La guerra de las caricaturas

El debate político extraído de las multitudes dentro de cualquier estrato social consiste, mayoritariamente, en caricaturizar al oponente político y en relatar consecuencias terroríficas para el país y sus habitantes si el candidato oponente llegase a ser electo a la presidencia. Una práctica que lamentablemente abunda en el vox populi y en redes sociales que sería bueno diseccionar para intentar evitar sesgos fanáticos.

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Este fenómeno simplista, también conocido como “La falacia del hombre paja”, el único cometido que logra es eludir el debate y desmantelar el diálogo, extremando las posturas del rival a una política ridícula

Caricaturizar consiste en representar algo mediante rasgos exagerados, ridículos y hasta deformes. Una práctica común en ambos lados del espectro político y de la masa en general; a lo que se añade la difusión de información falsa (‘fake news’), ‘memes’ (imágenes trucadas), ‘trolleo’ (bromas gratuitas y de mal gusto) y la supremacía de la posverdad. Hoy por hoy, todo esto se ha convertido en un veneno para la democracia, el pensamiento crítico y la verdad misma, cualquiera sea su corriente filosófica preferida para definirla. Las representaciones utilizadas para con los candidatos presidenciales, y otras candidaturas inclusive, son la fuente más grave de la tergiversación política y en un mundo donde reina la falacia sentimentalista y el etiquetado (#literal y figurativo), hace que por donde se mire encontremos opiniones llenas de prejuicios, como la interacción por defecto para con un debate político que pierde su propósito.

La dialéctica política popular actualmente se resume en una guerra entre las etiquetas de Boric el Comunista y Kast el Fascista.

Ahora, convengamos que etiquetar en base a prejuicios es algo común en cualquier sociedad, es parte de las interacciones humanas diseñadas para entender el entorno, y discernir entre lo normado y lo contrario, lo anormal; pero, hacerlo en base a prejuicios políticos es arena de otro costal.

Los comunistas y los fascistas, tienden a no esconder su fanatismo, la mayoría incluso se sienten orgullosos adherentes a un sistema compuesto por personas virtuosas que piensan en el bien común. Boric, sin embargo, no parece estar casado con ninguna ideología en particular, parte de la burla justamente de su carácter. Entonces, ¿es Boric un comunista o es alguien sin convicciones? Y en la vereda contraria tenemos a Kast, quien no esconde quien es y se enorgullece de lo que representa, y jamás ha mostrado empatía con el totalitarismo como modalidad de gobierno propia y es defensor acérrimo del estado de derecho. Entonces, ¿es Kast un republicano conservador o un nazi camuflado?

Este fenómeno simplista, también conocido como “La falacia del hombre paja”, el único cometido que logra es eludir el debate y desmantelar el diálogo, extremando las posturas del rival a una política ridícula y degenerada y que, bajo la mentalidad de “todos los extremos son malos”, advierte sobre un opositor perteneciente a una mentalidad peligrosamente extrema y por tanto inmoral, un discurso que se amplía hasta sus simpatizantes. Simpatizantes que no son tantos, hay una mayoría desencantada de la política decidida a votar por el mal menor, esta prédica silogista de que todo crítico de cada candidato es un simpatizante o un radical del otro extremo, es falaz.

El filósofo francés Nicole Oresme ya asentaba esta idea de los extremos en el siglo XIV aludiendo que: “la virtud es promedio y los vicios son extremos”; con mayor antigüedad, Aristóteles (siglo IV a.c.) hablaba de personas de virtud, como aquellos con la disposición de realizar las mejores obras (éticas) de acuerdo a la prudencia (frónesis); en otras palabras, a quienes se encontraban entre el exceso y el defecto. Y son justo estos dos adjetivos los que mejor describen la raíz de las nomenclaturas utilizadas para ambos candidatos. En efecto, la forma más sencilla de desasociar a alguien con la norma es buscar los extremos, y aunque los apelativos abundan hay algo que no consideran: “los extremos se tocan”.

Louis-Sébastien Mercier en su Cuadro de Paris (1781) acuñó esta frase para referirse al planteamiento político tanto en extrema derecha como izquierda de defender la violencia revolucionaria como método de acción. “El fin justifica los medios” podríamos decir es otra frase que ambas posturas extremas tienen en común, y no se dan cuenta que es justamente ése punto en común, ése extremo el que hace a ambos discursos totalitarios y peligrosos. Los medios pasan a un segundo plano en pos del discurso moralista y ahí, este antagonismo tribal genera una guerra, hasta ahora de ideas, con discursos que se someten a la posverdad y a la subjetividad de las masas que se engañan como los poseedores de la razón y crucifican a todo aquel que salga de su postura política; es decir, lo “normal”, la peor caricatura de todas.