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Carta abierta a mi nieto

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Santiago, 11 de marzo de 2030.

Querido nieto,

Hoy asume el nuevo Presidente. Aunque todavía no tienes edad para votar, me encantaría sentarme contigo y conversar respecto de cuan importante es que la gran mayoría de las personas concurramos periódicamente a decidir sobre quiénes deben dirigir los destinos del país.
 

Me imagino que este tema te interesa poco. No me extraña, ya también hace varios años perdí la misma batalla con tu madre. No los culpo, en gran medida esto es nuestra responsabilidad. Fue mi generación, y la que me precedía, la que facilitó dar un paso que resultaría fatal para la promoción de la participación ciudadana.
 

Hace 20 años el Congreso chileno aprobó una ley que consagró la inscripción automática y el voto voluntario. En ese entonces, y quizás algo confundidos por el creciente desprestigio de la actividad política, muchos pensaron esto sería un antídoto al desencanto y la apatía que campeaba entre los jóvenes.
 

En efecto, a esa fecha la inscripción en los registros electorales era un trámite engorroso y complejo, lo que poco facilitaba la renovación de nuestro padrón electoral. Habiendo transcurrido dos décadas desde que derrotamos a la dictadura (ya te contaré algún día esa historia, quizás la más linda de mi vida), se requería con urgencia incorporar a cinco millones de ciudadanos que no podían votar.
 

Sin embargo, y quizás imbuidos por cierto espíritu de la época –una sociedad que reclamaba derechos pero olvidaba sus obligaciones-, se cometió un error garrafal: hacer voluntario el sufragio. Fuimos pocos los que recordamos que por el convivir con otros y beneficiarnos de los frutos del esfuerzo colectivo, existen ciertas cargas que debemos asumir y no podemos soslayar. La más conocida, es la obligación general de pagar impuestos, cuyo fundamento último está en la justicia de que una parte de nuestras utilidades deba ser reintegrada al Estado y así redistribuida entre todos, preferentemente en aquellas personas objetivamente más desfavorecidas.
 

Fui de aquellos que sostuvo que el sufragio no era sólo un derecho –en cuanto nadie está facultado para impedirlo o limitar su ejercicio-, sino también un deber democrático. Para ser más concretos, defendí que se estableciera para los ciudadanos la obligación de participar periódicamente en las decisiones que nos afectan a todos y donde se sella el destino de la comunidad de la cual somos parte. Siempre me pareció, en consecuencia, que el votar era más un deber que un simple derecho.
 

Sin embargo, y tal como muchos alentaron, la aprobación de sufragio voluntario tendió a favorecer a las elites, en cuanto las clases sociales menos pudientes e ilustradas carecieron de incentivos para la participación electoral. En los hechos, el nuevo sistema le otorgó una razón preferente para participar a aquellos que monopolizan el conocimiento, ya que éstos pudieron mejor sopesar la importancia que tiene el sufragio en la defensa de sus intereses.
 

Peor aun, el sistema de sufragio voluntario, donde la participación electoral oscila de acuerdo a los incentivos coyunturales, relevó más todavía la importancia de factores externos como el dinero, el pago de favores o derechamente la compra de votos. Siempre sostuvimos que, con mejores o peores razones, con entusiasmo o lata, convencidos o indecisos, el estar obligados a sufragar aminoraba el riesgo de que esta decisión fuera adoptada por razones que poco tenían que ver con el ejercicio democrático.
 

Mi querido nieto. La historia de la humanidad ha demostrado que las sociedades no han encontrado otra forma de organización social que no sea a través de la política: le podrán llamar de otra forma, esconderla bajo la alfombra, maquillarla o simplemente negarla, pero siempre estará allí. En consecuencia, siempre apelé a la urgente necesidad de preservar y mejorar la calidad de una actividad que nos acompañará por siempre. En la mayoría de casos que conozco, las peores tragedias políticas y sociales fueron precedidas de un largo período de desprestigio y desinterés por lo público. El autoritarismo de derecha e izquierda, la restricción de las libertades políticas, la corrupción generalizada, la explotación de los ciudadanos más modestos y la constante farra de los caudillos, mesías y profetas de turno, han sido siempre posibles cuando la ciudadanía se distancia de la política, se encierra en la comodidad de su mundo privado, dejando a unos pocos la administración de los asuntos que conciernen a todos.
 

