¿Cuándo volvemos a hablar de política?

Los casos de corrupción, las boletas, las negaciones y todo lo que ha pasado en estos últimos meses ha hecho que nos olvidemos de algo: la política. Sí, porque aunque usted crea que todo lo que se ha estado hablando últimamente es precisamente es política, lo cierto es que se equivoca. Son sólo datos, chimuchina, rumores baratos y pocas ideas. Nada de ideas. Molestan las ideas.

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Es importante entender que no nacimos ayer. Que los modelos de financiamiento de campaña son la consecuencia de una idea hegemónica que hace prevalecer al mundo privado por sobre todo y que, por lo tanto, convierte al servicio público en un ejercicio servil al poder económico. Y una política servil es débil.

Y es que parece que es más importante hablar de casos particulares, cifras gigantes y conversaciones oscuras que se repiten antes de hablar perspectivas país. Esto porque nos han convencido – y por medio de una especie de relato pontificante- de que todos los políticos son la maldad pura, lo más perverso y maquiavélico que ha pisado nuestras tierras. Por lo mismo es que todos los días se piden renuncias en las redes sociales y se exige con una rabia bastante estéril «que se vayan todos».

Nos han llenado la cabeza de palabras hermosas, textos moralistas y centrados en la reacción más que en la acción. En la respuesta más que en la proposición. Es cierto, es más fácil y nos impide mirar a Chile más a largo plazo y echar un vistazo a la historia. Porque una ciudadanía con sentido histórico es más peligrosa que una indignada. Ya que esta última sirve de carne de cañón para que nadie cambie. Para que los gritos álgidos escondan que la fuerza de un poder fáctico que no quiere reformar nada.

¿Por qué es tan importante revisar el pasado? Fácil: porque así podemos entender este sistema y saber por qué hemos llegado a estas instancias. Al contrario, los hechos mirados de manera aislada y sin una línea del tiempo clara produce que nuestros reclamos regados por toda la plaza sirvan para que no le pongamos nunca punto final a una manera de concebir las instituciones y su funcionamiento. Para que sigamos mirando Chile bajo la misma mirada mezquina aunque creamos que estamos cambiando algo.

Es importante entender que no nacimos ayer. Que los modelos de financiamiento de campaña son la consecuencia de una idea hegemónica que hace prevalecer al mundo privado por sobre todo y que, por lo tanto, convierte al servicio público en un ejercicio servil al poder económico. Y una política servil es débil, poco democrática y muy poco lista para hacer un contra peso real al empresariado. Pero insisto: esto se entiende mirando el país de manera más amplia, con contexto y analizando los acuerdos y desacuerdos que hemos vivido desde que cayó la dictadura. Antes no.

¿Qué hacer entonces? Tal vez la respuesta sea que comencemos a centrarnos en cómo reformar lo que aún no nos atrevemos a hacer. Que entendamos estas tierras como un lugar colectivo y democrático en donde la institucionalidad funcione libre de toda influencia de intereses personales y sumamente poderosos. Pero para eso, tenemos que convencernos -porque no debemos esperar que nos convenzan- de que hacer política es hacer democracia. Y de que mirar con desdén todo lo que nos huela a político no es un acto de rebeldía o de ansiedad de cambios, sino el pensamiento más entregado al relato fáctico, a ese que ve al Congreso como una gran piedra en el zapato, sobre todo cuando éste se comporta con independencia. Porque sin Parlamento hay tiranía. Y con tiranía nada cambiará, sino que todo se perpetuará.