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Cultura y sistema político: una fractura en el tiempo

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 La desafección democrática de los chilenos está llegando a límites que son preocupantes y va aparejada a la existencia de un sistema político que ejerce el poder en íntima complicidad con los negocios. Bajo el gobierno actual, segundo mandato de la presidenta Bachelet, las cosas se han agravado con la implicación de familiares de la presidenta en el trafico de influencias y con el destape de múltiples casos que han dado luz, si era necesario, al ejercicio corrupto del poder.


La fractura entre la ciudadanía y la clase política con el consiguiente descrédito del sistema democrático, se debe vincular, antes que nada con la pobreza generalizada de una cultura para la democracia nutrida de los valores clásicos pero también de las exigencias actuales derivadas de la globalización, incorporando paradigmas que tiendan a mejorar la gobernabilidad.

La distancia instalada entre la mayoría de la población y el sistema político es medida regularmente por las encuestas de opinión y la última del CEP, de noviembre 2015, muestra un agravamiento extremo, a tal punto que la identificación de la población con las diversas tendencias de izquierda está apenas en un 13% mientras que con las tendencias de derecha solamente un 10%. En suma, el 64% de la población no se identifica con ninguna formación partidista. La gran mayoría de los chilenos ha dejado de interesarse en la política, le niegan su confianza no solamente a la actual presidenta, sino que al conjunto del sistema político y con ello ponen en duda la validez misma del sistema democrático.

Las élites en el poder funcionan como un cuerpo compacto conformado por políticos, empresarios y mediadores (u “operadores”) que se ocupan preferentemente de servir a sus intereses, mientras que las demandas de la ciudadanía vienen después y sólo son vistas como problemas que demandan soluciones técnicas, dejadas por lo mismo en manos de la tecnocracia y de la administración. Pero haciendo esto, la clase política se libera también de sus responsabilidades mayores que son la elaboración y aplicación de estrategias con vistas a preparar el futuro de la nación.

Lo más sorprendente es que el rechazo de la población no inquieta de ninguna manera a la clase política; sus miembros evitan comentar la imagen desastrosa que dan a la población y prosiguen sus actividades y sus negocios como si nada sucediera: la misma complicidad, la misma rutina, la misma distribución de migajas, las mismas promesas, la misma ausencia de imaginación. Este comportamiento autista de la clase política necesita ser explicado. Generalmente se aduce que es un mal que corroe a todas las democracias y que por lo mismo el caso de Chile no sería excepcional, pero parece indicado desconfiar de tal argumentación. Creo que hay que introducir elementos de análisis que tienen que ver con la diversidad de situaciones nacionales y particularmente con la historia cultural y política de cada país y sus características particulares sobre el ejercicio del poder.

Las élites chilenas funcionan subestimando la desaprobación general de la ciudadanía, porque saben que existe una gran mayoría de la población desprovista de los medios políticos y financieros como para desalojarlos del poder. Es decir, saben que el sistema político del cual participan es un mal que ha hecho su camino y al cual los chilenos se han ido acostumbrando o simplemente han decidido darle la espalda.

La población chilena post dictadura no cuenta efectivamente con los instrumentos y el bagaje indispensables para el análisis y la creación política y, por lo mismo, con herramientas para cuestionar a fondo el sistema político desacreditado. Me refiero principalmente a que la ciudadanía no ha sido cultivada con valores democráticos, de respeto por el interés colectivo, de su implicación en las deliberaciones y toma de decisión y en su responsabilidad para la creación de una política creativa.

La ciudadanía no ha tenido acceso a la cultura cívica humanista en general, ni a una cultura de la política entendida no como creencia sino como una actividad libre y razonada derivada de su existencia social, de su pertenencia a una comunidad. Es sabido que por culpa de la dictadura hubo en Chile un “apagón cultural” que no solamente desprestigió, sino que se declaró la “muerte de la política”. El vacío cultural fue acompañado de la quiebra de la edición plural; de la monopolización de la prensa y otros medios de comunicación por grupos económicos y por el encarecimiento de los productos culturales. Las secuelas de tal periodo fueron profundas sobre las nuevas generaciones y continúan haciéndose sentir.

