De tanto invocar al diablo, al final se aparece. Lo mismo sucede con los terremotos, las tormentas, las crisis, las dictaduras. Toda desgracia –independiente de su magnitud– posee su profecía autocumplida; es cosa de decretarla para que en un santiamén se materialice. En política, todo el mundo sabe cómo acaban las cosas cuando se tensionan los extremos: se hunde el centro y todo se va por el sumidero; de ahí al caos, hay un solo paso. En la fisiología ocurre igual, cada vez que se rompe la homeostasis, el organismo falla, y luego colapsa. Hace 42 años Chile ya vivió esa tensión destructiva. El resultado es conocido: quiebre de la democracia e irrupción de una dictadura. El ciclo se completa guardando los fusiles y reponiendo la política como relato.
El problema es que, lejos de convertirse en un acontecimiento traumático para los derrotados, y por tanto, irrepetible, el golpe de Estado de 1973 siempre ha contado con la devoción de casi la mitad de los chilenos, que vieron en él su oportunidad de venganza y progreso; en Chile las controversias se resuelven por la razón o la fuerza, de modo que el autoritarismo es una posibilidad heráldica, es decir, el golpe siempre ha estado a la mano. Su invocación jamás ha dejado de ser musitada como arma de restitución de intereses afectados.¿Acaso esta democracia, por joven, débil e imperfecta que sea, es un traje difícil de llevar?, ¿tanto cuesta sustentarla, tan estúpida es que no cabe sino hacerle trampas y menospreciarla?, ¿será que los derrotados del 73 ya olvidaron esa dolorosa y sangrienta humillación, a sus muertos e ideales, y hoy, como idiotas, se unen al golpismo larvado y vuelven a exponer al país a una “solución final”?
La paradoja es que, vencedores y vencidos del golpe de Estado, y del Plebiscito del 88 que los redefinió como actores, hoy ambos comparten el mismo ethos sociopolítico y económico, soslayando sus diferencias y acentuando sus convergencias, tras acordar un sistema de control mutuo para administrar el modelo a su conveniencia; de hecho, el mismo consenso (empate permanente, justicia en la medida de lo posible) que en los noventa floreció con el retorno democrático, ha sido el causante directo de la laxitud experimentada por la democracia durante el último cuarto de siglo. Un equilibro que, en todo caso, está colapsando.
La ruptura del consenso de los noventa –administrador exclusivo del timing democrático hasta el presente–, una vez que la corrupción se superó a sí misma, abarcando una transversalidad insospechada, produjo el vaciamiento del sistema, arrastrando a moros y cristianos; dicha ruptura fue como romper un huevo de pescado crudo; todo lo que había permanecido organizado de manera frágil y entrópica, se desbordó, originando la actual hecatombe.
Ese huevo de pescado, que durante muchos años contuvo las iras y las alegrías de vencedores y vencidos, y a ellos mismos con sus bajezas y limitaciones, podría haber sido eterno, pero la codicia y los conflictos internos rompieron su delicada membrana, produciendo la estampida de intereses en diversas direcciones. Cada uno de los intereses de uno y otro bando, hoy está tratando de respirar por su cuenta y riesgo; cada uno está buscando cómo alimentarse; con quiénes agruparse, cómo sobrevivir, qué hacer para recomponer la membrana protectora. El consejo asesor contra los conflictos de interés, el tráfico de influencias y la corrupción –convocado por la Presidenta Bachelet– es el vívido ejemplo de la crisis de credibilidad y deficiencia de la democracia. Desde ya es preocupante el exordio del consejo asesor.
A la luz de la pérdida de contención política que por estos días evidencia el país, aquella que se ha demostrado ineficaz para garantizar la fe pública y los mínimos estándares de actuación de los funcionarios públicos –desde parlamentarios a porteros–, y de la similar inconducta del empresariado, presto a defraudar al fisco y de coludirse con diversos fines para empobrecer aún más a los débiles y desamparados, cabe preguntarse qué suscriptor del consenso noventero, hoy puede percibir el peligro que acecha a Chile.
