Actualmente, en la Universidad de Boston, hay un exitoso profesor de economía llamado Laurence J. Kotlikoff. Este profesor en el año 1977 publicó un análisis económico sobre la ‘rentabilidad del mercado’ interno de esclavos en un periodo muy particular de la preguerra civil de Estados Unidos. Dicho artículo académico se tituló Slave Trade in the Antebellum South (Mercado de Esclavos en el Sur Pre-guerra).
Allí se plantea hipotéticamente que, en contraste con otros estudios que resaltan la importancia económica e ideológica de la venta de esclavos (Johnson, 2008), los viejos estados de la costa este (de Estados Unidos) no tenían intereses particulares en la expansión del país hacia el oeste. Es más, se juega con la idea de que la participación activa en el mercado interregional de venta de esclavos se transforma en una actividad que genera pérdidas de riqueza (en varios frentes) para estos ‘empresarios’. Una narración higienizada, aparentemente no ideológica, que quizá genera o mantiene cierto espacio para continuar alimentando el racismo actual.
Jamás hemos de olvidar: los seres humanos no nacen economistas, se hacen. Se ha de recalcar que la economía no es un saber neutro o apolítico. La política lo impregna todo y el lenguaje construye mundos.
En mi opinión, la tarea más valiosa de la revisión histórica es la que se centra en rescatar a sus protagonistas, aquellos que normalmente no están mencionados en los grandes tratados de historia. Es por ello que me encuentro en gran dificultad cuando intento entender las intenciones de un análisis que no resalte la múltiple deuda con los silenciados, con los oprimidos, con los tratados como números. Las dificultades con la ambigüedad y con un análisis que no haga una crítica a las condiciones que posibilitaron tanta injusticia.
Este análisis, como otros dentro de la disciplina, tienden a generar la ilusión de alejar lo mundanamente ‘económico’ de aquello que parezca intervenir lo ético, lo moral, lo humano. De cualquier forma, resulta duro para el lector actual un análisis de ‘costos’ y ‘beneficios’ en una empresa tan macabra. La lectura de trabajos tan fríos tiende a secuestrar el propio pensamiento en descarnados cálculos y abstracciones. Fríos cálculos, estrictamente económicos, que supongo repetían (en neutralidad) un siglo después los directores de IG Farben con los prisioneros de Auschwitz (Hayes, 2001).
Creo que esta frialdad de análisis sucede porque la economía, con su profundo carácter religioso, tiene un enorme séquito de sacerdotes que predica una ‘santa economía’ que no se contamina con la humanidad. Un dios que tiene un hijo a través de un ‘Espíritu Santo’. Un dios que, de tanto en tanto, interviene milagrosamente con ‘mano invisible’ a favor de su hijo enviado: el mercado. La discusión ‘apolítica’, sin aparente ideología, se disfraza con el argumento económico.
Que un análisis de este tipo sea realizado por un economista como Kotlikoff no es problema para un chileno. Yo creo que Kotlikoff no hace más que repetir las tristes condiciones culturales necesarias para que se continúe naturalizando la gran división racial de los Estados Unidos. El problema moral surge, para Chile, cuando quien lo acompañó en aquel análisis de 1977 quiere ser presidente de Chile por segunda vez.
Seguidamente se argumentará que el señor Piñera, en aquel estudio del año 1977, se limitó a hacer un análisis económico neutral y desinteresado. Seguidamente digo: es difícil sostener el ‘desinterés’ en los hechos que hacen a la biografía de Piñera. Hay cuestiones más profundas en la ‘psique’ del candidato. Esta semana lo escuchamos pronunciar una frase que sustenta cualquier preocupación por su racismo y por su desprecio por aquellos menos afortunados que él: «Chile no es Haití, Chile es un país que puede derrotar la pobreza, y si no puede, debería ser imperativo del cual nada ni nadie debiera desviarnos».
Jamás hemos de olvidar: los seres humanos no nacen economistas, se hacen. Se ha de recalcar que la economía no es un saber neutro o apolítico. La política lo impregna todo y el lenguaje construye mundos. Estas quietas líneas se construyen desde una marginalidad, tal como la humanidad silenciada en aquel artículo de Kotlikoff y Piñera. Probablemente el candidato nunca haya leído sobre el valor de la revolución haitiana; le importaría poco: era una revolución de esclavos. Creo que él cae en la misma negación que sucedía en la Francia de fines del siglo XVIII.
Quizá en este mismo momento Piñera esté ocupado en ‘desinteresados’ y ‘neutrales’ cálculos para sustentar su personal visión de ‘Tiempos Mejores’. Hay que reevaluar los mecanismos y cálculos que él utiliza para organizar su realidad y ubicar a aquellos que, según él, ‘no dan la talla’ en su mundo… ¿Supuestamente como Haití?
Bibliografía:
Hayes, P. (2001). Industry and ideology: IG Farben in the Nazi era. Cambridge University Press.
Johnson, W. (Ed.). (2008). The Chattel Principle: Internal Slave Trades in the Americas. Yale University Press.
Kotlikoff, L. J. y Pinera, S. (1977). The Old South’s Stake in the Inter-Regional Movement of Slaves, 1850–1860. The Journal of Economic History, 37(2), 434-450.
Comentarios
10 de noviembre
Leí detenidamente tu columna, me agradó como presentaste tus estudios, pero sinceramente no creo que tu afirmación categórica sobre la psyke de Sebastián Piñera es mal intencionada.
El Estado es una Empresa Social y los chilenos son beneficiarios, con derechos y deberes, por lo tanto el paradigma del gobierno de turno debe medirse en torno al bienestar que les provee.
Cierto, la terminología puede causar escozor, pero en realidad, lo importante es el bienestar social.
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