Las indignantes declaraciones del exministro Mauricio Rojas acerca del Museo de la Memoria pusieron en el tapete la valoración que hacemos como sociedad de la dictadura militar y el respeto que se merecen todos aquellos que sufrieron por las violaciones a los derechos humanos, como también, la mirada actual sobre su significado.
Creemos que no ha sido puesto de manifiesto suficientemente la transformación de los derechos humanos en un instrumento que puede adecuarse a colores ideológicos, provocando nefastas consecuencias para la convivencia política. Algunos señalan que no todos cuentan con la autoridad moral para defender los derechos humanos ¿Es esa aseveración válida en una democracia? Esta disyuntiva nos empuja a más preguntas ¿Hasta cuándo tendremos que soportar el uso de los derechos humanos según coyunturas políticas? ¿Hasta cuándo tendremos que tolerar el negacionismo y relativización de las violaciones a los derechos humanos ocurrida en Chile? ¿Es aceptable que los derechos humanos estén supeditados a causas que parezcan justas sólo para algunos?
Si observamos a un sector de la derecha, los vemos lidiar con su calidad de “cómplices pasivos” de Pinochet (puede que mucho más que pasivos) y la vergüenza haber formado parte de un gobierno que torturaba y exterminaba a compatriotas. Su tránsito a demócratas no es muy lejano y no carente de traumas. Eso explica su profunda antipatía a los ejercicios que involucren una mirada crítica de nuestro pasado, no así al momento de enjuiciar el desarrollo histórico de otras latitudes. No obstante, es necesario notar que siguen existiendo aquellos que profesan el convencimiento – ajeno a las evidencias – que la intervención y actos de las Fuerzas Armadas se enmarcaron en una guerra contra el “comunismo”, y que los pedidos de justicia sólo son comprensibles en un marco de “venganza” que niega el “contexto” en los cuales se cometieron los “excesos” (“si es que efectivamente ocurrieron excesos”, dicen). Proclaman frente a los tribunales que es a ellos a quienes se les atropella. Visto lo anterior, la gran pregunta es si tendremos alguna vez a una derecha democrática, reconciliada con sus errores pasados. Hasta ahora todo indica que no, o pensemos en el excandidato presidencial (que ahora lidera un movimiento que colinda con el neoconservadurismo) que propuso acabar con las “ficciones jurídicas” que mantienen en prisión a exmilitares condenados por violaciones a los derechos humanos. La posición de una parte importante de la derecha resulta paradójica e hipócrita respecto a nuestra historia.¿Hasta cuándo tendremos que tolerar el negacionismo y relativización de las violaciones a los derechos humanos ocurrida en Chile?
Por otra parte, es inevitable no percatarse que las inconsistencias (por decirlo con elegancia) no son patrimonio únicamente de la derecha: las fracturas en el discurso de la centroizquierda al abordar su historia de reivindicación de los derechos humanos son claras. Primera fractura: el establishment concertacionista transó distintos niveles de impunidad por gobernabilidad. Precisamente fue ese pacto el que entregó cuotas de estabilidad a la Concertación durante la transición: sus dirigentes vivieron su propio tránsito de revolucionarios – más o menos afiebrados – a personeros de Estado y tecnócratas dispuestos a cerrar los ojos y convivir con los antiguos servidores de la dictadura mientras tuvieran acceso al poder. La aplicación de justicia a los atropellos del régimen de Pinochet fue acomodada para efectuarla “en la medida de lo posible”. Retrospectivamente, se dirá que resultaba extremadamente difícil hacer mucho más, lo cual es debatible. Lo cierto es que una justicia lenta y precaria no contribuyó a sanar las profundas heridas provocadas por la dictadura. Y tal vez los que sostienen que la Nueva Mayoría continuó en esa misma lógica estén en lo correcto. Así, que los resabios de impunidad sean únicamente responsabilidad de la derecha es mentiroso y acomodaticio. Segunda fractura: ¿Puede la izquierda proclamar la defensa de los derechos humanos si una parte de ella todavía cree que estos están supeditados a sus consignas? No es un tema baladí sino una necesidad imperiosa la de superar viejos paradigmas ideológicos, y desarrollar una mirada acorde a las exigencias democráticas del siglo XXI.
