El viernes nos juntamos vía internet con unas amigas, y comenté lo molesta que estoy con la gente que está manifestándose, porque ya no tiene sentido, hace mucho que eso de salir a la calle es algo que perdió el efecto y solo es algo molesto. Obviamente discreparon conmigo, aunque como son amigas mías me argumentaron por qué no están de acuerdo, y no actuaron como muchos en redes sociales que se limitan a insultar. Y aunque concordé en algunas cosas, hay una que me siguió rondando, porque una de mis amigas me señaló que como no nos habían escuchado en todos estos años, era necesario actuar con estas movilizaciones. ¿De verdad la clase política no nos ha escuchado?
Porque sí, sí lo han hecho. De hecho, la tónica de la clase política chilena (y también en otros países) ha sido precisamente esa, darle al pueblo lo que pide… Siempre y cuando sea para su conveniencia.
No han escuchado a Gendarmería y sus años de demandas. No han escuchado a los trabajadores de la salud y sus años de demandas. No han escuchado a los profesores y sus años de demandas. Ni a los jubilados. Pero sí han escuchado a la masa chillona que sale a la calle a gritar. Y le han dado a esa masa lo que quiere. ¿Cómo qué? Como que el voto fuera “voluntario”.Si realmente queremos cambios, y vaya que los necesitamos, tenemos que dejar de ser ilusos, y ser ciudadanos responsables y realmente informados, y ejercer como tales.
Esa masa chillona, durante años, llamó a no votar. Según esa masa chillona, el voto obligatorio implicaba castigar la libertad de pensamiento y acción, era una forma de ser “parte del sistema”, y toda una gama de palabrería que esa misma gente, que el domingo pasado llamaba a votar, gustó de creer, porque se ajustaba a sus ideas preconcebidas. Nunca entendieron, y no lo hacen ahora, que el voto es un “deber”. O sea, sí, es obligatorio, porque es nuestro deber como ciudadanos votar. Lo que hacía la ley electoral, que tanto les disgustaba a la gente que ahora marcha con tanta energía, era indicar cómo ejercer ese derecho, que era mediante la inscripción en el Registro Electoral. Gracias a ese Registro estaba claro quiénes votaban, y no se armaba el desastre como que el Presidente Salvador Allende aparecía como votante. El Registro Electoral además permitía tener claro cuánto efectivamente costaba una elección, porque al tener una lista de votantes el presupuesto a asignar estaba más definido. ¿Cuál era el problema? Que, si uno se inscribía, cuando no se ejercía el derecho-deber de voto se arriesgaba a multas. Pero seamos honestos, quienes llamaban a no votar ni siquiera estaban inscritos en el Registro Electoral, entonces ¿en qué les afectaba la multa, si nunca tuvieron intenciones de no votar?
¿Por qué la clase política acogió la demanda de esa gente, que nunca quisieron votar, para que el voto fuera voluntario? Porque el sistema los traicionó. El Registro Electoral indicaba quienes estaban dispuestas a ejercer sus deberes ciudadanos. Y los electores cada vez estaban más y más molestos, porque cada candidato era peor que el anterior gracias a los turbios manejos partidistas. Así que comenzaron a votar en blanco o anular. Los que no votan no apreciaron lo que eso significaba: es voto censura. O sea, yo, ciudadano, no te apoyo. Me levanto en la mañana, voy al local de votación, hago la fila, ejerzo mi derecho y voto en blanco o nulo. Y el voto en blanco o nulo iba creciendo. ¿Qué era más fácil? Ampliar la base electoral, hacerla difusa. Y fue exactamente lo que la clase política hizo.
Entonces, gracias a la masa chillona, la clase política no tuvo que renovarse, ni tuvo que esforzarse, ni tuvo que hacer nada. Porque les basta con leer las redes sociales, repetir lo que dice la gente ahí, y listo, cuando el problema no era si el voto era o no obligatorio. Lo que muchos electores debatíamos no era lo desagradable que es levantarse por la mañana de un día caluroso para ir a votar, sino el turbio muñequeo que si alguien de una lista obtenía el doble de votos entonces arrastraba con él a su compañero de lista, aunque tuviera escasos votos, o que se considerasen solo “votos válidamente emitidos”, y no hubiera un porcentaje de legitimidad al respecto. Y, sobre todo el segundo vicio, la ley electoral casi no ha cambiado. Y no cambió porque la clase política no escuchó a los electores, escuchó a la masa chillona que no quiere votar, que no le interesa votar, porque les beneficiaba. Y nos perjudicaron a los que sí somos electores responsables.
Y la prueba de ello la tuvimos el 2013.
