Situemos la dignidad en un argumento racional de medios y fines. Una entidad, algo o alguien, es digno en un sentido general si nunca resulta un medio para los fines de otro. En un sentido excepcional también se sostiene una dignidad si, siendo un medio para otro, al mismo tiempo se es un fin para sí mismo. Ejemplos humanos: como trabajadores somos medios para los fines económicos de otros -los de una empresa-. Sin embargo, al mismo tiempo, al recibir un salario por este trabajo, con éste podemos cumplir nuestros propios fines. Algo semejante se encuentra en la relación de padres (en la medida de su responsabilidad) e hijos -los padres son medios de sus hijos (los necesitan), y los hijos son un medio para los padres (los aman)-.
En las relaciones, en sociedades respetuosas de los derechos humanos, las respectivas posiciones de fines y medios son dinámicas y siempre condicionadas.
Preguntamos, ¿puede el argumento de la excepción aplicarse a las relaciones de los humanos con otras entidades naturales, con la Naturaleza? Esto es, ¿podemos afirmar que la Naturaleza, además de resultar un medio para las finalidades humanas -la constituimos como lo que llamamos recursos-, tiene, a su modo, unas finalidades -y los humanos nos constituimos como medios de ella?En las relaciones, en sociedades respetuosas de los derechos humanos, las respectivas posiciones de fines y medios son dinámicas y siempre condicionadas.
Si por nuestros saberes y conocimientos -registrados culturalmente, y de modo principal en las ciencias modernas-, reconocemos en la Naturaleza la vida en totalidad -allí están las formas de la vida, lo inanimado es condición de las vidas, y es elemento que forma la Tierra misma-, entonces como cuerpo se nos aparece una entidad con supervivencia y reproducción. El punto de quiebre de tal argumento, creemos, se basa en la calidad de objetos con que trabajan esas ciencias modernas. Habría que determinar culturalmente esa condición de objeto, y, también, reconocer un saber cotidiano donde esa condición es más débil.
Este paso lo han dado (o lo conservan) los pueblos indígenas, por ejemplo, los pueblos del Sarayaku en el lado este amazónico del Ecuador. En su mundo todas las entidades reconocibles en la Naturaleza -por supuesto, los humanos también-, están investidos de una cualidad semejante de vitalidad, el samai. Así los animales, las rocas y piedras, ríos y aguas, montañas y cordilleras, están animadas por esa fuerza vital -nos recuerda la physis griega-. Así, también, ellos constituyen formas de lo que en el mundo humano se aceptan como familias, con alegrías y tristezas. La totalidad de Naturaleza, como decimos nosotros, se les aparece como allpa-mama. Esto es, en la traducción literal, madre tierra.
Y este allpa-mama tiene identidad de género (femenina); se constituye en totalidad; es generadora de su continuación. Se comprende que ajenos a ella caemos en una nada o somos nadie. En otra traducción es una Gaia o la Gea griega antigua.
En este mundo, de la allpa mama, la reproducción de ella misma, en un sentido preciso, necesita de los humanos, y nos constituimos en medios. Como partes de allpa mama estamos en lo que -de alguna manera- se da como «armonía» de los elementos. Los humanos, mejor dicho los runa amazónicos, continuamos, o no continuamos esta «armonía»; y es tarea nuestra procurar esa continuación. Aparece aquí, en el mundo (cosmovisión) indígena, una concepción de la libertad humana. Se trata de la capacidad de continuar o interrumpir los equilibrios -como decimos nosotros- en la Naturaleza/allpa mama.
Naturaleza/allpa mama se mueve (evoluciona), en el concierto de sus modalidades. No necesaria y solamente las mismas de un elemento de ella como los humanos. El mundo de los modernos y criollos, según eso, se va constituyendo como un desacuerdo respecto de ese movimiento. Para los runa/humanos del amazonas, somos lo que deberíamos llamar agentes de un cierto caos en allpa mama.
La «armonía» amazónica requiere de una responsabilidad humana. Libres como forma única de la vida, allpa mama nos convoca a preferir el equilibrio, a reencontrarlo cuando lo perdemos. Podemos decir que sagrada es esa «armonía», en la medida en que nunca puede desparecer. Puede cambiar -y siempre cambia-, y por eso el humano debe procurar tener conocimiento.
Demás está creo decir que este desacuerdo que va instalando la modernidad en la Naturaleza, lo llamamos contaminación, cambio climático, pérdida de la biodiversidad.
Comentarios
01 de abril
En cierta medida los «Runa» Podemos hacer el bien o el mal con el conocimiento, depende de lo que cultivemos en el corazón. Si pensamos que el agua, como ente viviente, no nos pide nada, sólo debemos mantenerla limpia y encausarla si fuera necesario, aunque sea trabajo habríamos dado con el amor de dios en su creación. Asimismo no debemos maltratarla ni descargar nuestros malos sentimientos en ella agrediéndola, sino más bien bañarnos para limpiar las impurezas de nuestro ser, por ejemplo.
+1
02 de abril
estimado Nicolás, estoy muy de acuerdo contigo
creo que no se trata de definir y distinguir de antemano
qué es bueno y qué es malo
–eso lo definirá cada sociedad, cada época–
más importante es el hecho de poder elegir
la capacidad de darse alternativas
esta libertad respecto de la Naturaleza
es alternativa y cuidado : que se puede alterar
sus ciclos eligiendo una u otra cosa, y entonces
cuidarla de modo que no ocurra que se dé
la situación de una amenaza de destrucción
para nosotros y los /otros en estos mundos
atte., Fernando