Vista nuestra realidad actual está claro que estamos muy al debe en materias de derechos humanos. Huele más a fariseísmo cada vez que escuchamos a la clase política rasgando vestiduras sobre ello. Incluso, al verse enfrentados “honorables” de veredas ideológicas opuestas, pareciera que se trata de obtener hasta la más mínima ventaja en “calidad moral”, convirtiendo el fondo del asunto en una búsqueda de dividendos publicitarios. Volviendo sobre los dichos de Rojas, deberíamos preguntarnos qué necesitamos para mirar con mayor serenidad los aciagos tiempos de la dictadura, y si existe alguna posibilidad de sanar y reconciliarnos como país. No se trata únicamente de los derechos humanos en el pasado, sino de un presente y futuro más armónico y democrático.
Comentarios
24 de agosto
Vreo que el problema va por aquí https://youtu.be/_1JapMd-Y70
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29 de agosto
La derecha siempre dice que la izquierda vive aferrada a la dictadura, que la usa para sacar dividendos politicos y economicos. Nunca nadie le dice a la derecha que ella vive aferrada a la UP, y que la usa y ha usado durante 45 años para sacarle provecho politico y economico. Todo lo que la derecha dice de la izquierda es aplicable a la misma derecha. La derecha dice que la izquierda «no puede perdonar»: la derecha nunca pudo perdonar a la UP y por eso asesinó a miles de personas. La derecha dice que la izquierda «no cerró el capítulo»: la derecha no cerró el capitulo después que derrocó a la UP y por eso continuó hasta 1990. La derecha dice que la izquierda debió hacer una «amnistía» y «olvidar todo», «tal como hizo Jorge Montt después de la guerra civil de 1891». Nadie le dice a la derecha que debió hacer una amnistía y olvidar todo después del 73. O nadie le dice a la derecha que debió reconciliar al país después de 1973. O que debió dejar atrás el pasado después de 1973. O dar vuelta la página después de 1973. En gran parte la izquierda es responsable de esto porque no sabe responder a la derecha, es otra triste verdad.
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29 de agosto
Creo que una de las peores tragedias de nuestro país es que todavía persista el «pinochetismo» como un discurso válido en los espacios públicos, vale decir, que sectores de la derecha reivindiquen que la dictadura («gobierno militar» en su jerga) fue un mal necesario y que, después de todo, le debemos el «exitoso» modelo económico. Para esa derecha pinochetista, las violaciones de los derechos humanos parecen ser «pelos de la cola», un costo bajo que había que pagar (de ahí su rechazo a la justicia). Lamentablemente una parte de la izquierda ha sido, por una parte, en exceso complaciente con aquellos que defienden esa visión (hoy amparados en una «libertad de expresión» mal entendida), y por otra, ingenua al aceptar la «teoría de los empates» muy de moda («el gobierno de la UP también tuvo la culpa», «también hay dictaduras de izquierda»), como si Chile fuera una segunda Cuba en 1973, o si los desaciertos actuales de Maduro tuvieran algo que ver con lo que hizo Pinochet durante diecisiete años.
31 de agosto
Que Chile haya sido o no una segunda Cuba en 1973 no es relevante. Una dictadura no termina para dar paso a otra. Las dictaduras acaban porque luego viene la democracia, no otra dictadura. Además, si pensáramos así, entonces cuando termine la revolución cubana en Cuba tendría que sucederle una dictadura de 100 años para dejar las cosas «empatadas». No tiene lógica. Lo que carece de lógica es la actitud de la derecha de «cobrárselo caro». Eso, ya desde el mismo sept de 1973 quedó en evidencia. Y ya luego seguir 17 años, luego otros 20 años, y luego otros 10 años más, no hay por donde aceptarlo. Los pueblos se equivocan, y qué, vamos a seguir 100 años cobrándeselo caro a un pais entero? De verdad, por ninguna parte es un debate que tenga lógica. Ni aun siendo facho o de derecha puede entenderse. Porque carece de toda racionalidad. Es de un nivel de desproporcion que está más allá de cualquier parámetro.