Con más dolor del que me hubiera gustado reconocer, confieso que la aparente libertad para participar (o no) en las decisiones públicas que inspira la ideología del voto voluntario, terminó por acarrear un costo demasiado alto para todos; incluso para aquellos cuya preocupación fundamental era que nadie vulnerara sus propios derechos y así preservar su inviolable espacio privado.
 

Mi querido nieto, si hace 20 años atrás hubiéramos tenido el coraje para sobreponernos a lo políticamente correcto, quizás hoy tendríamos un sistema de inscripción automática y voto obligatorio. Sin duda ello no hubiera resulto definitivamente nuestros problemas, pero ciertamente habríamos evitado la debacle en la cual estamos inmersos hoy.
 

Con el cariño de siempre,

 

El Tata
 

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Foto: http://www.flickr.com/photos/berlinmeineliebe/2820394905/

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22 de marzo

Yo también entiendo el voto como un deber democrático. Sin embargo, me hace ruido la necesidad de establecer una «pena» y, peor aún, que esta tenga (como en la actualidad) la forma de multa. ¿No se podría buscar otra forma de afirmar esta «obligatoriedad»?

25 de marzo

Efectivamente hace ruido el tema de la multa. Años atrás, en la época de nuestros padres, la inscripción en los registros electorales era un requisito indispensable para acometer otro tipo de trámites relevantes. Con todo, no me preocupa tanto la forma en que se haga exigible la obligación, sino más bien que se establezca como tal (deber), pues constituye una poderosa señal pública de lo que socialmente esperamos de los ciudadanos y cuáles son sus cargas y responsabilidades por el hecho de vivir en sociedad.

23 de marzo

Jorge ¿para qué crees que hay que tener coraje en este tiempo? ¿qué crees que es lo «políticamente incorrecto» que se debe hacer como oposición? ¿habría sido distinta tu carta si la hubieras dirigido a tu nieta? 🙂

25 de marzo

En momentos que campea el descrédito de la actividad política, la desconfianza en la las instituciones y se ha transformado en un deporte nacional el denostar a las personas que se dedican al servicio público, creo que hay que tener el coraje para defender la dignidad de esta alicaída actividad. La política es –aunque a ratos parezca una macabra broma- un espacio que dignifica a los seres humanos, pues los compromete, más allá de sus legítimos intereses particulares, con el devenir de quienes los rodean.

Durante los siglos de nuestra existencia, no hemos encontrado otra forma para organizar la convivencia social que no sea a través de la política. Algunos le cambian el nombre u otros la esconden bajo la alfombra, pero ahí está. Las peores tragedias sociales en Latinoamérica o las más duras dictaduras, fueron siempre precedidas de un momento de gran desprestigio de la actividad política, donde los ciudadanos se retiraron del espacio público y dejaron en manos de pocos aquello que nos concierne a todos.

En cuanto a lo segundo, lo prioritario y obvio es colaborar con la reconstrucción. Sin embargo, tendremos que buscar un justo equilibrio en ser una oposición constructiva, leal, pero que no pierda de vista que tenemos otras concepciones ideológicas y culturales. Es malo para cualquier democracia que los ciudadanos no distingan las diferencias entre unos y otros. Nos hemos mal acostumbrado a que cualquier discrepancia, matiz o posición divergente, sea mirada como una amenaza y no como lo un legítimo y esencial elemento del debate político. La política es, por definición, un espacio donde se administran las diferencias, la que debe ejercerse con fuerza y claridad, pero también con respeto. Discrepar no es lo mismo que destruir. Uno puede, a diferencia de lo que la derecha hizo en la oposición, manifestar una diferencia en el aporte y la proposición.

A lo tercero, sí… hubiera sido distinta. El encabezado diría “Querida nieta”.

26 de marzo

Yo estoy completamente de acuerdo con lo que tu dices, pero también creo que debe ser un derecho no votar para un ciudadano cuyos valores y creencias se lo impiden (por muy absurdo que parezca). Creo que el problema surge cuando se plantea la idea de un «castigo» a los que no votan. Probablemente la solución es que sea un derecho el desincribirse pero la inscripción automática lleve aparejada la obligación. Lo que estaríamos diciendo es que «asumimos» que el ciudadano quiere votar y desea enfrentarlo como un deber, pero le permitimos «objeción de conciencia»… un poco como ocurre con el servicio militar.

