Un veinteañero militante socialista montando lo que parece ser una MG-42. Siempre me ha impresionado esta foto pues sugiere la imagen congelada de la escena de un drama. Dispuesto a presentar combate pero vestido con un «beatle» blanco, demasiado fácil para un francotirador enemigo. Una tenue ingenuidad en medio de una enorme voluntad. Es como si vieras una tromba marina que se dirige hacia ti pero porfiadamente te anclas y no te mueves. Como un tornado de muerte e injusticia que se acerca a la coordenada que marcó la rosa de los vientos pero no te escapas ni te escondes.
Ese «beatle» blanco es demasiado tentador para el proyectil que girando sobre su eje, toma velocidad y te da en el hombro, y no te mueves.
Seguro que sabías «Gonzalo» que para esos combates la ropa debe ser oscura y otro tiro te da en la pierna, y no te mueves.
El manual de la vieja MG 42 necesita 3 «servidores» pero en las fotos estás aparentemente solo. Se te ve preparando las cintas para conseguir una buena «cadencia de tiro”, sin duda lo mejor de la «Spandau’, aquello que la hizo tristemente célebre y con la que te aprestas a defender al gobierno constitucional y al Presidente. Pero no estamos para apologías ni para el fetichismo de las armas. Eres peligroso «Gonzalo» con esa arma en la mano y a la vez blanco fácil con esa ropa tan clara. Pero tampoco estamos para críticas estéticas, menos para ser generales después de la batalla. Apenas estamos para comprobar cómo nos acorralan los detalles.
Y así, otras seis veces entran proyectiles en tu cuerpo, y no te mueves.
El 2 de octubre se pierde tu rastro. Te sacan de un hospital, al parecer tienes una pierna totalmente destrozada. Te llevan porque las bestias quieren terminar la tarea que dejó inconclusa el tirador enemigo. Ni en la más cruel de las guerras se sacan prisioneros heridos de los hospitales.Nadie sabe dónde estás ahora, nadie registró donde marcó tu última coordenada la ensangrentada rosa de tus vientos. Solo tenemos estas fotos
Nadie sabe dónde estás ahora, nadie registró donde marcó tu última coordenada la ensangrentada rosa de tus vientos. Solo tenemos estas fotos. Quizá a mí no me hubiera dado la valentía para estar contigo ese día en ese balcón para ayudarte. Tal vez me hago preguntas inconducentes, las mismas que a muchos despiertan en medio de las noches de septiembre.
Todos los que hemos sentido el terror erosionando la voluntad, sabemos que hay un extraño umbral que inexplicablemente se sortea, como si alguien te diera un sorbo de pólvora con aguardiente cuando estás a punto de desvanecerte.
¿Dónde estarás «Gonzalo»? En qué pedazo del mar o de la piel de la tierra habría que buscarte? ¿Desde Curanilahue a La Moneda, cuántos pasos caminaste? ¿Cuántas reuniones en San Miguel, en el Regional Ho Chi Minh? ¿Cuántas caminatas por esas mismas calles transitadas tiempo después por los pocos que, en tu nombre y el de otros, aún temblorosos y con la boca seca, volvíamos a reunirnos?
Y ahí sigues en las imágenes. Adivino al fotógrafo conteniendo la respiración un segundo antes de apretar el obturador. Y no te mueves, como si quisieras decirnos que esa es la forma que elegiste para quedarte en el fuego incandescente de la historia.
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