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Atria y los mecanismos «(in)constitucionales»

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Lo único que se me ocurre es que hemos errado en entender la función de la CPR, desde una Carta que debiera representarnos a una Carta que en realidad nos oprime y nos pone trabas para mantener un statu quo que no nos deja avanzar.

A nadie ha dejado indiferente la propuesta por el Comité por una Nueva Constitución de Michelle Bachelet, presentada hace unos días y anunciada por un artículo del Mercurio. La verdad es que es un hecho que merece un análisis que, con total seguridad, escapa a la extensión de este artículo.

Primero, habría que explicar que la idea propuesta por Fernando Atria, esto es, hacer que la eventual Presidenta (si sale electa) promulgue un decreto supremo que llame a un plebiscito, en el que se pregunte a la ciudadanía si se quiere o no una nueva Constitución. La «gracia» por así decirlo, es que haciéndolo de esa manera, se logra que el decreto que llama a plebiscito no pase por el control de constitucionalidad del Tribunal Constitucional. Esto se explica así: El artículo 93 de la Constitución dice cuales son las atribuciones del TC. En su número 5º, dice que el TC debe «Resolver las cuestiones que se susciten en relación a la convocatoria a un plebiscito». Posteriormente en el mismo artículo, en su inciso 24 (sí, los conté) establece que «En el caso del número 5º, la cuestión podrá promoverse a requerimiento del Senado o de la Cámara de Diputados, dentro de los 10 días (…)». De esta manera, el requerimiento del Senado o la Cámara baja sólo puede ser si la mitad más uno de cada cámara lo exige (mayoría simple), pues esa es la forma de entender que algo lo haga «el Senado». Así, el Presidente que tenga mayoría simple en ambas cámaras, podría llamar a plebiscito sin que el TC pueda pronunciarse al respecto. Primero, hay que entender que acá no hay ningún resquicio. La Constitución Política de la República  establece claramente cuando puede y cuando no puede actuar el TC, y también la forma en la cual se impugna un decreto supremo. Este mecanismo planteado por Atria hizo que personajes tan diversos como Andrés Allamand, Patricio Melero, Pablo Longueira o Claudio Orrego criticaran la medida, algunos calificándola de «atajo» o «fraude constitucional» ¿Cual es el fraude entonces? ¿El hecho de que elija ir a plebiscito por mayoría simple del senado es un fraude? Y este es el punto que quiero tratar, sobre el trasfondo que un mecanismo así conlleva.

La idea de tener una democracia es que como pueblo, como ciudadanía, como comunidad, tomemos las decisiones que nosotros queremos para nosotros, decisiones que pueden ir cambiando en el tiempo. Institucionalmente se ha entendido esta idea como la idea de la mayoría, pues esta es la idea que mejor representa lo que un pueblo quiere en un contexto de preferencias individuales y diversas. Por eso las leyes, en la mayoría de los estados democráticos, se promulgan o derogan en base a la mayoría simple del Congreso. En Chile también es así pero entran en juego las urgencias que el presidente puede asignarles a los proyectos de ley que se están tramitando, pero ese es un tema que da para otro artículo. El punto de hacer esta referencia a la Democracia es que algunos creen que la mayoría no es suficiente. En este país gran parte de la Derecha cree que está bien que existan quórums altísimos de reformas a la Constitución (2/3 para los capítulos importantes y 3/5 para los demás de la CPR) y organismos que ponen trabas a la decisión de la mayoría, como los controles preventivos del TC. Esto, si bien es complejo, empeora todavía más al hacer memoria de que esta Constitución no fue dictada en democracia, no había parlamento, y fue dictada después de casi 8 años de dictadura, dictadura que se hizo con el poder a través de un golpe de estado. ¿Es relevante todo esto? A mi juicio, si lo es. No se trata de sacar a colación el Gobierno Militar porque es estratégico apelar a la maldad del otro, sino porque Chile sigue viviendo bajo ideas constitucionales que lisa y llanamente no nos representan. No es un rasgo democrático de un país que si 1/3 y un parlamentario más no quiera algo, se veten los proyectos y las reformas. Eso es darle el poder decisorio a una minoría. Una minoría que, obvio, es la misma que habla de la Democracia protegida y que dictó la Constitución.

