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Discursos legitimantes para verdades mutantes: la diestra siniestra

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Una derecha chilensis que siempre ha recurrido a los expedientes de la biopolítica y geopolítica como instrumentos de legitimación, creando enemigos según sus necesidades y proclamando con grandilocuencia la “batalla contra la pobreza”.

Al menos en el papel, la enorme mayoría de chilenos y chilenas que han votado quiere reformar las bases que sustentan gran parte de nuestra institucionalidad neoliberal, intentando rescatar el valor de lo colectivo: cerca de un 65% votó por parlamentarios de izquierda o centro izquierda; 8 candidatos presidenciales apostaban con fuerza a la oposición del actual gobierno; y triunfaron casi todos los líderes de movilizaciones sociales que rescatan la voz de la calle, con mayorías relativas notables. Todos ellos entendieron que tenían que entrar a un sistema electoral inmoral y deslegitimado como instrumento político en democracia, donde muchos han percibido al voto como un mecanismo inútil y estéril. La desesperanza aprendida y la despolitización de los chilenos que ha construido el avasallador neoliberalismo, ha generado un clima de desconfianzas y suspicacias con respecto a todo aquello que se relacione con la política, asimilándola con rechazo e indiferencia, sobreestimando lo individual por sobre lo colectivo.

Parece razonable entonces que esta situación siga dominando la opinión pública y se exprese en una baja participación cívica, donde la premisas de que el país no cambiará gane quien gane las elecciones es reforzada por la existencia de un diálogo crepuscular entre 2 bloques políticos aparentemente sordos, acomodados en una jerarquía oligarca impermeable a la ciudadanía y que juega al condescendiente empate para mantener cuotas de poder. Y a pesar de que tuvimos una gran variedad de candidatos, vendedores de humo, acróbatas de la verborrea insípida y hasta radicales disociados, cada cual con su discurso más menos anti-status quo, la mayoría sigue votando por los mismos discursos. Pero los discursos ya no son patrimonio individual (aunque varios lo pretendan), y ni los absolutismos ni los reflejos emotivos están siendo bienvenidos en ellos. Por otra parte, los análisis racionales y los argumentos de objetividad a favor de uno u otro candidato/partido político se han comenzado a encapsular, perdiendo todo roce con la vida cotidiana, esa que está llena de significancias intersubjetivas.

Llegará este 15 de diciembre y actuaré disconforme con la actual democracia representativa que han creado nuestros políticos, pero no me quedaré en casa esperando a que la derecha chilena más dura, y la elite dueña de Chile que representa, tengan alguna chance de ganar.

Ciertamente pretender que mi intervención modifique esa chance está más cerca de ser un “acto de fe”, pletórico de tripa y corazón, sostenido en la convicción de impedir que la visión de mundo y los discursos legitimantes de nuestra insana elite neoliberal y la derecha “chilensis” sigan prosperando: una derecha que apuesta por mejorar el acceso y la calidad educación, pero que se la vende a la población desde un escritorio de la precordillera del nor-oriente capitalino o desde algún edificio de “Sanhattan”, generando parcelas segmentadas de ciudadanos imbuidos de malestar creciente; una derecha que legitima el derecho a la vida desde la concepción, pero que se ha arrogado también el derecho a decidir sobre la muerte, utilizando sus dispositivos políticos-ideológicos en tiempos de dictadura y negándose además siquiera a debatir sobre aborto y la eutanasia médica; una derecha que enarbola el empleo como motor de crecimiento y bienestar social, pero que precariza la negociación colectiva y el valor del trabajo hasta enterrarlo en el pavimento; una derecha que protege al indolente empresariado aristocrático, pero que en palabras de Riesco, no alcanzan a ser al menos “auténticos empresarios capitalistas, sino grandes corporaciones rentistas”; una derecha que quiere acabar con la pobreza, pero desde su sempiterna mirada de caridad y beneficencia, ampliando artificiosamente la manoseada clase media para solapar y legitimar su acumulación por desposesión; una derecha que aprueba la solidaridad en la Teletón, pero que la desconoce en nuestro sistema de salud y de pensiones, fragmentando e hipotecando la vida de miles desde el nacimiento; una derecha que manipula la seguridad ciudadana y el combate a la delincuencia, pero que se anestesia al momento de reconocer cómo el modelo que defiende genera malestar y delincuencia desde sus raíces.

Una derecha que pregona sobre las libertades individuales a través del bonito disfraz del emprendedor meritócrata e innovador, pero que parece alcanzar sólo para la fiesta del “winner-papurri-perrín”, quienes a su vez se vanaglorian de los beneficios del liberalismo desregulado y chorrean las supuestas bondades del emprendimiento al resto de la población, aunque sólo cuando no altere la estructura de su élite auto-poiética; una derecha que dice promover la calidad y la equidad en salud, pero que limita el acceso a la atención de la misma según la capacidad de pago de las personas y no según sus necesidades;  una derecha que proclama la no discriminación y la no violencia, pero que rechaza la homosexualidad y la autodeterminación amparada en argumentos hediondos a absolutismo religioso medieval; una derecha que ve a la sociedad como un supermercado infinito que produce más de lo que necesita, pero que mella la promoción equitativa del bien común; una derecha que reafirma la “participación ciudadana”, pero que criminaliza los cuestionamientos sociales y las manifestaciones populares que pudiesen socavar el hegemón neoliberal y los pilares elitistas que lo sostienen.