Hay que reconocer que los gobiernos de la Concertación han mejorado muchos aspectos de la condición de vida de la población. Sin embargo uno de los temas menos tocados ha sido el de la cultura y sus implicaciones para el desarrollo de una cultura política democrática. Hay que decirlo francamente: la gran masa de la población chilena no se ha cultivado como para desarrollar una capacidad de análisis de la realidad, impidiéndole en política ir mas allá de las emociones y de dejarse arrastrar por algún líder de cierto carisma (caso de Bachelet- “madre protectora”), impidiéndole racionalizar la política, imaginar estrategias y montar proyectos autónomos, dejando así la responsabilidad del gobierno a los mismos de siempre. Se ha creado una relación antagónica durable que da cuenta de la fractura producida: de élites arriba, con todo el poder político y económico versus una ciudadanía en la dependencia y subordinación.

No hay que interrogarse mucho sobre como se ha creado tal realidad. Para poder ilustrarse los individuos deben disponer de condiciones para acceder a las fuentes. La grandes cifras de los progresos alcanzados en la post dictadura en cuanto a lo que los tecnócratas llaman «consumo cultural» pueden parecer como espectaculares, pero son engañosas en cuanto a los beneficios extraídos por los usuarios del consumo de diferentes medios y conducen a interpretaciones optimistas que son desmentidas cuando se entra en detalles, la realidad aparece menos alentadora.

Por ejemplo, es cierto que la mayoría de la población chilena lee diarios (el 70% entre 2005 y 2009) pero ello no significa necesariamente que es para cultivarse (mas allá de la literatura del desarrollo personal) y formarse una cultura política, sino solamente para informarse en particular de hechos diversos (delincuencia, fiestas locales, deportes) mientras que las informaciones nacionales y la política no son leídas sino por un 7% y las informaciones de tipo cultural apenas por un 4, 7%.

Si pasamos a los libros el panorama es igualmente desolador puesto que cerca del 60% de los encuestados no leyó ningún libro durante el año 2009 (lo más probable es que tampoco en años anteriores) y, los que leyeron algún libro sobre filosofía y ciencias sociales fueron apenas el 4,6% de los lectores ( cifra que baja 2,9% en 2012), mientras que el 40,0% leyó novelas, en su mayoría nacionales. En 2012 este último índice baja. Otra cifra significativa: casi el 40% de los lectores que leyó al menos un libro por año lo tuvo que hacer en Bibliotecas, porque según los lectores los libros son caros para comprarlos.

La casi totalidad de las familias ven televisión y si no es posible cifrar el interés de los usuarios por tal o cual tema ( la encuesta oficial no entra en este detalle) nadie puede negar que los interesados en temas culturales y políticos son una enorme minoría. Como todo el mundo sabe, los programas de interés político cultural son muy escasos en la televisión chilena y cuando existen se limitan a un debate entre periodistas poco críticos y casi siempre los mismos políticos invitados. No hay en verdad debate, se escuchan unos a otros, los periodistas cuidándose bien de no tocar la sensibilidad de los políticos y estos manteniendo una actitud condescendiente. Los verdaderos programas de análisis político con participación de múltiples actores (intelectuales, políticos, especialistas en ciencias sociales, empresarios, miembros de la sociedad civil, etc. ) no existen en la televisión chilena. Lo que domina entre los que miran y escuchan la televisión son los sucesos diversos, los deportes, las novelas, la farándula y la tele –realidad.

Podría pensarse que las cifras son más alentadoras en relación con Internet, pero no es tampoco el caso. Mas del 60% de los chilenos según estudio del Pew Research Center (emol, 29 enero 2016) tiene acceso a Internet, pero en cuanto a la utilización solamente el 27% de los usuarios van a los temas políticos. La gran mayoría utilizan Internet para conectarse a las redes sociales (76%), para mantener el contacto con amigos y familiares (96%), para entretenimientos, comercio electrónico, trámites en línea en las instituciones públicas…

Lo anterior sugiere que la fractura entre la ciudadanía y la clase política con el consiguiente descrédito del sistema democrático hay que vincularla antes que nada con la pobreza generalizada de una cultura para la democracia nutrida de los valores clásicos, pero también de las exigencias actuales derivadas de la globalización, incorporando nociones y paradigmas que tiendan a mejorar y a adaptar la gobernabilidad.

Esto es fundamental para enfrentar una posible crisis aguda. Los tiempos de la bonanza económica y de las tasas de crecimiento del cinco o más por ciento ya han pasado a la historia y probablemente no vuelvan. El estancamiento económico que parece venir crearía una situación nueva con respecto a los veinticinco años transcurridos, obligando al estrechamiento de las políticas redistributivas, tensionando y profundizando la fractura entre pueblo y élites y tal vez poniendo en juego el sistema democrático.

