Al hablar de economía del buen vivir debemos notar que estamos queriendo hablar, en lenguaje moderno, de un elemento de la sociedad contemporánea, precisamente, su estructura económica. En este sentido, con el buen vivir hay una doble referencia cultural y de paradigma. Como propuesta de una alternativa de mundo para nuestras sociedades del siglo XXI, y como la influencia y lugar que tiene en el pensamiento de esa alternativa las sabidurías indígenas americanas que traducimos como sumak kawsay, suma qamaña, küme mongen.
Lo primero que una institucionalidad económica del buen vivir puede considerar es una transformación de la lógica del crecimiento y la acumulación. A ello se suma el abandono de una organización económica que está orientada hacia la dominación de unos seres humanos sobre otros y la expoliación unilateral de la Naturaleza, devenida una mera proveedora de “recursos”, como se los nombra en el lenguaje hegemónico industrial.En general, aquí se trata de reformular una ciencia occidental y moderna como la economía. Este es solamente uno de los ámbitos de una transformación de paradigmas, que es la tarea central que propone la propuesta del buen vivir.
La idea del buen vivir, dicha en el lenguaje de la economía que busca reemplazar, debe orientarse a la reproducción de la vida. Desmercantilizar los elementos de la Naturaleza y los llamados “bienes comunes” como lo son las aguas; descentralizar las formas productivas concentradas en unas pocas metrópolis; redistribuir lo que se entiende como las “riquezas”, o sea la distribución en las comunidades de los resultados de los procesos de la producción. Se trata de otro modo de entender la economía, lo que puede cooperar para la experiencia de otros patrones civilizatorios.
Una de las transformaciones más relevantes debe ocurrir en la concepción del “trabajo” humano. Se lo debe entender en un sentido básicamente colectivo, en la mutualidad del ámbito comunitario, tal como lo experimentan pueblos indígenas latinoamericanos. Busca reemplazar el trabajo individualista enajenante de la producción industrial tanto capitalista como socialista. Ello debe hacer surgir una nueva noción del “bien común”, donde la justicia social y la justicia ecológica van juntas.
El trabajo y la formación económica no se tratan como una esfera aislada respecto del sentido político de la cultura y las relaciones con la Naturaleza. Ellas aparecen también en lo que llamaremos unas relaciones armónicas de los procesos de una economía que aprende de las cosmovisiones indígenas del trabajo y la producción. La “armonía” que de aquí se trata admite una influencia decisiva de ellas y sus modos de comprender las relaciones de los seres humanos en la Naturaleza. En este sentido, además, esta economía está hablando directamente en términos ambientales. El tamaño de las sociedades constituye un desafío relevante: esta “armonía” refiere, en su origen, de grupos humanos relativamente pequeños, especialmente si los comparamos con las sociedades de masa contemporáneas. La “armonía” que se trata puede surgir también como una respuesta al fenómeno de cambio climático.
La economía política del buen vivir es una construcción que se va descubriendo en el proceso de su instalación. Una cuestión que tiene entonces mucha importancia son las transiciones entre las condiciones actuales de nuestras economías y las metas del buen vivir. Dos elementos podemos señalar aquí: el carácter posextractivista de esas transiciones, y las posibilidades de imaginar una sociedad del decrecimiento que se confronte con el impulso dominante hacia un permanente crecimiento económico.
Las instancias de la producción, distribución, circulación y consumo deben ser traducidas a formas del buen vivir. Ella suma a las medidas modernas del bienestar básico de la población, una dimensión ancestral de los pueblos indígenas. La dinámica de las grandes ciudades debe propender hacia formas solidarias de convivencia. En general, aquí se trata de reformular una ciencia occidental y moderna como la economía. Este es solamente uno de los ámbitos de una transformación de paradigmas, que es la tarea central que propone el buen vivir.
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