La crisis financiera de 2008, provocada por una corrupción piramidal gigantesca, fue un punto de inflexión en la historia del neoliberalismo global.
La “solución” fue privatizar las ganancias y socializar las pérdidas: la clase media y baja pagaron la factura. Se cercenó hasta el hueso las arcas sociales para recapitalizar el mercado privado corrupto, en detrimento de la clase media y baja, con una consecuencia: el “bien común”, esencia del Estado liberal —ya anorexiado por el neoliberalismo— se vació de contenido, lastrando la credibilidad y legitimidad de las instituciones de la democracia. Para colmo, los criminales, en su gran mayoría, no fueron juzgados.
Los aparatos fiscalizadoras creados después de la crisis, no muestra resultados concluyentes, y la paradoja del neoliberalismo continúa: mientras más crecimiento económico más desigualdad en el ingreso y en la repartición de la riqueza; y la clase media y baja no han recuperado el poder adquisitivo de antes del crash financiero: son los votantes de Trump; para ironías ésta: un milmillonario del stablishment financiero.La desprotección de los derechos socioeconómicos de las grandes mayorías, amenaza la paz social y socava la democracia.
La derecha “sin complejos”, que exacerba los peores instintos emocionales con un discurso que es un vómito de exabruptos lleno de odio, racismo, homofobia y misoginia, es la vieja nueva ultraderecha de siempre, que ahora manipula el legítimo descontento de la población post crisis de 2008 que continúa marginada del crecimiento económico, y que en europea y Estados Unidos exacerba la xenofobia y el racismo con los inmigrantes y refugiados, usándolos electoralmente como “chivos expiatorios” de las desigualdades globales del neoliberalismo.
Un estudio de la ONU, sostiene que en la America First de Trump, “40 millones viven en la pobreza, 18,5 millones en pobreza extrema y 5,3 millones en pobreza propia del tercer mundo», y que, “el 1% más rico que en 1980 obtenía el 10% de los ingresos totales, alcanza el 20% en 2017”.
A pesar de este escenario, la estrategia ultraneoliberal trumpiana recorta prestaciones en salud y suspende cupones de alimentación a más de 10 millones de personas; y, cómo no, baja impuestos a los milmillonarios. Su “política social” la justifica ridiculizando y satanizando a los pobres.
Chile, primer país que implementó el neoliberalismo en plena dictadura cívica-militar (1973-1990), la desigualdad socioeconómica (2018) es una de las mayores del mundo: 33% del ingreso económico total lo obtiene el 1% más rico; el 0.1% aún más rico, unas 10.000 personas, capta el 19.5% de la riqueza total.
El caso chileno puede extrapolarse a todo el mundo, sólo varía el volumen —siempre desmesurado— del talón de Aquiles del neoliberalismo global: la desigualdad socioeconómica.
No obstante, instituciones que apoyan el sistema, exigen que se reduzca.
El Banco Mundial (BM) declara: “El nivel de desigualdad en un país [inhibe] el bienestar […] y la capacidad […] para reducir la pobreza”. Un estudio de este organismo (2018) verifica que, si bien la riqueza mundial creció un 66 %, la per cápita en los países de altos ingresos fue 52 veces mayor que la de los países de ingresos bajos.
Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, declaraba ya en 2015: “La desigualdad está en su nivel más alto desde que existen registros” […] “la alta desigualdad es mala para el crecimiento económico». El estudio, Desigualdad de ingresos, muestra que el 10% más rico recibe 10 veces más que el 10% más pobre.
El Fondo Monetario Internacional crea un auténtico manual para reducir la desigualdad, recomendando una redistribución de la riqueza subiendo impuestos para financiar la salud y la educación.
Estas organizaciones alertan que la desprotección de los derechos socioeconómicos de las grandes mayorías, amenaza la paz social y socava la democracia: están haciendo un llamado urgente a cuidar la democracia liberal en el mundo.
Sin embargo, Trump declara la guerra a la prensa libre demonizándola como la “enemiga del pueblo”, y quita autonomía al Poder Judicial: sin separación de poderes y libertad de expresión, no es viable el Estado de derecho.
El trumpismo global se une para sacrificar la democracia, secuestrándola: erosiona sus instituciones impulsando el nacionalpopulismo neoliberal excluyente que acrecienta que detiene el ascensor social y consolida las desigualdades.
Mientras el neoliberalismo global se ultraneoliberaliza, políticamente se acerca a la ultraderecha en Brasil, India, Filipinas, Hungría, Italia, Bulgaria, Polonia, Austria… y en la primera potencia mundial, Estados Unidos.
Los ultras —ultraneoliberalismo y ultraderecha— sintonizan para ser incontenibles.
Triunfa el odio que devasta la democracia,
Comentarios
14 de julio
Estimado, es entendible y claro su diagnóstico, pero Ud. mira un sólo lado del escenario, un sólo lado de la realidad, le aseguro que cuando haga un diagnóstico del otro lado, de la otra parte, se sorprenderá.
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