La sola salida que iría quedando para evitar una ruptura institucional sería que la población esté capacitada para imponer a las élites un mínimo de sacrificio del poder acumulado y no renunciar a la negociación democrática pero para eso se necesitaría implementar una gran política educativa y comunicacional para difundir los valores democráticos y revalorizar la política como arte de gobernar la sociedad. ¿Quién puede implementar tal política?, ¿Hay tal vez que esperar la emergencia de un nuevo bloque político hegemónico?

TAGS: #CrisisPolítica cultura democrática Educación Cívica

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22 de febrero

Consiguientemente a lo dicho, no encontrarás aquí muchos comentarios que digamos de personas interesadas en el asunto político, así es que no creo que te importe que yo te haga algunos.

Primero, una crítica. Yo creo que uno puede hacer afirmaciones en torno a lo que conoce y es así como creo que tú hablas de un tal SISTEMA DEMOCRÁTICO, o de una democracia o algo parecido. Debo entonces deducir que tú piensas que vivimos en una democracia y creo que eso está equivocado, porque vivimos una dictadura.

Esta dictadura asocia falta de interés ciudadano a un sistema político muy, muy poderoso y capaz de proteger a toda esa suerte de mafia que lo conforma de una manera impenetrable para la ciudadanía, a menos que la misma se convierta en parte de ellos siguiendo el mismo camino de postulación a la Presidencia que siguen ellos, con la consabida diferencia que la ciudadanía debe construir toda su máquina y los actuales partidos y mafias de derecha y seudo izquierda ya la tienen funcionando, aceitadita y produciendo presidentes hace ya décadas…

Tal maquinaria política, nacida desde la Constitución de Pinochet y en adelante, se llama hoy la «dictadura de los partidos políticos», o bien es el gobierno de la mafia de los partidos, pero, en ningún caso se podría llamar democracia.

Tampoco rayar votos se puede llamar democracia. Eso sólo se llama hacer rayas. Eso no expresa ideas. No debate políticas. Sólo es un mecanismo de la mafia al que le llamaron democracia.

22 de febrero

Y claro, no falta el que se lo cree y sigue haciendo creer a los demás que eso es lo que vivimos, una democracia, pero, no es así…

La cruel y despiadada máquina política amparada en el interés económico no tiene el más mínimo interés en convertir esta dictadura de los partidos en una democracia. Quizá por eso mismo ahora están maquinando una nueva Ley de Partidos que los proteja perpétuamente, antes de la llegada de un supuesto proceso constitucional, tal como cuando al dictador anterior se le ocurrió hacer una Constitución que protegiera políticamente al sector de toda su mafia.

Y esa es la realidad… Dictadura de los partidos políticos en entiende mejor que la democracia d los partidos políticos, porque si eso es democracia, no es nuestra democracia, sino que la de ellos… No es mía, porque yo acuso que es una dictadura que tiene tentáculos que nacen desde la Presidencia y empollan sus huevitos en el Congreso Nacional y, además, la operan una serie de personajes designados como de confianza de la Presidencia, la mayoría militantes de partidos políticos, mismos que se huele que llegan por interés y no por servicio.

Todos esos personajes, guardianes de la dictadura, son enemigos de la democracia. Son enemigos del debate de ideas. Enemigos de establecer metas de forma colectiva. Enemigos de crearle al pueblo una herramienta con la que pueda participar del debate de las políticas y decisiones nacionales.

En resumen, ellos son la mafia…

22 de febrero

A pesar de esto, la cantidad de sufrimiento q esa mafia le propina a la población es tal q en determinados momentos de la historia aparece un personaje económico político diciendo «debemos» aflojar un poquito la cuerda del cuello de la ciudadanía para q las deudas a crédito que le creamos con intereses usureros, no los estrangulen, porque ¿quién podría querer exterminar a la gallina que pone huevos, o a la vaca que da leche?. Lo han planteado en otros términos, pero, la idea es la misma, «estrujemos a la vaca hasta que no nos agarre a patadas»

Por el camino de la ciudadanía entonces, no parece haber real interés por acceder al poder y quitarles el control remoto a la mafia de los partidos. Tú explicas las razones. Simplemente prefieren otra cosa. No tienen realmente la necesidad de auto gobernarse. Prefieren la teoría de al que le fue bien, bien por él y al que le fue mal, robe lo que pueda, porque para eso el resto tiene plata para poner fortificaciones a sus casas.

