Bajo la impronta clara y determinante de la UDI, que hegemonizó las pautas políticas del Ejecutivo, se puede sostener que la derecha fracasó como expresión política de gobierno debido a su propia soberbia y al desprecio con que juzgó a sus opositores y a la Historia que lo precedió.
Sin el ánimo de holgarnos con los males de la derecha y de la crisis que la está sacando de quicio después de su estruendosa derrota presidencial y parlamentaria sufrida a manos de la Nueva Mayoría, creemos pertinente hacernos cargo de las causas que la habrían engendrado, contradiciendo aquello de que a nadie le importa el dolor del enemigo, aunque sea cierto que “el mal ajeno de pelo cuelga”, como dijo alguna vez el inefable Sancho Panza.
En una carrera casi febril por hacer muchas cosas, que las hizo, y luego de haber logrado avances importantes en lo económico, el gobierno del presidente Piñera cayó en la aparente paradoja de no ser reconocido por la ciudadanía, ni aun por algunos personajes de derecha recalcitrante −hoy descansando en los jardines del Jurásico−, que no dudaron en calificar irónicamente su gestión, como de izquierdas.
Ahora la cuestión es aclarar, que no dilucidar, las razones que la llevaron a tal situación, porque la debacle de la Alianza no es una cuestión que exija mucho esfuerzo para comprenderla, a contrario sensu de lo que pareciera desprenderse de la batalla de dimes y diretes en que tristemente se debate por estos días.
Impotentes de ver siquiera la mosca posada en sus propias narices, la dureza de sus convicciones la hizo creer siempre que sus equivocaciones −si las reconocía− eran por circunstancias propias de la política contingente y no de su profunda incapacidad de aceptar que el mundo está cambiando aceleradamente. En lo fundamental, se mostró incapaz de interpretar a los jóvenes y a las clases medias en pleno proceso de movilidad social; o a muchos cuadros de su propio sector, sin darse cuenta de que sus jóvenes también están en un proceso de indagación y de enjuiciamiento de sus mayores. De hecho, un fuerte contingente de ellos no concurrió a votar o le dio las espaldas a sus padres y tutores. De cierto, el mundo está cambiando. Los jóvenes, como nunca, son agentes oficiosos de una interconectividad social de carácter tecnológica que anuncia cambios asombrosos, a los que la derecha militante está completamente ajena. No en vano estos jóvenes comparten un mismo sentimiento de rechazo por los niveles insoportables de desigualdad existente entre sus familias respecto de la mayoría. No les cabe en la cabeza que sus padres defiendan lo indefendible, como no proteger la dignidad y la voluntad de una joven embarazada a causa de una violación; no entienden que sus líderes no estén dispuestos a sentarse a discutir la gratuidad de la educación, una reforma tributaria o el cambio de la Constitución. Una mirada atenta al entorno de las protestas estudiantiles, o a la atmósfera psicocultural de las plataformas digitales, dan cuenta de ello.
Bajo la impronta clara y determinante de la UDI, que hegemonizó las pautas políticas del Ejecutivo, se puede sostener que la derecha fracasó como expresión política de gobierno debido a su propia soberbia y al desprecio con que juzgó a sus opositores y a la Historia que lo precedió.
Por de pronto, no basta con la enumeración de algunos errores significativos de la Alianza para comprender los contenidos devastadores de su fracaso. Antes hay que connotar la existencia de un sentimiento ciudadano universal a favor de la exaltación y cuidado de los derechos humanos; y de rechazo a la presencia pertinaz en la vida política de la Nación, de aquellos próceres que siguen blindando a la dictadura y justificando sus atropellos. Lo demostró la efervescencia que se generó con motivo de la conmemoración de los cuarenta años del golpe de Estado de 1973, donde se evidenció cuán profunda y abismante es la contradicción en que duerme la derecha dura y empedernida; y de cómo es capaz de imponerse al interior de sus partidos. Es interesante connotar que la esmirriada popularidad del Presidente creció al amparo de las críticas que le formuló a los “cómplices pasivos” y a los que votaron el Sí en beneficio del dictador. En esta sobrevida política están los Lavín, los Allamand, los Espina, los Novoa, los Melero, por nombrar a los más relevantes en la historia interna de sus organizaciones. Todos infectados por el inmovilismo y sometidos a la paradoja del convivir promiscuo de autoritarios y liberales trasnochados, aunque nunca convalidados.
