El debate en torno a la discusión del proyecto de ley “Aula Segura” se ha transformado, desde el punto de vista de la ley en sí misma, en un fracaso para el gobierno; en el Senado se ha cambiado su esencia e incluso su nombre, pasando a llamarse “Aula democrática”. Sin embargo, se escucha decir que, desde un punto de vista simbólico, Sebastián Piñera y su gobierno han dado con éxito una batalla política en la cual se pone de relieve la imagen del gobierno de Piñera como promotor del orden y la seguridad (esenciales a la tradición política criolla) y, automáticamente, la oposición como cómplice de los delincuentes, de la violencia y del caos. Bajo esta hipótesis qué duda cabe de que la oposición pisó el palito.
Ahora bien, si debemos sacar una conclusión a partir de la lógica del triunfo simbólico, es que el 76% de apoyo a la ley “Aula Segura” es, al mismo tiempo, la razón por la cual se decidió esta estrategia, y por otro, la fuente de legitimidad del proyecto de ley. Lo último es importante de destacar, así como el gobierno apela cada cierto tiempo al amplio triunfo logrado en las elecciones, el 76% de apoyo a la ley se transformó en una forma de legitimar la acción del gobierno y, por ende, se convirtió en una fuente de legitimidad democrática: “Aula Segura” es más democrática que “Aula democrática”.Cabe preguntarse entonces qué tipo de democracia es aquella donde la opinión pública, expresada en encuestas, es la expresión de la ciudadanía o, si se quiere, del pueblo
Cabe preguntarse entonces qué tipo de democracia es aquella donde la opinión pública, expresada en encuestas, es la expresión de la ciudadanía o, si se quiere, del pueblo. Si sostuviéramos que se trata de una democracia liberal es porque validamos a la encuesta como expresión de los intereses de los ciudadanos, estaríamos frente a la convergencia de intereses propia de Hayek y sus discípulos, la cual, además, ahora es medible. Si no fuera el caso, es decir si no se validara a la respuesta telefónica como fuente de legitimidad ¿Cómo podríamos caracterizar a nuestro orden político? Probablemente Max Weber hablaría de una democracia plebiscitaria, propia de caudillos y líderes carismáticos, donde la técnica reemplaza a la deliberación.
Si este último fuese el caso, y las encuestas y (como se dijo anteriormente) la elección presidencial fuesen las fuentes del poder del Estado, podríamos preguntarnos qué tan libres son las instituciones bajo las cuales se desarrolla la democracia en nuestro país. En un régimen presidencialista como el nuestro ¿Qué rol cumple el legislativo: legisla o simplemente fiscaliza y modera? ¿Cumple el Estado chileno con el principio de separación de poderes, esencial a la doctrina liberal? Finalmente cabe preguntarse si podríamos caracterizar a la Constitución, incluidas sus reformas, como una Constitución liberal.
Si la respuesta fuese negativa, podríamos preguntarnos qué tan cómoda estará la derecha liberal en una coalición que se niega a revisar el orden político actual y que incluso se precia de sus principios originales que, en el ámbito político, no fueron elaborados precisamente por liberales.
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