¿Lo olvidaron? Oh, claro que lo olvidaron. Hubo una campaña, AC, Asamblea Constituyente. Se llamó a que los ciudadanos actuaran en la elección presidencial celebrada el 17 de noviembre de ese año, marcando con las letras AC para exigir una Asamblea Constituyente en los votos, y así dejar testimonio oficial de cuántas personas realmente exigían que se redactase una nueva constitución. ¿Recuerdan quiénes eran las candidatas? Michelle Bachelet y Evelyn Matthei. Sí, la misma Bachelet que ahora dice que está por el Apruebo. ¿Dónde estuvo la masa que ahora esta tan enfocada en el plebiscito del domingo? Estaba en la playa. El 10% de los que fuimos a votar, que somos los que siempre vamos, marcamos AC. Pero el resto, los que tanto “lucharon” por el voto voluntario, se fueron a la playa, y se mostraban en redes sociales burlándose de quienes fueron a votar ese día. Y Bachelet… ¿por qué creerle que está con el Apruebo, si en los cuatro años de segundo gobierno que tuvo no movió un dedo para convocar a un plebiscito? 10% de los electores, de la gente que vota, quería ese plebiscito. Gente que no estaba actuando anónimamente en medio de una marcha, sino en una votación, exigía una Asamblea o que al menos se gestara el debate. Y no lo hizo, porque no le convenía, ya que lo que no queríamos ninguno de los que votamos AC era que estuvieran involucrados directamente ni partidos políticos ni menos el Congreso.
Y volvimos a tener la prueba el 2019. Porque los mismos que votamos el 2013 lo volvimos a hacer el 2019. ¿También lo olvidaron? La Consulta ciudadana del 15 de diciembre. La masa chillona salía a la calle desde el 18 de octubre exigiendo cosas. Pues la Asociación Chilena de Municipalidades llevaba muchos meses preparando un plebiscito, que además iba a ser algo inédito porque se pudo votar electrónicamente. O sea, no había que salir a la calle en un día caluroso, no, bastaba con ingresar a la página habilitada y votar. 2.5 millones de personas lo hicimos. De una masa electoral de más de 6 millones de personas de las 225 comunas donde se realizó la votación (considerando que dentro de esas comunas estuvo Puente Alto, y La Florida, las que son las más habitadas del país), solo voto 2.5 millones. ¿Dónde estaba el resto, el que está “tan preocupado” por la marcha del país, el del “Chile despertó”? Ellos estaban durmiendo ese día, porque ni siquiera pudieron tomar su celular para votar. Gente en Las Condes y Vitacura, donde se excluyó el tema constitucional, se agruparon en cabildos autoconvocados e instalaron una urna simbólica frente al municipio con las preguntas faltantes en la consulta. Pero varios de los que salieron el domingo pasado a recordar la “gesta” del 18 de octubre de 2019 no tomaron su celular el 15 de diciembre para votar.
Y ese día, el 71% de los que votamos exigimos “una convención constitucional integrada en su totalidad por ciudadanos/as electos íntegramente para este efecto”.
Ahora, el domingo 25 de octubre de 2020, nos encontraremos con una papeleta en que sí o sí tendremos parlamentarios en la convención. No los queríamos, votamos dos veces que no los queríamos. Pero, gracias a la masa chillona, que ha hecho ruido y ruido y no cesa en su empeño de hacer ruido, lograron colarse. Porque si la masa chillona se hubiera dedicado a realmente ejercer como ciudadanos, habríamos cerrado totalmente esa puerta sobre todo el 2019. Si más de 4 millones de personas hubieran votado, y era tan fácil hacerlo, la clase política se habría pensado mucho mejor si permitir o no congresistas en la Convención. Pero no lo hicieron. La masa chillona que sale a la calle a hacer ruido no estuvo el 2013 y no estuvo el 2019 cuando realmente importaba. Y ahora, si queremos una nueva Constitución, habrá que soportar a congresistas. Y lo peor es que se arrogaran el “éxito” si gana el Apruebo, tanto los congresistas, los partidos políticos y la masa chillona, cuando en realidad este plebiscito se ha logrado a pesar de todos ellos, no gracias a ellos.
Bertolt Brecht lo dijo con claridad “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política, y. no sabe que de su ignorancia nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”
Salir a la calle a gritar y marchar no funciona, dejó de funcionar en 1989, cuando cayó el Muro de Berlín y fue la última vez que salir a la calle tuvo efectos. Las marchas ya no transforman a la sociedad, solo favorece al populismo. Y en los últimos años han servido también a los otros delincuentes. Pero lo peor es que estas manifestaciones masivas dan una falsa idea que las personas tienen poder por salir a gritar, lo que no es real, es una fantasía en que creemos que es posible la democracia saliendo a la calle sin un plan o demandas concretas y que las protestas callejeras basadas más en las redes sociales que en la organización política es la manera de cambiar la sociedad. Si realmente queremos cambios, y vaya que los necesitamos, tenemos que dejar de ser ilusos, y ser ciudadanos responsables y realmente informados, y ejercer como tales. Dejar de pensar en nuestra gratificación instantánea, que es tan típica de las marchas. Pero no lo harán ¿verdad? Porque el esfuerzo de ser un verdadero ciudadano es mayor que el salir el fin de semana a chillar a Plaza Italia. Es más fácil fingir ser un ciudadano que serlo realmente. Y por eso, más de 1000 años después, el pan y circo sigue siendo tan útil a la clase política.
Comentarios