Recientemente he publicado un ensayo “Cómo Salvar la Democracia” 180 páginas, Ediciones Capitel, que ya está en librerías y plataformas. La redacción de este libro nace de mi preocupación por la crisis de la democracia que nos ha tocado vivir desde la democracia, un nuevo desafío que debemos enfrentar con sabiduría y altura de miras.
Una de las grandes preocupaciones de nuestra sociedad hoy, es cómo defender la democracia, protegerla, enriquecerla y acercarla cada vez más a los ciudadanos, al conjunto de seres humanos que habita nuestro país. En pleno siglo XXI, nos sentimos huérfanos de nuestro sistema político, en tanto no nos entrega respuestas sobre los vertiginosos cambios alcanzados en Chile y el mundo. Desde todos los ámbitos de la sociedad se habla de democracia: poder ejecutivo, élites políticas y empresariales, universidades, líderes de opinión, intelectuales, y por supuesto, comunidades de vecinos en pueblos lejanos de nuestra enmarañada geografía. La democracia, vale decir y es bueno siempre recordar, es un proceso y estilo de vida política, cultural y económica que siempre está en construcción.Creo que la novedad de este libro radica en la propuesta de pensar la democracia no desde la academia, sino desde la institución laboral, vecinal, estudiantil o sindical en que estamos participando y viviendo; todos podemos aportar a mejorar nuestra democracia
La democracia es, antes que nada y, sobre todo, un ideal. Sin una tendencia idealista, una democracia no nace, y si nace, se debilita rápidamente. Más que cualquier otro régimen político, la democracia va contra la corriente, contra las leyes inerciales que gobiernan los grupos humanos. Las monocracias, las autocracias, las dictaduras son fáciles: nos caen encima solas, mientras que las democracias, paradojalmente, son difíciles, porque requieren ser promovidas y creídas (Sartori)
Este libro se terminó de escribir en julio de 2019 y mientras esperaba su publicación, situación no fácil en Chile, se produjo el estallido social de octubre del mismo año. Luego en 2020 llega la pandemia del coronavirus. Siendo dos situaciones de distinto origen, confirman las reflexiones y obligan a ocuparnos de lo develado en estas crisis, corroboran lo urgente de asegurar nuestra democracia con una nueva Constitución que avance en los derechos sociales como fundamento ideológico de base y, como dice Constanza Michelson en su libro “Hasta que valga la pena vivir”, título que hace referencia a una de las consignas de octubre, también presente en este texto, “el deseo humano y el neoliberalismo no son buenos amigos (aunque algunos sostengan lo contrario, quizás porque confunden compulsión con deseo, fragmentación con autodeterminación). Esa enemistad reventó en Chile” .
Hace un tiempo, escuchando atentamente a distintos actores políticos, académicos, columnistas y periodistas, comencé con la idea de escribir sobre la democracia en Chile, inspirado especialmente por algunos planteamientos que realizó Fernando Atria hace varios años, respecto a la importancia de cambiar la constitución de Pinochet, ya en democracia y viviendo medianamente sin crisis, y la relevancia de realizar una constituyente sin premura ni tensiones políticas que perturbaran el debate. Está claro que ahora lamentamos no haber escuchado a este académico y político, ya que el ambiente se ha polarizado entre aquellos grupos que defienden la constitución de Pinochet y los que quieren cambiarla. Como homo sapiens, nunca hemos tenido la sabiduría para saber cuándo debemos hacer los cambios….
El principal financista de todos los sectores políticos del país desde los inicios de la transición se pasea libremente por Chile y el mundo haciendo negocios, y a nadie parece llamarle la atención. Surrealista como un libro de García Márquez. Ninguna Superintendencia funciona, el SII no presenta demandas frente al uso de boletas y facturas ideológicamente falsas. Sobre esto podríamos levantar un amplio listado de “rarezas” que suceden en nuestra actual democracia y muchos podrían decir que estoy exagerando, pero recuerden a la familia que organiza la colusión del Confort, que transfiere-deposita una cifra ridícula a los chilenos para exculparse de la falta, mientras al poco tiempo uno de ellos termina dirigiendo la organización más poderosa de los empresarios privados del país, la SOFOFA. En 2002 ya me inquietaron los sobresueldos del llamado caso MOP-GATE; ¿no era raro que todos los ministros recibieran un sobre con efectivo para complementar sus honorarios?