Una derecha chilensis que siempre ha recurrido a los expedientes de la biopolítica y geopolítica como instrumentos de legitimación, creando enemigos según sus necesidades y proclamando con grandilocuencia la “batalla contra la pobreza”, el “combate a la delincuencia”, la “lucha contra el desempleo”, “la guerra contra las drogas”, pero que sin embargo, parafraseando a Bauman, promueve la certeza incierta, la seguridad insegura y la protección desprotegida. Se transforma así su discurso beligerante en uno francamente delirante, tal y cómo es hablar de UDI “popular” o de “Renovación” Nacional.  Una derecha chilensis con una historicidad desmembrada y pusilánime, que describe y evalúa al mundo sólo en escalas ordinales de competitividad salvaje y se adscribe a un moralismo desprolijo para decidir lo que pareciera ser bueno para los demás. En suma, porque nuestra derecha chilensis y su elite siempre han contribuido más a «socializar las pérdidas y privatizar las ganancias», como bien describió alguna vez Galeano.

Y como la derecha dura de Chile probablemente se seguirá mirando el ombligo y no verá sus pies de barro bañados en oro mal habido, desentendiéndose inmoralmente de la ciudadanía que dice servir, prefiero intentar confiar en aquellos que han representado históricamente los intereses colectivos, aunque varios hayan sido corrompidos por el neoliberalismo. Aquellos que administraron por 20 años la cuestionable institucionalidad que nos cobija y que desde el 2011 están dando pie para reconsiderar sus errores y el rol de algunos nefastos personajes de sus filas, integrando la diversidad de visiones y el pluralismo para generar escenarios que permitan acoger y responder a las demandas ciudadanas. No cabe duda que la Concertación, alias Nueva Mayoría, administra el modelito neoliberal que nos dejaron, entre otros, Jaime Guzmán y José Piñera en los ochenta; no cabe duda que los cambios propuestos encontrarán siempre trabas en el Congreso; no cabe duda que existe el riesgo de que los conservadores ultras mutilen los intentos de modificar sus nichos de poder; no cabe duda que las frágiles expectativas ciudadanas erguidas sobre promesas discursivas podrían hacer crisis y derrumbarse al no verse cumplidas, hasta que un nuevo ciclo electoral las reconstruya; no cabe duda que los cambios esperados por los ciudadanos serán en el mejor de los casos incrementales. Las frases de disconformidad y desencanto contra la “Ex Concertación” y la derecha recalcitrante abundan y son necesarias, pero no contribuyen a fortalecer el vínculo entre la crítica al modelo y la participación en el espacio público para modificarlo.

Pero ¿Cómo hacemos dialogar nuestros problemas e intereses privados con los temas públicos? Rescatando la política y la deliberación pública, aquella que parece vetada y sumergida en un profundo sopor.

Quizá quien escribe esté atrapado en una burbuja cultural que persuade a creer que los temas expuestos son relevantes para Chile, pero que probablemente no sean la preocupación de la gran mayoría de la población, ocupada de asuntos cotidianos más urgentes. Quizá estos párrafos puedan perfectamente interpretarse como otro discurso legitimante de otras verdades mutantes, y como una apología a la Nueva Mayoría, a la que algunos llaman el “mal menor”. De eso se trataría el discurso, de intentar legitimar posturas, visiones e intereses, entendiendo que en política, nunca la participación cívica ha asegurado consecución de logros y cumplimiento de expectativas personales. A lo mejor estamos permeados hasta los huesos por la hegemónica subjetividad del neoliberalismo, la misma subjetividad que se ha filtrado por todo el tejido social generando apatía y repudio a la política en tantos ciudadanos, e incluso posiblemente se ha filtrado obsecuentemente en mis palabras.

Quizá Giorgio Jackson y Revolución Democrática, Camila Vallejo y el Partido Comunista, Franco Parisi, Alfredo Sfeir, Mario Horton, Iván Fuentes, Antonio Horvath y casi 2/3 de los votantes chilenos también estén invadidos de tanto neoliberalismo intersticial y queden tildados de inconsecuentes, como si ser consecuente fuese un valor que pudiese ser aislado de las circunstancias que le dan sentido y cambiar de opinión fuese el 8° pecado capital. Levantar preguntas, renovar ideas, proponer cambios y construir posibilidades de acción son tal vez las principales contribuciones de estos ciudadanos, mostrando apertura para el diálogo, la tolerancia y la inclusión de diferencias, erigiendo la oportunidad para conseguir un consenso que considere y garantice las libertades de individuo no como consumo personal, sino sólo como producto del desarrollo colectivo y pluralista de las personas.

Quizá estemos muy alejados de alcanzar el ideario de Rosita Luxemburgo de “un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”, pero el avance contingente que se propone hoy desde la oposición y desde la mayoría relativa de los mismos lograda en el parlamento permita encumbrar algunas esperanzas y sembrar utopías, que permitan redescubrir lo público y lo colectivo como dimensiones necesarias y fundantes de la sociedad a la que muchos aspiramos.

Foto: Colegio Peñalolén –  vanya_fotos / Licencia CC

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Comentarios

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12 de diciembre

Don Sebastián
Más parece médico telépata, se metió en mis cavilaciones y me hurtó las ideas y las llevó al papel magníficamente, yo no lo podría hacer mejor
Un abrazo

Catalina Villarroel Gonzalez

12 de diciembre

Estimadísimo, solo puedo decir que publicaciones como estas no solo aportan por el contenido y el poner sobre el tapete realidades a veces olvidadas u omitidas por muchos, sino que además, en su «acto de fe», concientizan y permiten sentir que no estamos solos; que somos muchos los que creemos que se puede rescatar la política, proponer ideas y trabajar por ello, por mímimo que sea el aporte. No basta solo con quejarse, siempre es tiempo de hacer las cosas bien… Tengo fe, porque existe gente como ud….

🙂

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