Entonces, ¿el cambio de ciclo sí es posible? Este nuevo ciclo ya está aquí, sólo hay que institucionalizarlo. Y es de desear que se articule dentro de la institucionalidad vigente -como se hizo para derrotar la dictadura en un diseño de ingeniería política perfecto. Pero si el sistema no da el ancho, ¿tendrá Bachelet que apoyarse en el movimiento social? En ese escenario, la nueva institucionalidad y la materialización de las demandas ciudadanas, la establecerá la calle.

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Foto: Michelle Bachelet / Licencia CC

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07 de julio

No sé si es liderazgo tomar la carta de peticiones ciudadanas y promulgar que su contenido fundamental será parte de un Programa de Gobierno… Si fuera liderazgo y si fuera por referirse a la » la obscena desigualdad en la repartición de la riqueza», con la que bien se puede comprar extras de educación y salud,

¿qué propone Bachelet respecto a la nacionalización del cobre y la refinación e industrialización de lo que sale del país en forma de rocas y qué propone respecto de la re-nacionalización de las más de 700 empresas privatizadas en la dictadura militar, más todas las que privatizó la dictadura de la Concertación?…

De todas formas, se comprende la intención del artículo y se entiende también que lo que se avecina es un paso grande para el país y la ciudadanía, pero, no se debe dejar de tener en cuenta que esto no es todo lo que se requiere, porque, democracia sin poder sobre nuestros recursos soberanos, nunca será democracia…

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