Si algo trató de hacer el gobierno frente a la pandemia fue dar certezas desde el inicio, tratando de mostrarse sólido, en control de la situación, tomando las previsiones del caso, organizado y creativo. Toda esta idea de seguridad se ha ido cayendo a poco andar, al saberse de contradicciones en los dichos de personajes señeros como el mismo ministro de salud, entre esa autoridad y los alcaldes, entre el gobierno completo y organismos internacionales de salud, entre la realidad y la resistencia a confesar y asumir que todo ese control las previsiones, la organización y la creatividad eran nada más que una campaña comunicacional apoyada en gestiones improvisadas, tardías, desorganizadas; imitaciones incompletas de planes con evidentes fallas que incluso fracasaron en sus lugares de origen antes de ser adoptadas por el gobierno de Chile. No importaba, la idea era presentar un conjunto de iniciativas con firma internacional, mostrarse activos y en terreno, profesionales haciendo su trabajo.
Pero no. Ya la ciudadanía va viendo que las medidas supuestamente destinadas a protegerla, fueron creadas con el papel de un volantín, cayendo ante cualquier cambio del viento, rompiéndose con gotas de agua, con tensores descalibrados e hilo curado, tan tensas como dañinas.El sentimiento generalizado es que la salvación no está en las ideas de la autoridad central, sino en las impuestas por las dirigencias comunales, derivadas de la experiencia en terreno y el sentido común
Y después de esta constatación surge la única certeza que ni un gobierno quisiera, la de su propia ineficiencia, combatida más que nada con la misma fórmula, la campaña comunicacional, pero no para hacernos pensar en un gobierno potente y vencedor, sino para imponer la idea de que ante cualquier plan el Covid-19 es el nuevo “enemigo poderoso” y que puede sobrepasar las medidas más pensadas, probadas e innovadoras.
Pero es el mismo gobierno el que planteó ambas posiciones y al descrédito evidente de las certezas iniciales se suma la distancia de la población frente a los dichos posteriores sobre el nuevo adversario.
Cada vez menos personas le creen a las gestiones del gobierno. Cada vez más información se filtra desde las unidades sanitarias, como hospitales públicos y privados y SAMUS, y cada vez más tragedias son compartidas por personas que sufren el Covid-19, que han perdido seres queridos o los ven incorporados a un sistema de salud precarizado por la constante tendencia del gobierno a privatizar, aumentando las cifras de dinero dirigido a tercerizar la gestión de salud, lo que ha resultado en el menor crecimiento de lo público, que es siempre lo que debe sobrellevar la mayor presión, más aún frente a situaciones como la producida por la pandemia.
El sentimiento generalizado es que la salvación no está en las ideas de la autoridad central, sino en las impuestas por las dirigencias comunales, derivadas de la experiencia en terreno y el sentido común. Y ante la posibilidad cierta de la debilidad económica creciente de las alcaldías, la principal y única arma que se sostiene es el autocuidado, ya que contar con lo prometido resulta erróneo, no da garantías.
Ese temor, el miedo a la ineficiencia, a la sensación de ineptitud reinante, puede salvar vidas. La incertidumbre es el nuevo combustible de la lucha contra el contagio, pero también del sálvese el que pueda, cada uno para si mismo, de la competencia descarnada por las pocas herramientas concretas para el manejo de la crisis, desde el alcohol gel, elevado a insumo precioso por la sociedad chilena, hasta equipamientos básicos de las unidades sanitarias como los ya famosos ventiladores, sin mencionar las y los profesionales que escasean cada vez más, especialistas en el manejo de estas vitales máquinas y de los tratamientos intensivos que debieran aumentar las posibilidades de sobrevivir de quienes ocupan las contadas camas UCI y UTI.
Para evitar todo esto estaba el gobierno, que sigue preocupado y ocupado en dar una bonita impresión, pero que ya no da el ancho para hacer realidad esa impresión más allá de los discursos ambiguos de sus ministros y de las medidas por goteo, que no hacen más que aumentar la incertidumbre, lo que finalmente es la realidad más cierta.
Por: Ignacio Egaña
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