En este ambiente, las personas que sueñan con democracia y gobiernos democráticos y así mejores países donde vivir, parecen ser la excepción a la regla y no son capaces de coordinar nada importante, porque no se reúnen de ninguna forma. Debieran hacerlo digitalmente y simular algo así como una Cámara Ciudadana Digital para vivir un proceso organizacional que los lleve al poder, pero

ellos no han podido y

a los demás no les interesa porque pueden soportar la dictadura, llamándola incluso democracia

solopol

24 de febrero

Pinochet no despolitizó el país. Lo desdemocratizó. Esa postura que sostienen algunos de que la derecha «es apolítica» y que sus grandes líderes (Pinochet, Jaime Guzmán, etc), son «apolíticos» y que «despolitizaron a la sociedad» le ha hecho un gran favor a la derecha. Porque con esas ideas y nociones, la derecha sale a afirmar que sus posturas «son neutrales», o que son «técnicas», y que todo lo que ellos promueven «es sensato y racional». No hay nada apolítico en un político, todo político es político, y eso no es ni bueno ni malo. De hecho, la sociedad no se puede despolitizar: es política por excelencia, y eso se prueba reconociendo que la mayor parte del debate en estas décadas ha sido netamente político. Lo que sí pasó es que el país se desdemocratizó, o sea la gente no cree en la democracia. ¿Peligroso asumirlo? Es verdad. De hecho es probablemente una verdad más incómoda que la otra. La noción de la política «como el centro de todas las cosas» es premoderna: se basa en la idea del emperador, del rey, del poder total, al que todos los subditos deben acudir para recibir alguna migaja. Se basa en la idea de la «corte» del rey, en la cual quien está en la corte recibe favores (y el que está fuera, no recibe nada o muy poco). En cambio la democracia, que dicho sea de paso no se ve tan clara en Chile, es una noción en la cual el político tiene responsabilidades: ya no es el centro del mundo. Tiene que responder por sus actos, y se espera que sea un ciudadano más.

solopol

24 de febrero

La noción de la política total, una especie de «futbol total» en que todos atacan y todos defienden, es una especie de salvaje Oeste lleno de self made men, en que todos hacen de todo. Están listos con un fusil mientras aran la tierra, son sus propios empresarios, poseen su tierra, son políticos, montan a caballo, cultivan trigo, alimentan a las vacas, etc. Hacen de todo, igual como se esperaría en una economía en que todo el mundo se rasque con sus propias uñas (la nuestra). O también en una autarquía en que todos cultivan su comida en el patio y hacen todo, construyen su casa, hacen las calles, etc. Los políticos son servidores o funcionarios que deben estar al servicio de la sociedad, y no la sociedad al servicio de los políticos. Con políticos no me refiero a la gente con poder económico, sino a quien quiera ser político: es decir cualquier persona con interés por la política, independiente de su condición, clase social, etc. Así debiera ser en una democracia ideal, o hacia eso se debiera tender: en cambio cuando todos tienen que se estar preocupados al 100% de la política, o hasta ser sus propios politicos, representarse solos, ser sus diputados, alcaldes, etc, es porque simplemente los políticos no pueden ni representar a la gente ni trabajar por ella, es porque los políticos fracasaron. Por lo mismo, la «politización» ocurre cuando no hay democracia, cuando la política fagocita a la sociedad. Se la come, y todo lo que importa es política, ya no hay bordes.

solopol

24 de febrero

Hasta que los políticos, y todos quienes se ocupan de la política, activistas, politólogos, etc, no superen su deformación profesional que les dice que lo suyo es lo más importante del mundo, porque así lo aprendieron leyendo a Maquiavelo o a Hobbes o a Montesquieu en una época en que los reyes hacían y deshacían, y donde SI la política era lo más importante y si no te ocupabas o no le tenías respeto te cortaban la cabeza, no van a poder entender ni decodificar la realidad que tienen enfrente, y no van a poder entender el mundo externo a su propia disciplina. Porque parecen habitar dentro de su propia ciudad prohibida, donde no tienen noción de lo que los rodea. Lo que los rodea es: todo. Donde están es: la política. El desafío es entender el todo a través de la política.

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