Ni hablar del funcionamiento de las FF.AA. en esta larga transición, como gueto especial, intocable para todos los gobiernos y con la indecorosa actuación de varios ministros de Defensa. En fin, vivimos en democracia, pero con unos límites tan laxos que facilitan que se transforme en cualquier cosa, menos en democracia. La ciudadanía está cada vez más alejada de la clase política, entre otras razones, porque no se siente representada ni escuchada en sus legítimas demandas como son la previsión, salud, educación y seguridad.
El estallido social del 18O solo corrobora lo que todos decían, los jóvenes, los pobladores, los profesionales, protestan por este Chile que no les gusta, por desigualdad, abusos del mercado, el clasismo de la sociedad y repudian a los partidos políticos, a la clase política, a la elite dirigencial, ningún líder político de oposición estuvo al frente de estas espontaneas manifestaciones, por más que el gobierno de Piñera quiso culpar a algunos partidos de izquierda o complots internacionales.
Quizás Alberto Mayol lo dice mejor que el suscrito: “el orden social es algo muy poderoso, estable, una especie de Dios silente que gobierna nuestros días. Si millones de personas están dispuestas a botar por la ventana ese orden, asumiendo los imprecisos y enormes costos que tendrá, (porque los tendrá) hay algo poderoso detrás de ello. No lo olvide, no siga buscando al culpable policial para explicar los hechos. No hay conspiración que valga para comprender ciertos acontecimientos cuya magnitud es su principal rasgo” .
Carlos Huneeus plantea un concepto enérgico al definir nuestra democracia como semisoberana y entregando sus fundamentos. Primero, la hegemonía de la economía sobre la política y la casi perfecta continuidad de un sistema económico heredado de la dictadura; segundo, la política de los acuerdos, comprensible y en cierto modo inevitable durante los primeros cuatro años de la transición, pero que se prolongó en exceso, incluso hasta hoy, como si la democracia como forma de gobierno tuviera que terminar todas las discusiones con acuerdos, avergonzándose de los desacuerdos, ni qué decir de los conflictos, y renunciar a la aplicación de la regla de la mayoría; y, tercero, la adopción por parte de los gobiernos de la Concertación de una política de expertos antes que de ciudadanos, con los economistas no solo sentados a la mesa, sino en la cabecera, con el consiguiente debilitamiento de las organizaciones sociales e, incluso, de los propios partidos políticos. Durante la década final del gobierno militar y buena parte de los años posteriores, la hegemonía de los economistas en los gobiernos siguientes, junto a la supremacía casi sin contrapesos del lenguaje y de las categorías de análisis constituyeron un fenómeno bastante evidente .
El libro de Huneeus es impactante y muestra una real preocupación por el correcto funcionamiento de la democracia, sin desconocer que toda transición de dictadura a democracia es un proceso complejo, especialmente en nuestra realidad, en donde el dictador continuó ocupando cargos importantes durante ocho años como comandante en jefe del ejército y luego como senador designado.
Como dice la norteamericana Wendy Brown, el modelo establecido en Chile y “el neoliberalismo generan una condición de la política en que están ausentes las instituciones democráticas que sustentarían a un público democrático y a todo lo que representa este público en su mejor sentido: pasión informada, deliberación respetuosa, soberanía aspiracional, contención drástica de los poderes que podrían dominarla o socavarla” .
Parodiando a Hanna Arendt, en estas páginas propongo algo muy sencillo en el marco de la construcción de una nueva democracia, nada más y nada menos que pensar en lo que hacemos. Pensar en nuestras actividades como ciudadanos, trabajadores, estudiantes, dueñas de casa, vecinos, legisladores, empresarios, intelectuales, autoridades de gobierno, alcaldes, constituye un ejercicio fundamental de nuestra condición humana, crucial para generar cualquier cambio o mejoramiento de nuestras vidas en sociedad. Creo que la novedad de este libro radica en la propuesta de pensar la democracia no desde la academia, sino desde la institución laboral, vecinal, estudiantil o sindical en que estamos participando y viviendo; todos podemos aportar a mejorar nuestra democracia, porque desde lo que hacemos y sentimos tenemos una percepción de lo que habría que cambiar. Esto nos permitirá abordar el tema antes de que sea demasiado tarde para defender nuestra convivencia democrática.
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