26 de marzo

Yo haría una distinción. Primero, hay casos donde no cabe ninguna objeción de conciencia. Así por ejemplo, no conozco países donde pueda esgrimirse razones ideológicas o culturales para, por ejemplo, no pagar impuestos. Segundo, y suponiendo que damos cabida a la posibilidad de eximirse del deber de sufragar por razones de principios, creo indispensable esa obligación sea reemplazada por otra (como de hecho, ocurre en otros países con el servicio militar). En resumen, ¿el sufragio cae en la primera o segunda categoría? (tengo dudas). Pero si concluimos que es la segunda, sigue siendo relevante dar una señal de compromiso hacia la comunidad política que me cobija con la imposición de una carga alternativa.

29 de marzo

El sistema ideal, probablemente, es la inscripciòn automática, el voto obligatorio y la desinscripción voluntaria. Quiero recordar, sin embargo, que fórmulas como ésa se discutieron, incluso se votó un proyecto que mantenía el voto como obligatorio pero eliminaba la multa ¡y se rechazó!. Entonces, la alternativa era dejar las cosas como están o ir a un sistema de inscripción automática y voto voluntario. Eso tiene sus peligros, sin duda, pero el peligro de seguir en una democracia con los jóvenes totalmente ausentes me parece mayor y sus consecuencias se comenzaron a sentir hace mucho rato. También uno podría hacerle una carta al nieto en que le pide discupas por un padrón en que han votado los mismos por décadas, por una democracia que es ciega a las necesidades y visiones de las nuevas generaciones, por una dirigencia política que renueva su poder administrando unos bolsones de votos cada vez menos representativos. Esto último no es un peligro potencial sino una realidad en desarrollo y cada vez más grave. La política debe volver a hablarle a la gente, decir cosas que le hagan sentido a los jóvenes, al mundo popular, a los sectores medios, no hay de otra. Con voto voluntario vamos a tener una enorme presión en ese sentido. También hay una oportunidad en eso, porque va a estimular una política menos enfrascada en sí misma.

Hay una película llamada «Las cosas que perdimos en el incendio» (aprovecho de recomendarla) donde hay una frase que ronda por toda la trama y corona el final. La frase dice «toma lo bueno», y respecto al nuevo sistema de inscripción creo que tendremos que hacer eso.

15 de abril

No niego que lo perfecto sea enemigo de lo bueno y que, sobretodo en política, hay veces que debemos retroceder un paso para avanzar dos. Sin embargo, no me pareció que hubiera una discusión muy de fondo en torno a las consecuencias del voto voluntario y, menos todavía, que la resignación fuera presa de las huestes progresistas. Por el contrario, lo que se percibió fue entusiasmo por una iniciativa cuyas consecuencias podríamos pagar por varias generaciones.

Que las cosas antes estaban peor, no termina de ser un buen argumento para justificar las bondades de una reforma legal que, aunque mejora relativamente la situación que teníamos, está muy lejos de creo indispensable para el país.

Lo que por un lado pudimos haber ganado en cantidad (ya veremos si eso es cierto), quizás lo hemos perdido el calidad, en cuanto el nivel de compromiso que la (no) obligación impone.

16 de abril

Me voy a colgar de «la película», hay otra que e llama «A prueba de fuego» o «Fire proof», está en youtube. La frase aquí es «nunca abadones a tu compañer@, especialmente en caso de incendio». Carolína, se la recomiendo sobre todo si la ve acompañada. Puse la @ porque si ponglo una o, no va a faltar la que me diga y por que no una a.. 😀

