La emoción política no limita allí. Empieza ahí. Ella estremece y toma –como a esta amiga- justo donde apenas si somos conscientes de la mínima diferencia entre ese “nosotros” completamente horizontal que se lanza, y un “yo” casi completamente sordo que lo único que dice es que soy este alguien que ha dicho el “nosotros”.
En tiempos de política que sí y política que no –de desafección, crisis de representación, poderes fácticos, repolitización y movimientos ciudadanos-, propongo intentar percibir la política también desde ciertos tipos de emociones mucho más que desde propuestas, [sin] razones, organización y/o estrategias.
Una amiga, en medio de una carta sobre nuevas ciudadanías, me escribía el otro día: “Fue emocionante ver a los líderes más locales llenos de energía y convicción, dando la misma pelea que queremos dar nosotros pero ya con las patas en el barro”.
Su frase me tiene aquí respondiendo. ¿Me emocioné? ¿Por dónde van (o vienen) las emociones cuando se hacen política?
Una cosa que alguna vez comprendí de eso que llamamos, a veces/siempre confusamente “emociones” –y no lo encontré ni creo haberlo encontrado en ningún libro, ni me lo dijo nadie-, es que consisten en algo que nos pasa con algo/con otro, pero de un modo originario, no voluntario, irresistible (lo que no quita que también ocurran levísimas), y que ocurran antes que podamos saber que así estamos. Nos pasan en el cuerpo –al hígado o en las rodillas, por ejemplo- antes que al cerebro; nos pasan con personas y también con cosas, en situaciones y escenas. Cuando pienso en “emociones” no dejo de imaginar algunos de esos “lugares de poder” de los que habló hace no sé cuántos años don Juan, el indio yaqui de Carlos Castaneda.
Emoción dice estarlo antes de saberlo. Con ellas, el saber siempre duda. La vida más poderosa que la conciencia.
Emoción política es quien se encuentra de pronto diciendo “nosotros”. Nosotros dice pluralidad. Sobre todo much@s. Un nosotros horizontal: aquí, todos juntos, cantando con los Jaivas. Proponiendo nosotros ese “todos juntos”.
La emoción política no limita allí. Empieza ahí. Ella estremece y toma –como a esta amiga- justo donde apenas si somos conscientes de la mínima diferencia entre ese “nosotros” completamente horizontal que se lanza, y un “yo” casi completamente sordo que lo único que dice es que soy este alguien que ha dicho el “nosotros”.
¿Quién dice “nosotros”? El que se da cuenta que lo ha dicho y ha sido escuchado está a punto de esa emoción. Quien vislumbra en el momento y a quien lo ha dicho (que puede ser él mismo), comprende esta emoción política. Este “nosotros” tiene una fuerza especial: si las emociones son siempre con otros, esta emoción multiplica esos otros y los convoca en la forma de una amplia horizontalidad inicial. En el “nosotros” político no es este o aquel los rozados; son todos los otros los atraídos. Suena originalmente entre iguales. Algo de eso, parece, quisieron decir los griegos antiguos hablando de “polis”.
“Fue emocionante ver…”, estaba viendo y su emoción la estaba instalando con los otros y sin embargo apenas diferente de esos demás. La emoción política –y contra toda aparente evidencia- no es la de un ego que se descubre “conductor”. Este guía de las masas, de los pueblos, de la gente, de la ciudadanía, se constituye desde el tirano enmascarado, del que solo conoce la política como dominación.
El “yo” ha debido precisamente des/aparecer por el momento del “nosotros”. Solo en aquel momento. Y desaparecerá nuevamente, cada vez; cada vez que nos ocurra reencontrar al político.
Voy a decir lo anterior en el mito. Estaba hace poco de vacaciones en el lago Titicaca en la llamada isla del Sol. Entonces escuché el relato. Se dice que por más de dos mil años los aymaras habrían vivido en la isla, en pequeños pueblos, caletas en las riberas del lago, y uno de sus inventos deslumbrantes eran las terrazas de cultivo agrícola que aún hoy día cubren cerros enteros. Pasaban y pasaban esos años y todo era como igual. Hasta que un día, simplemente un día, proyectados desde una gran roca en una de las cumbres de la isla, se les apareció una pareja de hombre y mujer que comenzó diciendo: “Nosotros somos los hijos del sol”.
Según el relato, fue allí y no en otro lugar (no en el Cuzco), donde nació la “civilización” inca. El inca habría dicho dos veces “nosotros”: una vez para presentarse como pareja; la segunda para aludir a los aymarás con ellos. En su composición está la diferencia mínima del “yo” y el “nosotros” (un diferimiento del yo en el nosotros). Atendida y escuchada por el pueblo milenario, la mezcla de estas dos veces, dice el mito, ha hecho posible el Tahuantinsuyo.
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Foto: Mikel Agirregabiria / Licencia CC
Comentarios
09 de septiembre
La emocion tiene la energia y la fuerza para transformar todo , Por eso es una communicacion integral sencilla y de fondo de grupos cada vez mas grandes que constantemente transmiten una gran emocion politica
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