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La ideología de la resignación

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En nuestros días, contrastan dramáticamente los anhelos ciudadanos en las calles, con la paz indolente de las oficinas, los ministerios, el hemiciclo y los salones VIP. Agendas invertidas pululan en la geografía de los actores sociales y políticos; estos últimos no comprenden la magnitud de las decepciones de la gente, mientras los ciudadanos hacen un inventario con los abusos comerciales y laborales de cada día.

Es transversal. Hay pregoneros a cada lado del espectro político. En la derecha opera como una conquista neoliberal que con entusiasmo celebra la consagración del mercado como el verdadero pegamento de la sociedad. Ellos, los privilegiados, cuentan su fortuna hecha con esmero, un poco de suerte y todas las trampas imaginables. Se lucra donde no se debe, se coluden donde sus propios manuales dicen que tienen que competir.

“Harta democracia tienen ya para estar pidiendo más”, dicen en sorna los gerentes, mirando a los transeúntes desde sus confortables oficinas privadas. La combinación virtuosa de mercado y democracia, es el fin de la Historia, no hay más vuelta. Los que no se han enterado, que lo hagan pronto para no seguir obstaculizando la expansión libre de los capitales. Cuando se sienten presionados por las demandas de equidad una poderosa sensibilidad los hace abrir un poco más la llave de la política del chorreo. Siguen usando el verbo libertad en los seminarios ABC1, mientras siembran la resignación en la población más modesta del país. 

También los hay en la izquierda, aunque aquí no hay vino espumante en las copas. Arrecia el tinto mezclado con pragmatismo y algo de una lucidez sombría, una dosis letal para las emancipaciones de cualquier tipo. Una anestesia a la vena a la hora de happy hour o en extensas cenas nocturnas donde los comensales se ponen de acuerdo, cómo avanzar en más derechos sociales sin lastimar la paz del decil más rico. Es que la historia criminal del capital es más grande que todas las guerras juntas (advierten los más ilustrados).

En este caso, la palabra favorita para imponer la resignación es la prudencia. En ella depositan un poder omnímodo, una oda a los designios milenarios de la moderación. Cuando las abatidas utopías logran mirar por la ventana, el refrigerio de la prudencia sabe apagar el grito destemplado de las gargantas muy a tiempo. Entonces, una voz suave y versallesca encuentra un camino para conquistar una meta sin hacer promesas: es mejor hablar menos y hacer lo que se pueda afirman algunos. Otros más delicados y cuñeros se la juegan por alcanzar la igualdad en la medida de lo posible.

La resignación acaba por convertirse en una ideología invisible, una especie de software clandestino que opera discretamente en la región oxidada de la justicia, un cementerio que suma anhelos democráticos convertidos en voluntarismos ingenuos. Una ideología con un efecto disciplinador actuando antes que las acciones se lleven a cabo, cuando las voluntades están a punto de parir una convicción. Marcuse –seguramente- se daría un festín con tantos signos de dominación.

Cuántas veces usamos ese término para advertir la inutilidad de la insolencia y la fugacidad de las indignaciones más profundas y verdaderas. La prudencia, ese verbo generoso del pragmatismo, ese camino para avanzar con responsabilidad fiscal y paz social, mientras las desigualdades se perpetúan en un estudiante que no asegura su futuro y en un anciano que se duerme esperando que lo atiendan en una posta de urgencia. La sensibilidad, entonces, se va perdiendo en las buenas razones para no reformar nada más allá de lo políticamente correcto.

En nuestros días, contrastan dramáticamente los anhelos ciudadanos en las calles, con la paz indolente de las oficinas, los ministerios, el hemiciclo y los salones VIP. Agendas invertidas pululan en la geografía de los actores sociales y políticos; estos últimos no comprenden la magnitud de las decepciones de la gente, mientras los ciudadanos hacen un inventario con los abusos comerciales y laborales de cada día. Ello, mientras la amnesia binominal tuerce sistemáticamente por más de dos décadas la soberanía popular.

Entonces, un país pierde la paciencia, mientras las instituciones democráticas se vacían de ilusiones. Se apodera de ellos una resignación líquida que se somete al contexto global de la mercancía y las grandes fortunas. La lozanía ochentera de las primeras luchas por poner fin a la dictadura, contrasta en nuestros días con la pálida imagen de una oratoria sin épica, de unas ideas sin entusiasmo. Cuando la prudencia nos arrebata la urgencia de los cambios y la democracia exige más democracia, entonces la ideología de la resignación nos quiere convencer que aquí se acaba la Historia.

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Comentarios

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Rafael

04 de julio

Excelente.

05 de julio

Gracias, una interrogante global recorre a la izquierda en el primer y tercer mundo, cómo enfrentar la naturalización neoliberal de nuestras sociedades, saludos.

AMERIKA

05 de julio

Muy buena descripción del modelo, necesitamos más descripciones y explicaciones como estas para entender bien que os pasa, sólo así las determinaciones serán firmes y acertadas

05 de julio

Muchas gracias, es un debate global, que debe unir las experiencias del norte y del sur del planeta, para que la izquierda renueve su compromiso con la democracia y la justicia, saludos.

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