Retomando lo que planteé en
mi entrada anterior, se podría decir que en la actualidad todos hablan de democracia, la exigen, la claman, la cuestionan, proponen mejorarla, reconstruirla, instaurarla. Todos somos demócratas. Pero como plantea Sartori, para debatir sobre democracia hay que tener presente que hay un ideal democrático y una democracia real que están en constante tensión, y que hacen de ésta un elemento perfectible.
No obstante, el concepto de democracia se ha convertido en un significante vacío. Aunque muchos hablan de democracia, la mayoría tiene un concepto más bien abstracto y no concreto de ésta. Eso incide en que hay juicio de valor sin juicio analítico. Eso lleva a errores conceptuales sobre la democracia, y sobre todo en cuanto a su defensa. Dos de los supuestos falsos más comunes son que la democracia equivale a la omnipotencia del Estado y que la democracia es el dominio de una clase o un líder.
La democracia equivale a omnipotencia del Estado
Frecuentemente se presume que democracia equivale a la existencia de un Estado como una entidad totalizante que absorbe a la sociedad, y desde la cual se impone –por ley o coacción- un modus vivendi, que sería el que la mayoría establece.
Esta idea tuvo su punto más álgido durante el siglo XX, cuando el concepto de democracia estuvo en el fragor de la disputa ideológica, y se ligó con la idea marxista de dictadura proletaria, que implicaba que la democracia liberal como parte del dominio burgués debía ser reemplazada, una vez establecido el control “revolucionario” del Estado, para instaurar un orden totalmente nuevo, el dominio proletario. La dictadura ya no sería provisional -ejecutiva- como en el uso clásico sino soberana -ejecutiva, legislativa (Carl Schmitt).
Pero es errado confundir democracia con estatismo o monopolio del poder, porque la democracia implica, según Tocqueville, la necesaria existencia de un pluralismo asociativo, es decir, una sociedad civil activa, plural y tolerante, donde mayorías y minorías puedan expresarse pacíficamente y con libertad sin temor al Estado. Para ello es importante establecer límites al poder político y estatal. Se hace necesaria la separación de poderes que planteaba Montesquieu, quien decía: “Para que no se pueda abusar del poder es preciso que el poder frene al poder”.
Y aquí surge un principio clave de la democracia, el Estado de derecho, entendido esencialmente como el gobierno de las leyes -igualdad ante la ley (ya desde
Pericles)- y “la subordinación de todo poder al derecho” (Bobbio). Es decir, ningún gobierno tiene el derecho -a través del Estado- a disponer de nosotros como se le antoje, aunque diga hacerlo a nombre del pueblo, la patria o lo que sea. Hay derechos que permanecen en cada individuo, como
la autoposesión.
Eso es esencial para separar democracia, entendida como
poliarquía (instituciones políticas democráticas) de la autocracia –el imperio de los hombres o el capricho personal.
Alain Touraine, entre sus requisitos para una democracia considera necesaria la separación entre Sociedad Civil y Estado, y la existencia de diversos grupos de interés. Ergo, la existencia de un espacio político reconocido e independiente del Estado, la ciudadanía. Como se ve, el error sería creer que la democracia implica una racionalidad absoluta del Estado. Esa creencia no desarrolló más democracia en la URSS, sino un Estado burocrático monopólico y luego totalitario, sobre la vida de los individuos.
Como decía Rudolf Rocker: “La dictadura puede suprimir una vieja clase, pero siempre se verá obligada a acudir a una casta gobernante formada por sus propios partidarios, otorgándoles privilegios que el pueblo no posee”. Una minoría privilegiada que controlaba el poder y una masa empobrecida (Trostky).
La democracia como el dominio de una clase o la autocracia de un líder
Muy ligado con el error conceptual anterior, está el de ligar democracia con caudillismo (algún tipo de dominación carismática) o dominio de una clase, basado en el mito de que el líder o un clase en específico, captan o representan mejor que el resto, la voluntad popular. La democracia es contraria al
culto a la personalidad.
Esta confusión se acentúa sobre todo en momentos de cambio o transformación donde se cuestiona el orden y poder imperantes, y proliferan diversos líderes que buscan monopolizar las demandas y con ello los liderazgos y el poder, ya sea mediante formas pacíficas o violentas.
En ese sentido, la lucha por la democracia -ya sea para instaurarla, ampliarla o defenderla- siempre conlleva el riesgo de derivar en una nueva tiranía, sobre todo si no existen ciudadanos celosos de sus espacios de libertad individual, como para evitar su desarrollo.
Porque esos líderes “revolucionarios, demócratas, liberales o progresistas” tampoco son inmunes a
la ley de hierro de la oligarquía, es decir, tienen igual peligro de convertirse en los nuevos opresores (aunque digan que su poder es provisional) mediante auto investiduras y un creciente culto a la personalidad, donde nadie puede cuestionar las decisiones del líder porque es supuestamente el más sabio, moral, intelectual, técnico, iluminado, etc.
Bajo esa lógica, las democracias tienen el riesgo de convertirse en
democracias cesaristas (Weber), donde los ciudadanos prácticamente no pueden cuestionar a los gobernantes, que a la vez buscan mediante diversos mecanismos y subterfugios perpetuarse en el poder porque se consideran los únicos capaces de ejercerlo. Ejemplos de ellos son el despotismo ilustrado y las vanguardias revolucionarias.
Contrario a lo anterior, la democracia implica un derecho esencial, que Dahl plantea en su poliarquía: el de oponerse a los gobernantes y sacarlos de sus cargos con el voto. Por tanto, como plantea Sartori, no son legítimos las auto investiduras ni el poder que derive de la fuerza.
Implica el traspaso constante y pacífico del poder. Ergo, obliga a un sistema electoral competitivo, abierto, donde todos los ciudadanos pueden acceder a cargos de representación y nadie es dueño de un cargo de representación o decisión. De lo contrario, se produce nepotismo, plutocracia o partitocracia.
“Todo dictador, por benévolo que pudiera ser, usurpa las responsabilidades y, con ellas, los derechos y los deberes de todos los demás hombres. Esta es una razón suficiente para decidirnos por la democracia -vale decir, por un gobierno cuyas leyes nos permiten incluso destituirlo. Ninguna mayoría, por amplia que sea, puede sentirse calificada para deshacerse de esas leyes.” Karl Popper.
Reflexión final
La sustitución de la democracia representativa por la directa es difícil en las grandes organizaciones, pero se pueden establecer formas mixtas, que permitan mayor ejercicio de la última a nivel local, como el sorteo de cargos y un mayor federalismo. En ese sentido, la democracia liberal y la democracia participativa son complementarias (Held).
Estamos en una fase esencial. Ya no basta exigir un Estado democrático, se debe promover siempre pacíficamente, una sociedad democrática, abierta. Por eso, es clave tener presente qué es democracia y qué no.
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Comentarios
31 de mayo
Buenas (y muy fundamentales) columnas.
Para el tema de democracia directa recomiendo el recientemente públicado libro del profesor Altman: Direct Democracy Worlwide, que hace una de las mayores contribuciones teóricas dentro de la disciplina de la ciencia política.
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28 de agosto
Todo me sonó a república, nada a democracia.
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