En una sociedad de la inmediatez, en una política del delivery y donde los medios colocan la temperatura social del día a día. Las soluciones públicas ya no pueden ser las mismas de siempre, y con esto no me refiero a una cuestión ideológica, sobre qué o cuáles instrumentos usar para dar respuesta a los problemas de las personas en el día a día en diversos ámbitos de economía, ciudad, medio ambiente, desigualdad. Se trata de los métodos en que dichas respuestas deben “hacerse”, y aquello rebota indefectiblemente en la capacidad de las instituciones y autoridades de tener poder y dinero para dar respuestas rápidas y por sobre todo concretas.
El problema es que la complejidad política actual requiere tiempo. Mientras que la necesidad de las personas y la cultura de ver todo en menos de 15 segundos exigen que dicho tiempo para resolver se acorte. Dos asuntos que se contraponen y donde los discursos desde la dimensión política no están dando el ancho. No es un asunto simplemente de “amateurismo administrativo”, sino que Chile se enfrenta crudamente un problema sistémico con un modelo de Estado atrofiado, excesivamente centralizado y que tiene como función desmantelar y dividir el poder local para así concentrar el poder de la acción pública a pequeñas élites de poder.Es muy urgente comprender que para salir de esta situación se requiere descentralizar el poder. No por un asunto de romanticismo ideológico, sino por una necesidad sistémica.
Probablemente esto funcionaba bien en una sociedad clásica del siglo XX, más homogénea, incluso donde las líneas divisorias de la clase podían distinguirse con claridad. Pobres, clase media y ricos. Tanto porque era más sencillo el análisis y también porque también la acción era más concreta. Sin embargo, en una sociedad del siglo XXI mediatizada, fragmentada y por sobre todo donde las líneas clásicas para segmentar e interpretar la complejidad social están completamente difusas e incluso en muchas ocasiones son inexistentes.
Entonces tenemos al menos dos asuntos del diagnóstico: una sociedad difusa y compleja, y, por otro lado, un Estado simplista que busca concentrar el poder político y económico. Como resultado es la incapacidad para responder a las enormes y exponenciales demandas de una ciudadanía atrapada en una post modernidad gigantesca.
¿Qué ocurrirá entonces? La necesidad clara de reducir la complejidad nos lleva a un enorme riesgo democrático. Porqué finalmente la política y las instituciones que la componen tienen tanta debilidad en la sociedad actual que corre el riesgo de irse al tacho de la basura, porque no está dando las respuestas inmediatas que la gente exige. Esa reducción de complejidad se llama populismo y luego, muy probablemente una política de los metadatos donde será mucho más razonable que sean maquinas quienes tomen decisiones rápidas, pues los políticos “humanos” se tardan mucho en decidir y además son corruptibles.
Es muy urgente comprender que para salir de esta situación se requiere descentralizar el poder. No por un asunto de romanticismo ideológico, sino por una necesidad sistémica. Se requiere que quienes toman decisiones tengan suficiente poder y dinero para implementar soluciones claras y concretas, pero por sobre todo rápidas.
La gente no desea escuchar más excusas, necesita soluciones y si no se las da la política, habrá otro sistema quien lo ofrezca.
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