La Constitución, como bien dice la derecha cada vez que puede, se ha reformado muchas veces desde su promulgación en el año 1981. La verdad es que con quórums tan altos de reforma, y la forma en la cual se eligen los miembros del Congreso (herencia de la dictadura también, sistema único en el mundo) es bien improbable que se hayan logrado cambios significativos a nuestra Carta Magna, aún con las muchas pequeñas reformas. Es innegable que la Reforma de Lagos el 2005 fue un gran avance, pero no es suficiente. Todo lo anterior, por supuesto, no fue algo del azar, al contrario: La comisión Ortuzar (la comisión que escribió la CPR) y Jaime Guzmán lo planearon así, para que incluso perdiendo el poder, no se perdiera el poder.

¿Cuál fue el resultado de todo esto? Que hoy, año 2013, se califique de fraude un mecanismo que lo único que plantea es que se elija por mayoría del congreso un mecanismo para que la gente se pronuncie. Nótese, no hay ninguna decisión de fondo, sólo se busca un plebiscito, es decir, que hable la mayoría. Entonces, ¿como se puede atacar de inconstitucional un mecanismo que lo único que busca es que se respete y se tome en cuenta la decisión de la mayoría, tomando en cuenta que defender la democracia como modo de gobierno es uno de los pilares que debería defender cualquier Constitución? No sé. Lo único que se me ocurre es que hemos errado en entender la función de la CPR, desde una Carta que debiera representarnos a una Carta que en realidad nos oprime y nos pone trabas para mantener un statu quo que no nos deja avanzar. Y acá voy a hacer una salvedad: Con avanzar no me refiero a avanzar en un sentido político en específico, me refiero a la posibilidad de que un país se rija con sus propias reglas, que sea capaz de gobernarse, no que viva con el Paternalismo de nuestros antecesores. Si este país quisiera avanzar hacia otro camino del que a mi me gustaría, lo encontraría legítimo, pero siempre a través de reglas claras e imparciales elegidas por todos, que nos permitan hacernos entender unos a otros como interlocutores válidos y dueños de nuestros propios destinos como País. Lo que encuentro lamentable es eso, que se celebre el hecho de tener instituciones que no nos dejan pensarnos como adultos, sino más bien que nos hacen entendernos como niños que pueden cometer alguna locura.

Al llegar a este punto del argumento, puedo referirme a lo que se ha llamado la crítica del «camino a Venezuela», es decir, que este tipo de mecanismo como el planteado por Atria va a tener como consecuencias que Chile se vuelva inestable y se convierta en un país como Venezuela, o Argentina. Este punto de la estabilidad es interesante, pues se ha usado para decir que cualquier cambio medianamente drástico va a desatar caos en Chile y prácticamente volver a los tiempos de la UP. Pero esta postura olvida varias consideraciones cruciales: Primero, y evidente, Chile no es Venezuela, ni Argentina. Nuestra historia republicana y nuestras instituciones son diferentes, y el contexto también lo es. El cambio institucional vivido por ambos países fue en periodos de crisis, internas y externas, y eso desembocó en los cambios que hoy vemos en ellos. Chile, hoy, luego de 20 años de Democracia protegida y estabilidad (y crecimiento) económico, se encuentra mucho más capacitado para generar cambios positivos y que no impliquen un giro al bolchevismo caudillista que se suele tener miedo. Nos podemos dar el lujo de  dejar de tener instituciones que velen por la estabilidad para tener otras que nos representen. Y segundo, es entendible (y común) que se le tenga desconfianza a las instituciones, pero creo que si nos queremos entender como comunidad, debemos, si o si, confiar en nosotros mismos. Lo que hace la idea de que debe primar la estabilidad es, una vez más, vivir con miedo de nuestras propias decisiones, de que el pueblo decida. Si queremos generar un país omnicomprensivo con todos sus habitantes y queremos construir para mejorarlo, se debe partir confiando en el otro, es decir, sin protecciones o trabas infantilistas.

Toda la pugna descrita más arriba es la que se encuentra detrás de un mecanismo para llegar a un plebiscito, o a una asamblea constituyente, como lo es el planteada por Fernando Atria, y además, a esto mismo el abogado semanas atrás al decir que «El problema constitucional se tendrá que resolver por las buenas o por las malas». No es que se vaya a cambiar a la fuerza, sino que, hasta ahora, los movimientos ciudadanos han tomado partido fuerte y es lógico entender que tarde o temprano algo se hará, para bien o para mal.

