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Después de la decisión del PC, ¿qué?

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La condición del PC de casi único partido con presencia efectiva en las organizaciones que conforman el engranaje de los movimientos sociales acentuó su relevancia. Conservará esa relevancia en tanto sea capaz de mantener una presencia efectiva, a través de organizaciones y liderazgos.

El apoyo del Partido Comunista a la candidatura presidencial de Michelle Bachelet ha generado numerosas reacciones. En esta columna me propongo analizar algunas implicancias de este evento para la izquierda, en particular para la izquierda que aquí llamaremos izquierda radical (en términos operativos, el PC y los partidos, minipartidos, organizaciones políticas y personalidades situadas y orientadas a su izquierda).

La opción de los comunistas por Bachelet no es del todo sorpresiva si se considera seriamente la historia del PC. En realidad su decisión actual es coherente con su política desde los años 1930s hasta 1973, período en el que formó coaliciones con partidos del centro- e izquierda y/o fue miembro de gobiernos. La práctica de incidir en gobiernos encabezados por líderes moderados no es en absoluto una novedad o un giro, y en el pasado ésta reportó beneficios (Aguirre Cerda) y errores (Videla). Más recientemente, es un hecho conocido que después del triunfo de Piñera la conducción de ese partido introdujo la fórmula del “gobierno de nuevo tipo”, la que designaba la necesidad de un acuerdo político con la centro-izquierda que, junto con impedir un nuevo triunfo de la derecha,  avanzara sobre aspectos centrales del orden económico y político-institucional, especialmente la cuestión constitucional. Esta fórmula, sin embargo, es el resultado de una lectura sobre el rol del PC desde 1989.

Entre 1993 y 2009, el Partido siempre presentó un candidato propio a las elecciones presidenciales, ya fuese alguien de sus filas (Gladys Marín) o de otra procedencia (Eugenio Pizarro, Tomás Hirsh, y Jorge Arrate). Los resultados de estas participaciones fueron, en forma categórica, magros electoralmente e inocuos políticamente.
Hasta 1999, los votos fueron casi completamente prescindibles en el sistema político. La irrelevancia presidencial sumada a la incapacidad de acceder a cargos electos confinó a este partido a los márgenes del sistema político. En dichas condiciones, el PC se vio relegado a hacer política desde posiciones simbólicas o desde organizaciones sociales como la CUT o las federaciones estudiantiles. Desde que se estrenó el mecanismo de la segunda vuelta presidencial en 1999, la posición del PC cambió en tanto pudo contar con una palanca de incidencia. Sin embargo, fue incapaz de capitalizarla. En efecto, aquel año llamó a anular el voto a pesar de la mínima distancia que separaba a Lagos y Lavín (un representante de la extrema derecha).

En 2005, quiso negociar ciertos compromisos de reforma política para votar por Bachelet en el ballotage, aunque ello implicó un rompimiento virtual del pacto Juntos Podemos que no tuvo consecuencias electorales. En concreto, el hecho es que, desde 1999, el electorado tradicional del PC ha terminado respaldando en la segunda vuelta a los candidatos de la Concertación, sin perjuicio del candidato, de la ambigüedad de sus compromisos reformistas o de su capacidad política efectiva de llevar dichas reformas a efecto.

El incremento de la importancia de los comunistas en el sistema político no ha dependido tanto de un aumento de su caudal electoral, sino que del debilitamiento del clivaje político de la transición. Es decir, el doble proceso mediante el que (a) se debilita la mayoría electoral y sociológica de la Concertación, forjada en el plebiscito de 1988, y (b) la derecha aumenta su potencial electoral. La mayor competitividad entre ambos bloques ha favorecido al PC, al tornar decisiva su votación.

Los partidos políticos articulan, al menos, tres tipos de objetivos: votos, gobierno, e influencia política. El orden de prioridades varía, con lo cual lo que parece obvio (sacar más votos) no siempre es lo más importante. El PC parece decidido a maximizar el rendimiento de su votación tradicional, aprovechando un contexto en el que sus votos se tornan decisivos pues dirimen a favor del candidato de la centroizquierda.