15 de abril

Estimado Jorge, soy joven, tengo 20 años, no puedo hablar de lo que era politicamente correcto hace 10 años atras, pero si puedo dar mi opinion de lo que creo que es politicamente correcto ahora. La idea de la inscripcion automatica y el voto voluntario ha ido tomando fuerza sostenidamente en los ultimos años, sin embargo aun no se concreta. Mucha gente puede pensar que la inscripcion automatica y el voto voluntario es la nueva forma de participacion democratica, pero basta con ver a las elites politicas actuales que lo ultimo quye hacen es encantar con sus estrategias y con sus propuestas, asi como un profesor debe encantar a sus estudiantes para motivarlos y su proceso de aprendizaje sea optimo, asi los politicos, y mas aun, la forma de hacer politica deberia encantarnos de tal manera que nos haga querer participar activamente en nuestra democracia, y creo que sólo en ese escenario, la inscripcion automatica y el voto voluntario podria ser posible. Lamentablemente la politica actual lo que menos hace es eso. por eso estoy de acuerdo con tu idea de Inscripcion automatica y Voto obligatorio.

17 de abril

Respondiendo al señor Suazo: la idea de un voto voluntario, sólo produce mayor desigualdad, no tan sólo en la idea que el voto se compraría en cada elección, porque la incapacidad de movilización de los ciudadanos para ir a votar a través de la obligatoriedad (lamentable, pero no menos cierto) sería inevitablemente reemplazada por el dinero, un candidato joven como tú o como yo, sin el dinero para competir en propagandas, tecitos o tallarinatas (nueva lógica de captación de votos, tras Fukuyama se nos acabó la historia) no podría ser electo, quizás me podrías replicar con que si mis ideas son renovadoras podría salir, tampoco caben en esta lógica, ya que siendo un candidato sin recursos, como comunico mi mensaje, si para salir en los mass medias chilensis, hay que tener dinero (otra vez el vil y sucio vocablo) e internet aún es un medio elitista en Chile.

En conclusión, las personas votarían (si es que van a votar) por las mismas lógicas de hoy, una canción bonita o un slogan llamativo o la compra del voto.

Don Jorge: su carta realmente reveladora, pero no menos triste, espero que ni usted ni yo debamos reflexionar eso con nuestros hijos o nietos.

19 de abril

En lo medular me parece que la conversación sobre la convivencia democrática entre ciudadanos todavía gira en torno a la antigua idea de que ante la infactibilidad de ejercerla, bueno es tener un esquema sucedaneo de democracia a través de representantes. Ese centro debe cambiar para encontrar otro camino.

Lo que está en crisis es la democracia a través de representantes no la democracia. Esa democracia idílica, ya la estamos descubriendo a través de estos foros y redes: podemos autodeterninarnos, fijar incluso nuestras propias reglas, sin importar finamente, si la ley de los estados que nos regulan (chile, extrachile) nos mandan, prohiben o permiten estos actos.

Confiamos tanto en la institucionalidad que hemos concebido que casi creemos que es real. Pensamos que los presidentes y parlamentos son constitutivos de la convivencia ciudadana cuando en realidad ha sido la convivencia ciudadana la que se da estas estructuras (aunque ya lo hallamos olvidado).

Hecha la aclaración, retomando el punto de los deberes ciudadanos, yo iría aún más allá para el 2030: Inscripción Automática, Voto Obligatorio, Público y Solidario, esto es, que cada ciudadano se haga corresponsables de su delegación de representación. Posiblemente no habrá castigo ni acción punitiva alguna sobre los electores, pero claro está que si tu delegado «mete la pata» al menos tendrás que sentirte avergonzado de tu elección. El voto secreto es para evitar otras imperfecciones del modelo, pero eso no justifica que no se asuma la responsabilidad.

Como diría nuestro campatriota Francisco Bilbao, no tenemos derecho a delegar la soberania de nosotros mismos … http://www.franciscobilbao.cl/1909/article-81871.html#h2_9

saludos
josé pepe flores peters

19 de abril

Creo que la clave está en la formación e información inicial de los ciudadanos. Votar informadamente hace la diferencia.
Mientras sigamos siendo mal informados acerca del papel que cumplen los políticos y la política en la vida nacional, entonces tendremos que asumir que el voto ciudadano no será consecuente, constante y responsable, lo que equivaldría sutílmente a voto obligatorio. En el actual escenario político, en el que el voto es demasiado desinformado, la voluntariedad toma prestadas muchas razones para el no ejercicio.
Los países que abandonaron la enseñanza cívica tienen que pagar el costo que ello implica, y vaya que somos buenos pagadores!!

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