Hay, al menos, entre nosotros, dos modos de concebir lo libre de la libertad. Y esto es decisivo al momento en que quisiéramos optar por la fundamentación de su rechazo o alguna justicia de su existencia.
En otra columna, he hecho disputar ciertas formas de la necesidad natural y de los modos de la dominación con una percepción de las libertades como posibilidades propias de la inmanencia, el caos o lo inesperado, y con los testimonios de las transformaciones y la novedad en la existencia histórica tanto colectiva como en la biografía personal. Hemos recorrido lo que encadena por todos lados, en todos los tiempos. Y la permanencia de lo que siempre también puede darse, y se da, de otros modos. El universo de las cosas y el devenir humano finalmente como las cuestiones de un túnel –cerrado, pero que también puede conducir hasta ciertas plenitudes de los cielos–, o como las cuestiones de una pradera, de varias praderas, en que las mañanas se inician de incógnitas y los atardeceres pululan con soles de diferentes colores.
Hay, al menos, entre nosotros, dos modos de concebir lo libre de la libertad. Y esto es decisivo al momento en que quisiéramos optar por la fundamentación de su rechazo o alguna justicia de su existencia.
[email protected] piensan lo libre, o lo encuentran, desde definiciones. Su forma más precisa consiste en determinar lo que llaman: esencia de la libertad. En filosofía, en ciertas filosofías, lo que se logra es un concepto de ella, y buscamos el concepto más coherente, lógico y verdadero de la libertad. Incluso entonces, para [email protected], la libertad se identifica con una manera muy privilegiada de la verdad misma. Así, el humano en su libertad efectiva se dice, se hace, “auténtico”.
Lo libre concebido desde las determinaciones conceptuales presupone principios válidos y aceptados. Por ejemplo, el principio que dice: somos seres racionales. O que, en nuestra esencia, nos preside un asunto de razón. Entonces hay razón de la libertad –que también es la libertad de la razón. Podemos lograr, o necesitamos lograr, en este modo de lo libre, una definición substantiva, no contradictoria, de las notas esenciales de la libertad. Y de sus determinaciones primeras deducir proposiciones para juzgar, aquí o allá, respecto de las muchas cosas del mundo, lo que es libre de lo que es dominación, y así lo declaramos. Lo que es de lo que no es, la libertad.
Y podemos conocer los fenómenos y situaciones del mundo según los parámetros constituidos que nos permiten distinguir lo libre y lo sujeto. O, también, lo abierto de lo condicionado. Y nos parece contar con el derecho de afirmar: ese es libre, esos son esclavos. O: la Naturaleza tiene leyes, las cuales obligan a las cosas y a los mortales. En un universo determinista, podemos decir, no es posible la libertad de lo humano. Y entre las cosas hay unas que son causas de las otras. Y muchas cosas más. Todo esto se nos presenta como la interpretación dominante de lo libre en la cultura moderna y actual.
Hay un segundo modo de concebir y experimentar la libertad de lo libre. Ella proviene de otras tradiciones de pensamientos y prácticas. Por ejemplo, desde algunas propuestas de los viejos/nuevos humanismos en el Occidente. O, como herencia de las experiencias del mundo que hicieron los estoicos latinos del Imperio romano. De alguna manera que debemos pensar más, los tiempos modernos parecieran haberlas rehuido –quizás, precisamente, en virtud de los poderes que éstos han parecido entregarnos.
Lo libre aparece como las experiencias múltiples de la propia creación cultural que va produciendo las transformaciones tan propias, o curiosas, de la historia humana. ¿Que hay libertad? Sería asunto de ocuparse con la emergencia de lo nuevo en el devenir humano. No de alguna muy buena definición de libertad –la más racional, tal vez–, sino del encuentro con las novedades mismas en ciertas experiencias que también podríamos llamar de “lo libre”. Donde sus mismas “definiciones” ocurren en las transformaciones. Apareceríamos libres, desde ya, porque estamos existiendo en esos devenires –y, a cada paso, pareciera que podemos virar el decurso de los acontecimientos. Mucho o muy poco. Pero siempre.
Es decir, no necesitamos saber qué es la libertad en general. No necesitamos una esencia, porque, si hay esencia, ella está ocurriendo ya, antes de pensarla. Que encontramos experiencias, tal vez inevitables, que, por eso mismo, inducen el hacer así o hacer asá. Con permiso o sin permisos. Corriendo todos los riesgos ante las estructuras que, precisamente, han establecido ciertas definiciones de lo que es y lo que no es.
Además, una corriente de lo que se llama hermenéutica, en el siglo XX, ha mostrado –ha intentado mostrar–, las posibilidades de buscar las cercanías y el tomar distancias, entre unas y otras experiencias humanas, individuales y colectivas. Hermenéuticas se dicen ciertas capacidades de interpretarnos. Al modo de estar tomándose libertades para decidirnos a comprender a otro(s). Y al modo de percibir cómo esos otros se han tomado sus libertades en ciertas obras, muchas o pocas, que han emprendido y hecho.
Entonces, hay una libertad categórica que conoce algo como: “eso es la libertad”. Y puede juzgar lo que semeja o difiere de esa esencia. Y hablar de no-libertad. Y de esclavos y sometidos. Como puede ensalzar a aquellos que cumplen las definiciones de la libertad y llamarlos, con esos fundamentos, humanos libres. O instituciones de la libertad general.
Entonces, hay una cosa libre que más bien habría que llamar, en este caso o en ese otro, lo que hace historia colectiva –e inaugura los cambios de mundo que nos muestra la historia del mundo, de todos pueblos y civilizaciones. Habría eso llamado libertad porque, de hecho, ocurre la novedad. Porque algo difiere y el diferir, paradojalmente, se impone. Porque lo bueno mismo cambia de definición en un transcurrir donde suceden cosas inesperadas. O sea, fuera de las posibles esencias que se afirman. Y sin necesidad de definir si eso cumple o no cumple con alguna definición establecida.
Y lo que hace biografía personal. Desde que te pusieron ese nombre o ese otro –habiendo todas las posibilidades de nombres disponibles desde todos los pueblos que ponen nombres. Pero también abriendo eso mismo a todos los nombres que se pueden inventar; eso si acaso podemos haber también los “sin nombre”.
Pareciera que la libertad desde la esencia permite establecer un mundo ordenado para su propio bien –y ante las posibilidades de la entropía. A sus, a veces, consecuencias desastrosas. De otro lado, las libertades descubiertas e inventadas permiten las experiencias dichas originales de estar en el mundo, en lo grande o, más bien en lo chico, de maneras que se quieren y no se obedecen.
Comentarios