La estrategia de acuerdos instrumentales y/o políticos con la Concertación, que le dieron al PC importantes alcaldías y un aumento significativo de su representación a nivel de concejales a partir de 2005, demostraron a dicho partido que éste era un camino viable para incrementar su representación institucional. Ya se considere el número de representantes institucionales del partido, como la centralidad política del PC en el debate público, es evidente el avance del partido en este ámbito con respecto al período anterior liderado por Gladys Marín.

Ahora bien, ¿qué costos puede acarrear dicha estrategia al PC? En primer lugar, habrá que ver hasta qué punto le afectará la generalización del descrédito hacia los partidos políticos y la política tradicional imperante como estado de ánimo en la sociedad chilena. Esta podría favorecer a candidatos que se presentan como alternativa al establishment. Sin embargo, este tipo de tendencias no son completamente exóticas al sistema político. En el pasado estas permitieron el surgimiento de figuras como las de Francisco Javier Errázuriz, o Marco Enríquez. Lo que es realmente distintivo de la actual coyuntura electoral es el contexto abierto con las movilizaciones sociales de 2011, el que, paradójicamente también favoreció al PC. En forma resumida, el nuevo ciclo político se caracteriza por el ascenso de diversos movimientos sociales, la generalización de formas extra-institucionales de acción política, por la incorporación de nuevos temas y reivindicaciones al conflicto político (orden político y constitucional, derechos sociales), y por la politización y radicalización de diversos actores (especialmente aquellos situados en sus extremos). La condición del PC de casi único partido con presencia efectiva en las organizaciones que conforman el engranaje de los movimientos sociales acentuó su relevancia. Conservará esa relevancia en tanto sea capaz de mantener una presencia efectiva, a través de organizaciones y liderazgos.

Es un hecho que los movimientos sociales han cambiado los términos del lenguaje político, y que muchos que guardaron un silencio elocuente en aspectos tan sensibles como el lucro en la educación, hoy se ven obligados a mostrar disponibilidad para regularlo o acabar con él. El avance de la legitimidad de nociones como la de derechos sociales ha permitido cuestionar los viejos consensos del modelo económico, desde el sistema de pensiones hasta la propiedad de recursos naturales como el agua.
Ello es un saldo positivo de las protestas. La pregunta de todos los grupos que han participado de las movilizaciones sociales es cómo llevar todo esto a la práctica.

¿Cuál será la incidencia electoral, y más generalmente, en el sistema político, del ciclo de movilizaciones actual –que continúa el período abierto con las grandes protestas de 2011-? Al menos dos son los efectos principales que cabría esperar: realineaciones en los partidos existentes, formación/consolidación de nuevos partidos. Los resultados de las elecciones municipales de 2012 no muestran un impacto significativo (la abstención ya venía en alza, y se acentuó debido al carácter voluntario del sufragio), aunque cabe reconocer que las elecciones presidenciales representan, por definición, la madre de todas las elecciones.

En segundo lugar, en la medida que la política extra-institucional ganó amplitud, referencia y poder, las organizaciones políticas del ámbito extraparlamentario también ganaron relevancia. Esta es una dinámica de sinergia conocida por los estudiosos de la protesta social comparada. Grandes movilizaciones pueden cambiar las culturas políticas de referencia en la sociedad, minando las existentes o creando las suyas, en un proceso visto, por ejemplo en Alemania entre 1970-1980 (el partido verde surge de la confluencia del movimiento ecologista y los movimientos vecinales de las grandes ciudades, terminando con el bipartidismo de la postguerra). Entre las organizaciones políticas que precedieron al estallido de los movimientos de 2011 (autónomos, JJCC, etc.), ninguna fue capaz de predecir la magnitud de las movilizaciones, y todos intentaron cabalgar el tigre con más o menos acierto. Nuevos agrupamientos surgieron al calor de las protestas (ej. Revolución Democrática), mientras que otros experimentaron un proceso de radicalización. Al día de hoy los grupos más relevantes parecen coincidir en el propósito de ganar espacios dentro de las instituciones, sin renunciar a la política extra-institucional. La pregunta entonces es si estos nuevos referentes  serán capaces de coronar con éxito su apuesta de competir por fuera de los dos bloques principales. De conseguirlo, demostrarían que el impecable pragmatismo del PC no era una opción forzosa o necesaria, y darían un paso sustantivo para hacerse de un espacio en el sistema de partidos y consolidarse como alternativa de izquierdas al PC.