La Constitución actual cumplió un papel muy importante estos últimos 32 años, pero se extralimitó. De lo que estoy hablando ahora es de una Constitución que sea propia, que no venga con esos errores de matriz y que represente las ideas actuales de Chile, y  que nos trate (tratemos) como adultos capaces de gobernarse a si mismos. Y con la Constitución vigente no se puede, y dudo que parte de este país acepte la idea de que eso debiera decidirse, también, por la mayoría.

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Comentarios

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anahi

04 de junio

Muy bueno! Estoy orgullosa de ti ajaja

04 de junio

Al fin gente sensata empieza a formar parte del discurso público, es necesario que estas aporten en estas discusiones que son tan importantes, sólo con ideas vencemos la vagancia y la opresión. Excelente columna!

05 de junio

«Lo que encuentro lamentable es eso, que se celebre el hecho de tener instituciones que no nos dejan pensarnos como adultos, sino más bien que nos hacen entendernos como niños que pueden cometer alguna locura»

Después de esto la pregunta sería: ¿Somos realmente adultos en nuestros temas? Claramente me gustaría pensar que sí, pues se exige tener una condición tal con nuestro tiempo presente, un deber como ciudadanos insertos en una democracia, pero ¿somos lo suficiente maduros como nación? Si vemos a las grandes manifestaciones, a los involucrados y los discursos tendemos a primera vista a decir que si, y creo que es un «si» mucho más profundo, que no quiero alargar aquí.

Más allá de esta pregunta, el cambio de constitución es una acción que se pide a gritos, ya sea por el avance anímico del contexto y por nuestra relación con el presente. Ya no somos la nación de años atrás, somos un presente vivido muy distinto, que aprendió y quiere intentar, la constitución no debe ser un obstáculo, sino una herramienta con la cual manifestar lo que el pueblo quiere y desea para su nación.

Debemos, por esto, tener la seguridad y el deber de reconstruirnos para estar al día con el presente. Como bien dicen las Palabras de Ortega Y Gasset: «Debemos estar a la altura de nuestra realidad circundante, esto es, de nuestra circunstancia»

21 de noviembre

Más vale tarde que nunca. Leí con detención tu columna y quiero referirme a algunos puntos que comentaste en el texto. Le recuerdo a usted que no soy abogado, pero entiendo de estos temas.

En primer lugar, y creo que podrías estar de acuerdo conmigo con la siguiente afirmación: no es muy bonito andar gobernando a punta de decretos supremos para materias tan delicadas como estas. El motivo, aparente noble (no lo sabemos, hablamos bajo un supuesto sobre el cual nadie ha propuesto nada específico aún). Pareciera que en este caso se plantea que el fin justifique los medios, y por ende, cualquier método es válido para conseguir implementar la idea que se tiene para cambiar la constitución.

Aún así lo anterior, las consecuencias de un acto como ese estarían por verse. Sentaría un muy mal precedente que se empiece a gobernar vía decreto supremo para ciertas materias cuya atribución corresponde al Congreso, y el país no está para resquicios. No tratemos de apagar el fuego (Constitución actual) con bencina (trampas y atajos).

Luego, y siguiendo tu línea argumentativa, déjeme decirle que teóricamente encuentro excelente que el pueblo tome las decisiones que le parezca pertinente para su autodeterminación. Hasta ahí todo bien. Los quórums altos de alguna forma obligan a tomar acuerdos con la oposición, pese a que tuvieses una mayoría pero inservible a la hora de querer cambiar la CPR o para aprobar una reforma educacional. Pero entendamos también que estamos hablando de leyes cuyas consecuencias, favorables o negativas, pueden sentirse a través de los años, y se extienden de un gobierno a otro.