En una sociedad moderna en aparente crisis de parto, porque está abierta a un devenir lleno de desafíos, la Alianza carece de líderes capaces de oponerse a sus dirigentes históricos y no está dispuesta a prestar oídos a los cambios que reclama la juventud y sus familias, enfrentadas al abuso y la desigualdad. Al revés, sus dirigentes viven haciendo actos de fe de su lealtad al statu quo alcanzado por sus padres políticos, caldo de cultivo de sus errores, de su ceguera, y de su autoliquidación. Esto explica de algún modo, las dificultades en que se vio envuelta para la definición de su candidatura presidencial, necesaria para darle continuidad a su primer gobierno post dictadura, donde afloraron todas las contradicciones del conglomerado, ocasión en que, en abierta disonancia con sus camaradas de RN, la UDI impuso sus términos para cubrir todos los relevos en la nominación del candidato, la que finalmente recayó en doña Evelyn Matthei. Se imponía así, la obcecación de unos y la indiferencia de otros, al hacer aquellos caso omiso de los alertas éticos que rodeaban su personalidad política; y abandonando éstos el barco, con el olfato típico de los que buscan réditos en el desastre.
Aunque es cierto que el comando reorganizó su equipo con la incorporación de elementos más jóvenes para enfrentar el balotaje, no lo es menos que los desaciertos que traían a cuestas se incrementaron a última hora, evidenciando una torpeza generalizada que puso en duda todo el andamiaje de asesorías que acompañaba a la candidata. No fue menor, aunque no incidieran en los resultados, los dichos de Matthei relacionados con el mundo evangélico y su asombrosa interpretación de lo que es el laicismo republicano, cuya probada legitimidad radica precisamente en la defensa de la pluralidad y la libertad religiosa, que ella adujo, quizá sin darse cuenta, como contraria a los valores cristianos. Este hecho fue de tal gravedad, que denotó carencia de apoyo ideológico, superficialidad y desorden en un comando que había perdido definitivamente la brújula.
Como venía ocurriendo desde la instalación del gobierno del presidente Piñera, que se inclinó por ignorar a los partidos políticos en ventaja de los gerentes, técnicos y empresarios, la soberbia y la destemplanza constituyeron el carácter que le dio la impronta histórica a lo que fue todo el desarrollo de su gobierno. De entrada radicalizó su tendencia a aplastar y borrar de un solo golpe todo lo bueno que hicieron los gobiernos anteriores, así como abusó del recurso de culpar al gobierno anterior cuando las cosas no se daban a su favor. No en vano su caballito de batalla siguió siendo el 27F, y el siempre a mano y nunca bien ponderado Transantiago.
Pero en lo fundamental, y acotándolo a un tema crucial, la ciudadanía captó el desdén con que sus gobernantes observaron el problema de la educación. Porque lo hizo con arrogancia, y despreciando el sentir mayoritario de los estudiantes, sin atacar el problema de fondo que era el lucro. Cómo no entender entonces, que las causas de su derrota se fueron gestando alrededor de su autosuficiencia y de su incapacidad para comprender el sentimiento de la gente y la propia cultura de sus conciudadanos. Si hasta su estética tuvo un sentido de imposición, como cuando diseñaron la nueva iconografía gubernamental y eligieron para ello, el escudo nacional, el símbolo más imponente, agresivo y conservador de la República, para instalar una supuesta cercanía con la gente. Por doquier surgen las anomalías y las paradojas. Cómo olvidar la altanería de sus casacas rojas para fijar la idea de la acción permanente de un gobierno de excelencia, capaz de realizar en 20 días lo que la Concertación demoraba 20 años; o la instalación de íconos religiosos en ciertas oficinas públicas. Ciegos e inquisidores, con una proverbial ausencia de juicio crítico y una monumental arrogancia, presente en cada aparición pública de sus miembros, el gobierno de la Alianza sobrepasó todo lo permisible para el sano ejercicio político del poder.
Ni los desaciertos políticos de la Alianza, cuando sistemáticamente blindó y protegió a funcionarios y militantes de sus filas, aún cuando la ética de sus acciones estaba muy por debajo de lo admisible, son hechos que los jóvenes no dejan de observar hoy con un interés muy distinto a como lo hicieron sus padres. Por eso, el país y el mundo vive una etapa crucial del devenir, donde sin izquierdas ni derechas representativas, es posible subvertir el injusto razonamiento de aquellos padres coludidos en la transmisión indecorosa de sus egoísmos. Este fenómeno ya es palpable entre los jóvenes de todas las condiciones; a él debe remitirse entonces, la derecha chilena, si quiere comprender las razones de su fracaso y modificar el sentido de sus proyectos.
En consecuencia, y en triste suma negativa para la derecha, una gran lección para Chile, sus políticos y gobernantes del porvenir.
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Foto: Wikimedia Commons
Comentarios
04 de enero
¡Espectacular! Sigo insistiendo: estas reflexiones deberían amplificarse a través de un medio de mayor alcance; y lamentando que su autor, no hubiera o se hubiera, hecho presente anteriormente. Desgraciadamente el agua del río núnca es la misma…
Juan Pablo O’Ryan Guerrero
+1
04 de enero
Gracias Juan Pablo por tu lectura y por tus dichos, que agradezco por venir de un profesional de las Comunicaciones como tú. En estas aguas te aseguro que resulta cómodo constituirse en espectadores de la Historia política de este país. Un abrazo de tu amigo.