Durante gran parte del siglo XX, los políticos chilenos se cambiaban de bando como quien se cambia de ropa: los radicales mandaron a la cárcel a los socios comunistas e Ibáñez se apoyó a conveniencia primero en la izquierda y después en la derecha. La voltereta fue el sello de la política nacional.
Pero desde los setenta, Augusto Pinochet trazó una línea divisoria clarísima entre ambos bloques, los transformó en entidades impermeables y se constituyó en el eje de los relatos políticos de la transición. Pinochet es el personaje más influyente de la política chilena de los últimos 50 años, mucho más que Guzmán, Allende o Aylwin.
[texto_destacado]Su figura ayudó a mantener la cohesión de las dos coaliciones. Por grandes que hayan sido las diferencias en el arco concertacionista, todos sus miembros compartían la idea del Pinochet-dictador. Las diferencias entre RN y la UDI eran salvadas en cuanto aparecía la figura del Pinochet-salvador. Una alianza entre la Democracia Cristiana y Renovación Nacional era inviable. El fervor de la UDI hacia la figura del General tenía su negativo fotográfico en el odio que le profesaban los socialistas.
Pero la influencia de Pinochet sólo perduró mientras estuvo vivo. Con su muerte, a mediados de los 2000, no sólo desapareció el personaje, sino que también se fueron diluyendo los relatos que daban coherencia, cohesión, rigidez y estabilidad a los bloques políticos. Con la muerte de Pinochet, el espectro político de los siguientes quince años se volvería mucho más líquido.
Sin el General como eje del relato, una parte de la DC se permitió mirar por primera vez a la derecha liberal que se le aparecía en el flanco. La UDI, al renegar de Pinochet en su declaración de principios, facilitó la partida de algunos que armaron un movimiento propio. Los jóvenes de la nueva izquierda que nacieron al alero de las manifestaciones estudiantiles de 2011 no encontraron motivo alguno para plegarse al relato de la Concertación.
Así, los bloques sólidos que Pinochet ayudó a conformar (sin quererlo) se fueron derritiendo poco a poco. Y como consecuencia, en los años siguientes el espectro político se haría más diverso, pero también más inestable.
Con su muerte, a mediados de los 2000, no sólo desapareció el personaje, sino que también se fueron diluyendo los relatos que daban coherencia, cohesión, rigidez y estabilidad a los bloques políticos.
Los acontecimientos del último año fueron inéditos en Chile y es necesario buscarles algún tipo de explicación (salvo que de verdad nos creamos la historia del complot narco-chavista). El estallido social, el Acuerdo Constitucional y el Plebiscito del 25 de octubre de este año son los tres últimos nudos de una extensa cuerda que está amarrada en alguna parte de la década pasada.
La crisis asiática de 1998, las reformas constitucionales de 2005, la revolución pingüina del 2006, la crisis del capitalismo de 2008 y las movilizaciones de 2011 y 2018 pueden ser eventos que expliquen el devenir de estos días, pero la reflexión de los párrafos anteriores me lleva a la siguiente pregunta: ¿Es la inestabilidad actual una consecuencia de largo plazo de la desaparición de Pinochet?¿Fue necesaria la figura del dictador para garantizar la estabilidad política?
Si la respuesta es sí: ¿Entonces cuál es el relato que sostiene a la clase política actual?¿Cuál será el relato necesario para garantizar la estabilidad de los próximos 40 años?
El debate Constitucional es absolutamente necesario y sano para nuestra democracia, pero lamentablemente nuestra clase política aún no se ha plantado adecuadamente sobre el momento histórico que le ha tocado vivir. Nuestra estabilidad institucional no solo dependerá de la tinta impresa en la nueva Constitución, sino que sobre todo de nuestros políticos y de los relatos colectivos que sean capaces de construir.
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Nolberto
Interesante perspectiva de la historia reciente de nuestro país la que esta en pleno desarrollo…
Ruth
Muy buena columna, particularmente por la capacidad de sintetizar una serie de eventos de la historia de Chile.
Francisco
Excelente análisis, lectura obligada!