Hoy en día, nos suele resultar ajena la pregunta por la naturaleza de la política, y en consecuencia solemos pasar por alto algunas preguntas fundamentales a la hora de querer ordenar la comunidad política en vista al bien común. Ejemplo claro de esto son las campañas políticas, cuyo foco está centrado en un conjunto de propuestas programáticas de gobierno (evidentemente esto es necesario), pero los fundamentos que sostienen las diversas propuestas en el mejor de los casos son tocados tangencialmente. De este modo, la política opera en la actualidad como una técnica cuyo fin es ordenar la sociedad, desarraigada de una reflexión moral y metafísica. Ahora bien, ¿cuál es el problema de esto? ¿Por qué importa reconsiderar el valor de la filosofía en el ámbito político? ¿Cómo debemos ejercer nuestro papel dentro de la comunidad? La respuesta a estos problemas no es sencilla, pero permítanme hacer algunas breves observaciones al respecto.
Platón en su libro República, con su particular estilo, afirma que “a no ser que los filósofos sean reyes en las ciudades, o los que ahora llamamos reyes y señores filosofen con integridad (…) Tampoco la organización política que acabamos de describir en el plano argumental será posible hasta entonces ni verá la luz del sol” (473d). En otras palabras, la actividad política no puede ser ajena a la filosofía, al contrario, una sana política requiere de un gobernante apto para filosofar. El motivo de esto es simple, la política convive constantemente con realidades propiamente filosóficas, tal como los conceptos de bien, verdad y justicia. Incluso, aunque podamos gobernar sin tener una idea clara sobre la naturaleza de la justicia y el bien, de igual modo toda acción política siempre presupone tales concepciones. Por eso, cada vez que intentamos marginar la discusión de índole filosófico del debate público, no estamos eliminándola de la ecuación, sino que simplemente ocultándola. Así, se vuelve necesario que el gobernante filosofe, pues su actividad presupone una serie de ideas que sólo son entendidas realmente a la luz de la filosofía, y si no quiere actuar a ciegas debe volverse consciente de aquellos principios que operan como presupuestos de su doctrina.Quizás antes de exigir más y más derechos, la primera gran exigencia que se le debería hacer a todo aquel que pretenda ocupar un cargo público es la simple ¡y tan necesaria!) tarea de pensar.
Ahora bien, podríamos agregar un segundo elemento, a saber, el papel de la ciudadanía porque no basta con que reflexione sólo la clase política, para que funcione el sistema también necesitamos volvernos conscientes de la complejidad del entramado social. Bajo esta lógica, vale la pena recordar algunas enseñanzas presentes en la famosa alegoría de la caverna de Platón, en la cual deja una serie de principios políticos por los cuales podemos organizar y entender la comunidad. Sólo por mencionar algunos tenemos, en primer lugar, la importancia de comprender los fundamentos de la realidad, pues ahí podemos hallar los criterios para determinar la validez o invalidez de nuestros discursos. En segundo lugar, el papel activo que debemos tener como ciudadanos, pues no basta con saber la verdad, sino que también debemos comunicarla. En tercer lugar, también es importante la manera en que enunciamos el mensaje, pues la gente cegada por sus ideologías puede censurarnos, e incluso atacarnos. Tener en cuenta estos principios nos permiten visualizar las responsabilidades que tenemos como miembros de la comunidad.
Dicho esto, nuestra misión política es doble. Por un lado, exigirles a nuestros lideres políticos un discurso de calidad. Por otro lado, darnos el tiempo para reflexionar y dialogar sobre política, pues comprender los fenómenos políticos, implica no caer en lecturas infantiles de éstos. Verbigracia, reducir las presentes candidaturas al fascismo o al comunismo denota una falta de comprensión de la realidad política. Debemos tener mucho cuidado al discutir con fantasmas pues los fantasmas no hacen política.
En consecuencia, no parece tan descabellado tener al rey filosofo como paradigma del buen gobernante, y aunque sea difícil, quizás antes de exigir más y más derechos, la primera gran exigencia que se le debería hacer a todo aquel que pretenda ocupar un cargo público es la simple (¡y tan necesaria!) tarea de pensar. Pero ¿sobre qué? Sobre todos los presupuestos éticos, antropológicos y metafísicos que se ocultan detrás de toda teoría política. No obstante, para llevar a los filósofos al poder tenemos que empezar nosotros por aprender a filosofar. Si no somos capaces de ello, las herramientas que tenemos para elegir a nuestros lideres políticos se vuelven inútiles. La tan despreciada y olvidada filosofía conforma parte esencial de los seres humanos, pues una de las múltiples utilidades que tiene, es permitirnos elegir con criterio a nuestros lideres. Así, ad portas de las elecciones presidenciales es menester reflexionar sobre los fundamentos del orden político, y al mismo tiempo no olvidar nuestra responsabilidad como miembros de la comunidad.
Comentarios
10 de diciembre
En un regimen totalitarista no se permite pensar ni opinar, para reflexionar en casa.
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