En tercer lugar, otro aspecto relevante es la medida en que otras organizaciones políticas desplacen al PC de posiciones de relevancia en las organizaciones de los movimientos sociales. El PC puede pagar un costo especialmente en aquellos sectores más movilizados y/o más radicalizados. En efecto, ya ha sufrido algunos reveces en las federaciones estudiantiles. Sin embargo, las permanentes disputas en el campo de la izquierda extraparlamentaria lesionan su capacidad para presentarse como alternativa viable y de largo plazo en escenarios mayores. Por otro lado, a pesar de sus intentos por conectar o construir una versión radical de lo “popular”, la narrativa de la izquierda extraparlamentaria tiene todavía poca resonancia en el ciudadano común. De hecho, ciertas versiones de dicha narrativa encuentran un terreno más fértil en algunas categorías de los estratos medios que en los sectores populares propiamente. (De ahí, por ej., la apetencia de muchos grupos de la izquierda por un distrito como el de Ñuñoa-Providencia).

En cuarto lugar, aunque el apoyo a Bachelet sea la consecuencia de una reflexión, diríamos, de pragmatismo político radical, el PC no puede desentenderse de su figura y hacer tabla rasa. El fervor y el entusiasmo son necesarios para la movilización electoral de las campañas políticas. Esto implica que el PC deberá asumir una línea argumental de difícil presentación. Esto es, hacer compatible el ensalzamiento de las virtudes del nuevo pacto político y de la mujer llamada a liderarlo, con la pasada gestión presidencial de la ahora candidata y con las limitaciones de su propia coalición histórica. Por otro lado, es un hecho que el PC será un socio minoritario de una alianza electoral dominada por otros partidos, los que presentan dudosas credenciales para los sectores sociales movilizados y para parte del propio electorado tradicionalmente fiel a ese partido.

Queda en la incerteza hasta qué punto la propia identidad de izquierda de la candidata y su conocida simpatía personal por el PC compensarían su posición de socio minoritario, y hasta qué punto las propuestas programáticas que caracterizan el tramo inicial de su campaña (que satisfacen importantes demandas ciudadanas del último tiempo) se mantendrán como rasgos decisivos de su eventual futuro mandato.

Por último, cabe indicar que la actual coyuntura electoral, en un contexto de diversos agrupamientos que pugnan por hacerse de un mismo electorado, imprime fluidez y tensión a toda el área de la izquierda. Si la izquierda extraparlamentaria, en su conjunto o a través de uno de sus candidatos, es capaz de obtener una votación superior a la votación histórica del PC en estas 2 décadas, entonces habrán dado un paso adelante en la dirección de hacerse de un espacio alternativo al del PC dentro del sistema político. Igualmente, si algunos candidatos al parlamento de dicho sector consiguen sus escaños, demostrarían que era posible vencer y presionar a la Concertación desde una oposición de izquierdas, sin necesidad de hacerse parte de ella. Sin embargo, el alto grado de dispersión organizativa e ideológica que caracteriza a este sector conspira contra sus intenciones. A la fecha, hay 4 candidatos presidenciales a la izquierda de Bachelet, y no hay claridad sobre si al menos serán capaces de conformar una lista parlamentaria común que no perjudique a sus candidatos con mejores opciones para la cámara baja. Cabe recordar que en dos ocasiones, en 1993 y 2009, candidatos presidenciales situados en el área de la izquierda obtuvieron una votación superior a la del candidato del PC (Manfred Max-Neef y Marco Enríquez). En ambas ocasiones, sin embargo, la consolidación de un espacio orgánico y electoral de alternativa se frustró por incapacidades propias o bien terminó diluido en los eventos políticos posteriores.


