Una vez instalado Jorge Burgos en el ministerio del Interior, muchos tuvimos una sensación inmediata: llegó el partido del orden. Es cierto, el ex diputado y ministro de Defensa es claramente un hombre con mucha más experiencia en la política visible y concreta que Rodrigo Peñailillo, pero real es también que tiene otra manera de ejercer cargos públicos que gira más en torno a una percepción del relato democrático que creíamos olvidado.
Ya lo vimos en portadas de La Segunda: todos creen que llegó el centrismo. La moderación y la tranquilidad para algunos, cuando lo cierto es que solamente -aún no se sabe muy bien- volvió una lógica que creíamos que podríamos superar luego de más de dos décadas ejerciéndola.El problema de este nuevo orden es que: se confunde conversar con transar sin antes plantear ideas. Sin antes entender que el debate consiste en llegar a un acuerdo real y no entregarse sin antes haber instalado sus visiones de manera potente, inteligente y-por su puesto-democrática. Siempre democrática.
Burgos representa el salvavidas para quienes creen que toda una institucionalidad se estaba yendo al despeñadero. Su cara, su semblante y su tono meloso pero enérgico algunas veces -es extraño conseguir esa variación en la voz- nos recuerda a una Concertación que se acostumbró al miedo a la democracia real e inventó una que le quedara ajustada a Pinochet, la UDI y todo quien los presionara. Pero sobre todo nos plantea que Bachelet no entendió cuál era el problema principal de su gabinete anterior, el que consistía en no saber explicar cosas simples y convertirlas en un gran problema y un gran material para los medios opositores.
Lo que hizo caer a Peñailillo, Arenas y Elizalde fue que manejaron un gobierno como una campaña presidencial. Se olvidaron de que estaba a cargo de un Estado y lo condujeron como si fuera un comando. Por lo mismo se dieron gustos poco prolijos que terminaron por hacer caer la conducción política -y económica- de La Moneda.
Fue solamente eso, porque las reformas iban por buen camino y estaban siendo conducidas de manera certera. Era una nueva manera de enfrentarse a la democracia que era la necesaria para un país que ya no soportaba otra vez la excusa del consenso en pro de un relato que solamente conviene a los que tienen el poder real. Sin embargo, hoy podemos pensar que el partido del orden ha llegado y junto con eso limpiará toda secuela del pasado gabinete, incluso los avances y las formas que parecían violentas al empresariado por el sólo hecho de que no estaban acostumbrados a una democracia con contrapeso.
Con Burgos a la cabeza, la política del gobierno será cada vez centrada en no molestar, en no enfrentar ideas y en no hacer que lo democrático funcione. Las conversaciones llegarán solamente a una conclusión de estabilidad que ronda por las cabezas de quienes manejan la supuesta realidad de este país a su antojo.
Se dice que el nuevo ministro será más dialogante, entendiendo el significado del diálogo en estos últimos veintitantos años. Es decir, una persona que sea capaz de dar garantías solamente a un sector, a una manera de concebir Chile sin así poder hacer posible que dos formas se enfrenten y lleguen a una conclusión democrática.
Es precisamente el problema de este nuevo orden: se confunde conversar con transar sin antes plantear sus ideas. Sin antes entender que el debate consiste en llegar a un acuerdo real y no entregarse sin antes haber instalado sus visiones de manera potente, inteligente y -por su puesto- democrática. Siempre democrática.
Comentarios
12 de mayo
Simple. No estoy de acuerdo con tu análisis.
0