Acá un concepto que hemos hablado antes: una mayoría absoluta pero temporal (entendamos que absoluta puede ser un 55% frente a una oposición del 45%) no debiera «aplastar» con sus decisiones al «adversario», que en este caso sería una gran masa de la población. Por eso, te está obligando a tomar ciertos acuerdos. La mayoría temporal no puede aplastar a esa minoría temporal, porque se poder aprovechado con irresponsabilidad te lleva a lo que ocurre en Venezuela. El ejemplo no te va a gustar, pero existe una fauna de leyes que fueron aprobadas gracias a esas mayorías temporales de las que habló, entre las que se cuentan reelección indefinida, leyes habilitantes para gobernar con decretos supremos y el cambio del sistema electoral, que le otorgó a aquellas zonas donde el chavismo era más fuerte una mayor cantidad de parlamentarios, disminuyendo así los «elegibles» de la oposición.

La estabilidad del país es un valor del cual pareciera que no nos sentimos orgullosos. Estabilidad no es sinónimo de estar en silencio, o de no poder salir a la calle. Me parece sano, básico y hasta necesario la posibilidad (y el uso) del derecho de manifestación, de poder expresarnos libremente, de marchar y exigir nuevos derechos. Pero usted y yo lo sabemos: No todo está tan malo.

¿Somos lo suficientemente adultos como para estar preparados para este tipo de cambios? Me parece que no. Hoy faltaron diputados en sala para aprobar el cambio del guarismo 120, primer paso para cambiar el binominal. RN había dado sus votos, pero faltó parte de la Concertación en masa. Luego de vociferar por una década en este sistema tan «perverso» como lo es el binominal, fallaron. ¿Por qué? ¿Eran tan adultos? ¿Somos adultos? ¿Somos capaces de autogobernarnos? Tengo mis dudas. Y aún así, tal como lo planteas, más me suena a la propuesta de Roxana Miranda, donde todos podemos escribir la nueva Constitución, incluso con faltas de ortografía. El poder popular suena bonito, pero impracticable. Para eso tenemos instituciones.

Por lo demás, ¿por qué queremos cambiar la Constitución? ¿Es todo tan malo? El Sr. Atria quiere un cambio porque a él no le gusta el modelo de sociedad y económico que nos rige la Carta Magna actual. Ese es un problema ideológico de él.

Yo tengo la duda si realmente el chileno sabe el camino exacto que debiera tomar este tema. La palabra Constitución la meten a cada rato en los medios, como si se tratase de un producto que puedes llevar desde el supermercado y, con buen marketing, puedes mentalizarlo en el inconsciente colectivo de la población. Porque desde mi perspectiva, eso se ha hecho. «Cambiemos la Constitución porque no me gusta el modelo económico, y como la Constitución no me deja cambiarlo, entonces hay que cambiar la Constitución»

Por ahora, el debate está, pero al parecer a menos del 8% (a su vez, de otro porcentaje) pareciera que le interesa el tema. El resto de la gente se levanta temprano por las mañanas, se ducha, usa el transporte público, trabaja, vuelve a su casa, ocupa los servicios públicos (bastante malos, por cierto) y así. Acá me dirás: «Es que empiezas como los UDI con los problemas reales de la gente». Para nada, estimado amigo. Creo en el poder de las políticas públicas, no me parece sano el asistencialismo sino que creo que hay que garantizar ciertos derechos (y gratuitos y de calidad), sacar o fiscalizar al privado que ha hecho un mal uso de las libertades, pero también respetar el camino de las libertades personales, de organización y empresarial, avanzar por consenso y, por sobre todo, buscar los puntos medios. El punto medio, y ya lo hemos hablado, no es una posición neutral: es un camino. La vida no es blanca, no es negra, pero puede ser gris. Piénsalo. Somos una sociedad, todos pensamos distintos, busquemos caminos en común. Yo creo que se puede.

Carlos Eduardo Bomplano

03 de enero

Maximiliano, hablas de «mayoría temporal». Es que existe una mayoría en democracia que no sea, ppor definición, temporal? La única aspiración a una mayoría permanente es un sistema totalitario de partido único. En democracia, siempre una mayoría está sujeta a la posibilidad de que en la próxima elección se revierta y deje de serlo.
Entonces, si una «mayoría temporal» no puede hacer los cambios que el mandato del pueblo le da, significa que desde tu punto de vista nunca se podrán hacer cambios en democracia.
Otra cosa es que se exija que a pesar de tener mayoría, un grupo esté obligado a negociar con la minoría. Eso es siempre exigido por las minorías, obvio. Cuando un grupo recibe la mayoría, tiene el derecho y el deber de actuar. Eso se llama democracia. No se llama mayoría temporal.

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