¿Quién en la izquierda, o en la derecha, hoy es consciente del riesgo inminente que vive el país? Queda claro que ningún actor político hoy logra imaginar hacia dónde puede ser conducido el país mediante el juego de tensionar la democracia, al extremo de llevarla a un nuevo quiebre, como en 1973. Traspasarle la responsabilidad de cautelar la sana preservación de la democracia al sobrevalorado concepto del “empoderamiento social”, atribuyéndole a éste una súper categoría salvadora, no sólo es un imperdonable volador de luces de los cultores del statu quo, sino una irresponsabilidad de marca mayor del gobierno, y de los demás poderes del Estado, en particular, el Congreso Nacional, una de las instituciones más desprestigiadas por dar cabida a innúmeros corruptos.
Un respetado profesor universitario solía comentar con sus estudiantes su experiencia académica durante su exilio europeo. Contaba que mientras cursaba su doctorado en la Universidad de Lovaina, cierto profesor les recordaba a los latinoamericanos presentes en el aula, su vocación por los gobiernos de facto. “A ustedes les agrada el rigor, se sienten bien cuando los tratan a bayonetazos; a los belgas, eso nos molesta. No lo aceptamos”.
¿Acaso esta democracia, por joven, débil e imperfecta que sea, es un traje difícil de llevar?, ¿tanto cuesta sustentarla, tan estúpida es que no cabe sino hacerle trampas y menospreciarla?, ¿será que los derrotados del 73 ya olvidaron esa dolorosa y sangrienta humillación, a sus muertos e ideales, y hoy, como idiotas, se unen al golpismo larvado y vuelven a exponer al país a una “solución final”?
El hijo de la Presidenta de la República –que se arroga el derecho de insultar a una periodista que lo inquiere por los turbios negocios de su mujer–, así como esa pléyade de prevaricadores que habitan los pasillos del poder, o esos ultrapoderosos que nacen, viven y mueren impunes, ¿tendrán la suficiente inteligencia para comprender que hoy los extremos a tensionar no tienen a los partidos políticos a ambos lados de la cuerda, como en el pasado, sino a la sociedad civil hastiada por la desvergüenza organizada y a los corruptos de variada estofa? El mayor paradigma a derrotar hoy día no es la desigualdad –eso es parte del inmodificable ADN criollo–, sino la soberbia de verse como un país que avanza, cuando en verdad, retrocede (hacia 1973). Al chileno le gusta la cosa matizada, golpe a golpe, verso a verso.
Comentarios
13 de marzo
No sé si estoy de acuerdo con la opinión de su amigo, el profesor Tornasol, pero es verdad que los chilenos necesitamos un cambio de conciencia. No creo que uno deba ser «neutral», una cosa es el extremismo de derecha, otro el de izquierda, y hay un tercer extremismo de centro. Pienso que los chilenos somos un pueblo intelectual, que entiende todas las cosas de manera analitica. Carecemos de inteligencia emocional, somos muy buenos para discutir intelectualmente pero carecemos de una comprensión emotiva de las cosas. Asuntos que en cualquier parte son de fácil comprensión, aca necesitan una teoría. Todo es teórico, ideologico, dogmático, como lo es por ejemplo el neoliberalismo chileno, o la izquierda. Viviendo en un país así uno desarrolla mucho la mente, somos «talking heads». No hablamos desde el corazón, somos cabezas desconectadas de la realidad. Muy inteligentes, pero socialmente como amebas. Un prejuicio europeo es pensar que latinoamerica es muy emotiva, llena de papagayos multicolores, yo le diria a su profesor Tornasol que acá los papagayos son grises. Son las 50 sombras de Grey, pero en versión lata. Tenemos todos los tonos de la mente. Lo felicito por su columna, saludos.
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13 de marzo
Interesante artículo. Hay bastante polarización y odiosidad, también hay uno que otro grupúsculo radical, pero no veo ni la mas remota posibilidad de que se repita un escenario como el del 73. La guerra fría quedó atrás, nadie tiene una conducta similar a la de entonces, además cualquier organismo reacciona automáticamente para prevenir una experiencia traumática después que la ha vivido, supongo que en una sociedad ocurre algo parecido.
Saludos
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14 de marzo
Voy a ser inusualmente pesado, pido disculpas de antemano.
Los robos en democracia y los bluff sobre probidad nada tienen que ver con la dictadura y perrochet (pa que no me creas momio)
Realmente tus ideas constrictivas se pierden en la remembranza de una nefasta historia archiConocida
Me dio lata leerla, así que la leí de nuevo y me dio más lata
Divide el texto (yo lo hice) y verás que seguir el discurso polarizado afecta tu visión de futuro.
(Puedes tenerla y te lo respeto, pero mezclando das lata y te pierdes)
Eso
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