Hace un mes comencé un duro trabajo, levantar la candidatura de Beatriz Sánchez. Vivo en Lo Prado y soy militante de base en Revolución Democrática desde que se inició como partido. Trabajo en una Fundación que lucha por mejorar la Educación de Chile, mis funciones son administrativas. Mis horas son extenuantes cada día, porque tengo múltiples actividades que consumen mi vida, últimamente veo poco a mis hijos adolescentes, y mi casa suele ser un desastre, ya que sin mamá la organización suele salirse un poco de control, pero nada que no nos permita vivir nuestra vida normal y cómodamente.
Llego a pegar afiches a los ghettos donde carabineros no puede entrar, sintiendo las miradas de los microtraficantes que me saludan, les respondo con una sonrisa.
Si bien ya terminamos la recolección de firmas para militar en RD, hoy estamos en pleno proceso de encuentros programáticos del Frente Amplio. Todo Chile se moviliza a estas reuniones a plantear lo que esperan del próximo programa del presidente o presidenta, y sus diputados o diputadas. Es un hito histórico, nunca antes vivido, construir el programa participativamente. ¡Me alegra! Convocamos por las redes sociales, por mail, llamando a nuestros compañeros militantes, repartimos folletos informativos, es abierto a quien quiera llegar. Todo es a pulso… en el día a día, con esfuerzo, después de trabajar.
Acá en «Barrancas», Lo Prado y Cerro Navia, no suele suceder que podamos discutir lo que nuestros dirigentes políticos harán, y menos aún convocar a los pobladores, gente común y corriente de los que me siento una más, somos vecinos. A pesar de la desesperanza doy la batalla física de extender mi jornada de trabajo hasta por 18 horas. Siento que nuestra realidad no da más, y el esfuerzo bien vale la pena. Si no es ahora ¿Cuándo? Si no somos nosotros ¿quién?
Llego a pegar afiches a los ghettos donde Carabineros no puede entrar, sintiendo las miradas de los microtraficantes que me saludan, les respondo con una sonrisa, les pido permiso para pegar unos panfletos del encuentro programático. Me reciben amablemente y leen la información, sin mucho interés. El ambiente delata el alto consumo de drogas, miro por entre las rejas estos blocks de viviendas sociales, los departamentos no deben tener más de 3 metros de frontis. En los pasillos todos cuelgan sus ropas cuales banderas de su dignidad. Los gritos cruzan de un lado a otro, la música no es tan estridente, no tanto como los gritos de una mujer que reconozco, es la que vende empanadas en la feria a la que voy los sábados. Conversamos un rato con los vecinos y vecinas, les digo que vengan mañana, que es importante. Tengo esperanza de que en ese sombrío lugar que es su hogar, exista una familia que sueñe, niños que necesiten salir adelante y vean nuestro afiche, padres, madres, hermanos que entiendan que entre todos lucharemos por nosotros mismos, sueño que aún tengan fe y esperanza en superar este otro Chile, este Lo Prado que duele.
Me despido, tomo mi bicicleta, y emprendo el retorno a casa feliz de haberles visto, el viento golpea mi cara. Al llegar a casa abrazo fuerte a mi hijo, le pido un pancito y un té, para soportar mi cansancio. Me derrumbo en el sofá y me pongo a llorar en silencio, me duele que me llamen extremista por soñar que otro Chile es posible. Me duele Lo Prado y lucharé… Seré extremista, es verdad, pero en trabajar por el sueño de cambiar Chile!! y se que somos miles…
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