Acabamos de saber que, de ahora en adelante, donde en los textos escolares diga “dictadura” debe leerse “gobierno militar.” Ignoro quién es el autor de esta notable medida, pero me gustaría compartir con él algunas consideraciones.
La historia de un país está determinada por los hechos que en ella tuvieron lugar y resisten porfiadamente a las denominaciones que desde el oficialismo intenten imponer. Me permito anticipar al responsable de este cambio la certeza de su total y absoluto fracaso.
Las palabras son importantes, innegable. Permean la mente, horadan sus circunvoluciones, se multiplican e invaden la psiquis colectiva. Los niños las comienzan a usar sin darse cuenta del peso específico de cada expresión, ignorantes de su etimología y de su verdadero significado. Podría pensarse que la medida, desde el punto de vista de quienes la apoyaron -me refiero a la dictadura- puede tener alguna utilidad. Como si pudieran atemperar los hechos, quitarles gravedad, hacerlos más livianos e intrascendentes.
Lo que aquí ocurrió fue una dictadura en toda regla, inequívoca y terrible. Contó con todos los elementos que las definen a través de la historia y la geografía. Comenzó a cañonazos y bombardeos, siguieron las ejecuciones, los encarcelamientos y las desapariciones. Todas ellas, masivas e indiscriminadas. No faltó la censura, la quema de libros, la persecución sistemática de los artistas y creadores.
Frente a esos hechos, caben dos líneas de acción. O se justifica, se explica, se disminuye la dureza de sus actos, se ocultan algunos detalles, se niega. La otra línea es la condena franca y abierta. Se acusa, se denuncia y se condena. Puedo entender, aunque no aprobar ambas aproximaciones a esta realidad.
Cuando se observa el acontecer nacional de los últimos veinte años se puede encontrar actitudes en los dos sentidos. Pero también es cierto que ambas con el tiempo bajaron la intensidad. Por una parte, los protagonistas activos de los hechos lamentables que ocurrieron fueron aceptándolos, las responsabilidades acotadas, algunos casos llegaron a tribunales, finalmente, y derivaron incluso en condenas. Por otro lado, las denuncias perdieron estridencia. Los protagonistas pasivos intentaron encontrar una salida sana, hacer el duelo y continuar con su vida. Sin perdonar ni olvidar lo que es en sí imperdonable e inolvidable. Aprendieron a mirar al otro a los ojos, ya sin temor ni sed de venganza, sino con la mirada triste de quien se conduele de lo ocurrido a nuestro país.
Desde ambos lados se comenzaron a escuchar voces en el sentido que esto nos pasó. En aceptar que no toda la culpa estaba de un lado y toda la inocencia, del otro. Es decir que supimos – tal vez tardíamente – escuchar y respetar al otro en toda su diversidad incomprensible. A reconocernos como habitantes de la misma tierra, aunque no fuéramos hermanos. A emprender el difícil camino de la reconciliación que sólo nuestros hijos o nietos lograrán llevar a cabo.
Visto desde esa perspectiva, el burdo intento de modelar la historia cambiando sus términos es una torpeza increíble que en nada nos ayuda, ni a unos ni a otros. Pretender la solución de los conflictos utilizando como única herramienta el eufemismo simplón representa un claro retroceso. Es escarbar heridas que comenzaban a cicatrizar, es una burla y un atentado a la dignidad.
Para que alguna vez nuestros hijos puedan ser compatriotas, amigos o hermanos, es absolutamente indispensable la honestidad y el reconocimiento de la verdad. Dicho todo eso, el intento de cambiar los nombres a los fenómenos atenta gravemente contra es estamento militar.
En alguna medida, las fuerzas armadas también han hecho su propio proceso. Han reconocido excesos, han prometido que no se repetirán. Se han divorciado, de alguna manera y en alguna medida, de la dictadura. El infeliz cambio en los libros de historia las vuelve a poner en el centro del huracán de culpas. De alguna forma invalida la calidad de militar no comprometido con la dictadura, ya sea por edad, por situación personal durante el período o por una loable y valiente expresión de voluntad. Ser parte activa de un gobierno militar, en cambio, con todos sus horrores, no logra eximirlos de sus responsabilidades, si las tuvieron.
Ojalá se imponga la cordura y aprendamos de una vez por todas a llamar las cosas por su nombre. Lo que nos ocurrió fue una atroz dictadura que ningún eufemismo logra hacer tolerable.
* Si crees que el Ministerio de Educación debe cambiar la decisión y hablar de "dictadura", firma esta carta. Si tienes cuenta en Twitter, usa el hashtag #FueDictadura
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Foto: Carolonline / Licencia CC
Comentarios
06 de enero
Según el diputado Ojeda, ayer en el Diario de la Cámara online, no se trata solamente de la palabra «dictadura». En los textos escolares de historia ya no se hablará tampoco de «derechos humanos», sino de «derechos esenciales». Tampoco leerán los estudiantes «violaciones a los derechoa hunanos», sino «excesos».
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