En una columna titulada “El Chile que todos queremos”, en El Mostrador, el columnista, opinólogo y experto en defender la dictadura, Hermógenes Pérez de Arce, explotó su faceta futbolística al hablar del partido entre Chile y Ecuador en el marco de la Copa América. Como era de esperar, sus opiniones no se centraron en el juego, ni menos en las debilidades y virtudes del equipo nacional. Para eso están otros, debió haber pensado. Él quería hablar de la sociedad chilena o al menos de esa que espera que exista. Una especie de proyección clasista de lo que estima conveniente que Chile se transforme.
En su texto, Pérez de Arce se alegra de que las entradas para ver el partido en cuestión hayan sido tan caras ya que lo encuentra una manera de ir definiendo la calidad de personas que pueden ver o no a ver un partido. Según su visión, el Chile que quiere es ese ABC1 ya que el resto es simplemente caos y violencia. O para decirlo de manera más cruda: los otros son parte del «rotaje», de los que molestan a quienes se jactan de ser decentes, buenas personas y sobre todo-esto es lo más importante- pertenecen a la “libertad educacional” que vendría a representar una educación particular pagada. Esa educación que, al igual que las entradas, segrega y ha convertido a la educación en un club social más que un lugar en donde la gente deba mezclarse. Porque mezclarse es malo. Es ese Chile que Hermógenes no quiere.El Chile verdadero no es caos. Y si lo fuera, sería precisamente a raíz de todos esos vicios que en la columna mencionada son calificados como virtuosos. Todos esos vicios que radica en un desprecio que se fundamente en el miedo y en la aniquilación del otro que no se parece a mí.
Resulta interesante que el ex columnista de El Mercurio haya hablado de la educación y de quienes pueden asistir a un estadio debido al dinero que poseen. Porque eso es precisamente la crisis moral que ha padecido Chile por años: los que no pueden pagar no pueden asistir a privilegios que todo ciudadano debería tener como mínimos, ya que todo, absolutamente todo se mide con tal de que nos alejemos, de que no nos miremos y solamente sigamos asustados unos de otros sin siquiera poder saludarnos.
Lo que sería bueno recordarle a este caballero, es que en nuestro país el privilegio de algunos no garantiza que sean mejor educados que los que son desterrados por no pertenecer a lo que nuestra mentalidad de hacienda establece. Los colegios de esa educación particular tan elogiada por Pérez de Arce muchas veces-al igual que las entradas- no son más que un negociado que sirve para que un par de personas se enriquezca. Sin olvidar también que sirven como incentivo para que una elite siga aumentando su conciencia de clase y disminuya-más aún- su contacto con la realidad; con el Chile que verdaderamente tenemos, no con ese que inventa este fan numero uno de Pinochet.
Me refiero a ese país que sigue clasificando a la gente según su proveniencia, pero de manera soterrada y canalla. Porque sería bueno preguntarle a Hermógenes qué piensa de Vidal, Medel y Sánchez entre muchos otros, quienes tal vez le hablarían de ese país de desplazados y estigmatizados que si no fuera por el fútbol seguirían sufriendo. Ese país que Hermógenes aplaude y que espera que se expanda, pero que las familias de los jugadores señalados debieron resistir con fuerza frente a toda la adversidad de un contexto que estaba hecho solamente para quienes hoy los aplauden en el Estadio Nacional.
El Chile verdadero no es caos. Y si lo fuera, sería precisamente a raíz de todos esos vicios que en la columna mencionada son calificados como virtuosos. Todos esos vicios que radica en un desprecio que se fundamente en el miedo y en la aniquilación del otro que no se parece a mí. Del que atenta en contra la simulada visión que tengo de mi persona, en este relato lleno de simulación.
Comentarios
21 de junio
En mi caso leí la columna en El Mostrador y se desprende de ese autor una visión bastante elitista de la sociedad, diríamos excluyente, pero leyendo esta otra columna, veo la otra visión, la visión más en boga, más políticamente correcta, algo me dice que ni una ni otra es lo que somos ni queremos. No somos ni una encopetada clase europea, o centro europea, ni la muchachada indigenistas de barriadas colectivas, somos otro invento, probablemente uno por descubrir.
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