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De occidente y el Caso Bombas

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“El que quiera vivir entre justos que se vaya al desierto”

(Séneca)

El “artefacto” montado por el gobierno y la fiscalía denominado “Caso Bombas” deja ver, a mi juicio, no solamente la solidez del matrimonio política-justicia, sino que, además, un fenómeno que se encadena con la más vital necesidad de la cultura occidental y sin la cual toda su empresa estaría destinada al desmoronamiento. Me refiero a la pertinencia de la culpa como dispositivo de distribución de legitimidad, primero de una cultura y después de un tipo de poder específico.

Más allá de las implicaciones morales, éticas y del enorme daño causado a los acusados del caso bombas, este acontecimiento social, político y mediático, deja en evidencia la necesidad absoluta de hacer operar al fenómeno de la culpa al interior de una sociedad, cualquiera que ésta sea. Esta “culpa operativa” es más vieja que el hilo negro y la encontramos ya anexada a cada uno de los códigos religioso-jurídicos que han determinado los trayectos de occidente. Desde las tablas de la ley de Moisés hasta nuestro actual código de procedimiento penal, lo que subyace como urgencia a todos estos entramados normativos, es la sobrevivencia de un tipo de cultura que encuentra en la culpa atribuida su propia condición de posibilidad. Sin culpa no hay cultura, sin cultura no hay política, sin política no hay Hinzpeter y sin Hinzpeter, por lo tanto, no habría caso bombas.

Junto con esto, es necesario remarcar que dentro de esta ruta –llamémosla fundamental- el Caso Bombas nos revela otro fenómeno incluido. Este es, como se anunciaba, el del implacable vínculo entre justicia y política. La justicia es una idea, un valor que excede su aplicación en la historia. No obstante, sólo es posible cuando su despliegue se inserta en una sociedad atravesada por intereses, cálculos y formatos estratégicos de mantenimiento del poder. La derecha chilena y su profunda marca represiva encontraron en el caso bombas un fértil terreno para la culpa, al tiempo que una enorme zona de legitimación. “Afortunadamente” el tiro les salió por la culata y les toca comerse las purgas sociales y mediáticas, porque esta vez el affaire política-justicia terminó en una pelea de borrachos.

Este gobierno ha tenido una característica central que le otorgó beneficios al principio y le significó el desmadre después. Me refiero a toda su gran apuesta mediática. Es un gobierno que ha vivido y muerto en los medios. Primero fue el terremoto, después los mineros y, hasta hace poco, pensaron que el otro gran “gancho al mentón” era el caso bombas. Si bien pegaron de inicio, el engolosinamiento pirotécnico los llevó a errar, y en ese errar terminaron montando una orgía de mentiras, testimonios falsos, plagios, abusos, etcétera. No obstante, y este es todo mi punto, esta farsa nos permite observar la manera clásica en que nuestra cultura ha creado sus tácticas para prevalecer.

Ciertamente lo que ha pasado con el caso bombas no es una marca registrada del gobierno de Piñera y es, más bien, un ejemplo sistemático y reproductivo de las sociedades democrático-liberales que deben, por necesidad vital, encontrar culpables -o inventarlos como en este caso-. Sin embargo la orquestada y perversa maquinaria levantada para aplicar culpa a quienes no eran culpables, demuestra que para la derecha su utopía fascista de una sociedad sin “infracciones a la ley” debe ser conseguida no importando los medios. Concretamente, este sistema viciado intestinalmente tiene dos rostros que representan lo más sodomita, políticamente hablando, de la política chilena. Hinzpeter y Peña. Estas dos figuras no son otra cosa más que las muecas y lenguaje de un poder que debe culpar a cualquier costo para engendrar su propia legitimidad.

No estoy ni siquiera lejos de sentir lo que los inculpados por el caso bombas vivieron (digamos más bien sufrieron). Me cuesta imaginarme a mí mismo en una situación tan límite y tan profundamente obscena como la que les tocó. Pero creo estar claro en algo. Ellos son, en Chile, el último eslabón conocido de un proceso civilizatorio que ha pretendido hacer de la culpa una vitamina fundamental para su buena salud. Han sido, en otras palabras y en versión 2.0, la piedra en donde occidente se ha edificado.

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Evelyn

12 de junio

Yo no me explico como despues del «Caso Bombas» Hinzpeter puede seguir siendo Ministro del Interior de este Pais. Un chiste este es el gobierno de los payasos.

Jorge

12 de junio

Siquiera fuera solo el caso bombas… el paquistaní, la cam, etc

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