Chile está sometiéndose a sí mismo, por sus malas decisiones, a conflictos por dos frentes marcados por la violencia. Uno histórico y uno moderno.
No hay conversaciones con grupos organizados que puedan mermar las crisis, ambas en pleno desarrollo y con amplio gusto de impunidad para los infractores y la opinión pública
La crisis de la Macrozona Sur está marcada por una violencia que ha llegado a límites impensados y el terrorismo parece implacable, tanto así que ni el Presidente a cargo ni el Presidente electo (quien propone ‘parlei’ como un pirata acorralado) dan la talla para resolver el conflicto que lleva en jaque a los gobiernos desde hace décadas.
Cuando fue anunciado el Estado de Sitio, algunos mantuvieron la esperanza de que los atentados disminuyeran, pero cada día nos enteramos de un nuevo acto terrorista gracias a las redes sociales, irónicamente el hábitat natural de millenials que no creen que la imposición de la fuerza del gobierno sea necesaria para mitigar el conflicto (y puede que tengan razón). Pero si nos adentramos al conflicto mismo hablamos de siglos, y de un problema que ni un presidente, ni siquiera una constitución han logrado solucionar a corto plazo. Mientras, cientos de personas (civiles) sufren a manos de paramilitares armados hasta los dientes con plena impunidad.
La verdad es que para terminar el terrorismo hay que ejercer el monopolio de la fuerza (atributo que tiene el Estado) y para terminar el conflicto hay que generar espacios de diálogo, encontrar un punto medio en alguna negociación que mitigue el resentimiento de los pueblos originarios y los reinserte a la sociedad moderna respetando y reconociendo parte de su cultura, y se cree un puente para un intercambio cultural identitario con acceso a una sabiduría ancestral muy necesaria en las sociedades posmodernas contemporáneas.
Por otro lado, la crisis migratoria en el norte está sacando a relucir lo peor de nosotros. El desborde numérico de migrantes, posiblemente gatillado por aquel venezolano que mostró un video en redes sociales sobre cómo migrar a Chile de forma ilegal, nos ha convertido en huéspedes ideales para los desesperados y los delincuentes, con más énfasis en lo segundo.
Esto lleva por lo menos un año, y Colchane lo sabe muy bien, pero como es muy pequeño se le ha dado poca atención, a pesar de que nos dieron todas las señales de lo que está ocurriendo; saqueadores, maleantes, narcotraficantes, etc. Ellos fueron los primeros en sufrir los embates de una fiscalización migratoria inexistente, y esta indignación tuvo que tomar la forma de manifestaciones masivas, algunas incluso violentas que incluyeron la quema de carpas y desalojos públicos para con los migrantes que vivían en las calles. Ante esto la única reacción vista del gobierno ausente (vacaciones) ha sido una conferencia verborreica del Ministro del Interior quien declaró Estado de excepción en la zona, que de poco servirán para la situación actual sin impulsar medidas más profundas, sin contar con la dificultad de frenar la migración ilegal.
Migrar es sólo un derecho en la medida que sea legal. La ilegalidad quita inmediatamente el estatus y los convierte inmediatamente en infractores de normas del país huésped.
Otros inmigrantes como los bolivianos también salieron a protestar en contra de la migración descontrolada, y cómo no, quienes llegaron por las vías aceptadas a este país debieron cumplir con una serie de requisitos y ven esto como una injusticia. Y si a eso sumamos la estigmatización que les están dando de inmigrantes criminales, la desazón aún mayor, mientras escribo esto me voy enterando del asesinato de un camionero en el norte por parte de migrantes que lo arrojaron de un puente, sus compañeros gremiales ya están tomando medidas para forzar la mano del gobierno a tomar acción.
Sin embargo, estas injusticias, como las que sufren los habitantes de la Zona Macro Sur provienen no de malas políticas públicas, si no inexistentes. No hay conversaciones con grupos organizados que puedan mermar las crisis, ambas en pleno desarrollo y con amplio gusto de impunidad para los infractores y la opinión pública.
Y ¿qué esperamos? El presidente actual está de vacaciones aunque pareciera que lleva ausente mucho tiempo más y que hemos estado viviendo bajo un Parlamentarismo de facto, ya el próximo 11 de marzo hará entrega del poder. Por otro lado el presidente electo, aún no asume por lo que tiene las facultades de poco y nada. Lo que Chile espera es que se tome alguna decisión, sea buena o mala, eso lo determinará el futuro, pero ahora mismo Chile se encuentra en tierra de nadie, algo que bien saben los criminales, que si no se confrontan, se harán con ella.
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