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28 de junio

Bueno, dos puntos: Primero, durante la época de la URSS, el PC chileno cumplía con un rol político subsidiario a las políticas universales de la URSS, vale decir, su posicionamiento aparentemente democrático respondía a la política soviética de ir ganando posiciones en su enfrentamiento con el capitalismo mundial. El PC chileno nunca dejó de hablar a sus militantes de la dictadura del proletariado. En ese sentido, cabe preguntar hoy en día, a qué responde la política del PC en su apoyo a Michelle Bachelet. Creo que se debe a su todavía visión dictatorial: ir ganando espacios para el avance en América Latina de posiciones que tienen a la dictadura de los Castro en Cuba como paradigma. Así, continuarl apoyando a la guerilla colombiana, esperar que el chavismo siga presente en Venezuela, etc. Sin embargo, puede haber algo mas radical: ¿por qué apoyar a Corea del Norte, una dictadura tal vez mas siniestra que la de Stalin? Esto podría tener que ver con el ascenso de China en el mundo. Corea del Norte y China tienen una relación umbilical profunda, y China politicamente tiene una dictadura, aunque en lo económico funciona con capitalismo cada vez mas crudo. Tal vez el PC chileno todavía piensa que el desarrollo económico solamente es posible con dictaduras. Y ya no importaría tanto que la economía sea capitalista. Sobre la relación del PC con Michelle Bachelet, ella tiene, lamentablemente, un «soft spot» por dictaduras. Segundo, de ser todo esto así, hay una concepción peligrosa: cualquier sistema económico que dependa de la destrucción ecológica es inviable para la especie humana y todas las especies, es decir, para la vida. Y en esto estamos todos y todas los seres humanos implicados, de izquierda, derecha y centro. La Concertación no dice nada sobre esto, en todo caso, una política ecológica alternativa, que pueda contribuir a detener el avance de la destrucción de la vida en la Tierra, solamente tiene sentido con políticas democráticas y de respeto a todas las tradiciones culturales, y no solo de occidente.

29 de junio

La media conspiración argumentativa contra la paz intelectual… Seguramente hasta vale la pena leer el artículo completo, pero, no deja de venirseme a la mente el que:

Después de la decisión del PC ¿qué?

Después d ela decisión del PC, ¿a quién le importa qué?…

Es más, ¿Alguien está preocupado aquí del canapé de contertulias «PC»?

Es más, ¿a quién ·%$3 le importa el PC?…

Acaso el PC me está indicando la metodología en que los chilenos nacionalizaremos el cobre, de forma clara, y de manera que

me haga pensar que esa tropa de pensadores, realmente piensa en el país y en las formas que conseguirán el financiamiento para crear loq ue falta de la patria

para que ella sea perceptivamente justa y solidaria… O más racional o democrática ???

Si el PC no me está hablando de cómo nacionalizamos el cobre, entonces, si tan sólo pretende hablerme de política, lo que está procurando hacer es meterme el el dedo la boca…

El día quel PC se ponga con los medios organizacionales para tener un debate decente acerca de cómo nacionalizamos el cobre,

ese día creo que meparecerá una tropa de personas que realmente está comprometida con los hijos de la patria

y mientras que ese día no llegué, seguiré pensando que son una tropa de personas que en forma práctica resultan de poca utilidad a los objetivos que tenemos como nación…

Ojo, que el tema no es si acaso queremos o no nacionalizar el cobre, si no cómo se propone hacerlo…

servallas

01 de julio

Quizás lo que veamos venir sean tensiones internas en la concertación, este socio trae agenda propia y habrá probable una incomodidad permanente de la DC, entonces habrá que tomar palco y ver el espectáculo. Tampoco hay mucho feeling entre PPD y comunistas, los primeros son más cercanos a la socialdemocrácia contemporánea. En fin, será algo complejo lo que le tocará a la Señora, pero ella misma se lo buscó.

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