Hasta hace unos años atrás, el fin del verano en Chile, y la antesala del regreso a clases escolares, estaba marcado por el Festival Internacional de la canción de Viña del Mar, es decir, el Festival de Viña. Dentro de los ritos de fin del verano, había que ver el festival en la TV, o los más afortunados, en vivo y en directo, desde la platea o la galucha.
La última semana de febrero la llamada “ciudad jardín”, se engalanaba para recibir a lo más granado del “jet set” criollo, donde abundaban modelos, actrices y actores de teleseries, algún deportista famoso, y por supuesto los artistas invitados. Una imagen habitual, era ver las aglomeraciones de fanáticos, y de masas de curiosos, que se agolpaban por horas, frente al Hotel O´Higgins, por si lograban ver a su artista favorito.Mientras en Viña se afinaba la parrilla de artistas, en alguna oficina de palacio, o en la propia residencia presidencial, se discutía latamente acerca de la necesidad, de efectuar ajustes profundos al equipo de gobierno
Años de malas administraciones de los canales de TV y de la municipalidad de Viña del Mar, dirigida por décadas por la misma figura, dieron cuenta, de lo poco que iba quedando del prestigio de ese evento artístico. La pandemia hizo otro tanto, con la suspensión del festival, pero lo que definitivamente vino a cambiar de raíz como funciona este espectáculo, es la masificación del consumo de música a través de las plataformas de internet.
Los artistas consagrados en el gusto popular, no nacen ya hace décadas, ni de la venta de discos (en cualquier formato), ni por los rankings de las radios, ni revistas especializadas. Ese cambio de ciclo, que se había postergado por la pandemia, se consolidó este año. El festival se abrió a un sinnúmero de artistas, que cuentan con una sólida base de seguidores en Spotify, Instagram y YouTube. Muchos de ellos, desconocidos para los mayores de la casa. Por lo que la organización de este año, de la mano de una nueva alcaldesa, de la generación de nuevos políticos chilenos, tuvo el acierto, de diversificar la parrilla programática. Podríamos decir, que se realizó una segmentación de la audiencia festivalera, de modo, de satisfacer de la forma más adecuada a los segmentos más masivos.
Por una parte, se asumió que la juventud que vibra con la música hoy, es la misma que en Chile, tiene a la música urbana, el trap y el reggaetón, en el tope mundial de descargas en Spotify. Por esta razón se invitó a figuras como: Karol G, Tini, Camilo, o Polimá Westcoast ya consagradas en Chile, e incursionando en el continente, asegurando concurrencias masivas y entusiasmo múltiple. Al mismo tiempo, se atendió a otros segmentos de la audiencia, llevando artistas de talla mundial como Cristina Aguilera, o artistas archi consagrados como Los Jaivas, Fito Páez o Alejandro Fernández.
Pese a un inicio algo caótico, y lleno de improvisaciones y cambios de artistas, esta edición del Festival de Viña, estuvo a la altura de las expectativas. Estamos muy lejos, de aquellas ediciones, donde nos visitaron artistas de talla mundial, que aportaban glamour y llenaban las páginas de revistas, y horas de programación televisiva. Pero ¿quién ve TV en estos tiempos?, todo este streaming, live de Instagram, videos de Tiktok, y todo lo que se pueda inventar en artificios virtuales. También el humor se puso al día, y se dejó de invitar a personajes más cercanos a la burla odiosa, que al humor inteligente. Con sus altos y bajos, personas desconocidas como Diego Urrutia, y otros que ya triunfan en el exterior como Fabrizio Copano, estuvieron entre los puntos más altos. Posiblemente, hay mucho que mejorar en futuras ediciones, pero ya se abrió un camino, que va a garantizar réditos económicos, para que el espectáculo se mantenga, y también, será el escenario para la consagración de las nuevas camadas de artistas del continente.
Curiosamente, como en muchas épocas anteriores, es también a fines del verano, cuando se empiezan a tomar definiciones en el terreno político. Mientras en Viña se afinaba la parrilla de artistas, en alguna oficina de palacio, o en la propia residencia presidencial, se discutía latamente acerca de la necesidad, de efectuar ajustes profundos al equipo de gobierno. El presidente, de incansable despliegue, en respuesta a la tragedia de incendios, tiene hoy día la oportunidad de rodearse de un reforzado grupo de colaboradores.
No estamos ya en marzo de 2022, cuando el tiempo apremiaba, y la urgencia de completar listas interminables de cargos públicos, excedía la estructura partidaria de las nuevas fuerzas políticas. El propio partido del presidente, constituido para poder inscribir su candidatura presidencial, y por tanto de brevísima historia, se vio totalmente superado por el desafío. En esa primera estructura de gobierno de un año atrás, se privilegió a ex candidatos y candidatas, a cargos de elección popular. Una apuesta con resultados muy disímiles, y que la ciudadanía no ha acompañado.
Autoridades distantes, que no salen de su oficina, agendas propias, son algunos de los aspectos que el propio presidente ha manifestado, y ha recordado cada vez que está en terreno. El haber enfrentado sin éxito una candidatura, si bien demuestra interés en la actividad política, y en el mejor de los casos, un espíritu de servicio público, aparentemente, no garantiza un buen desempeño en tareas de gobierno. Al parecer, contar con experiencia en las materias propias del cargo, o experiencia de servicio público, garantizan de mejor forma el éxito en la gestión de gobierno.
Pero, convengamos que hay un elemento tan importante como los anteriores, y que es determinante en el ejercicio de funciones públicas, tener experiencia en la actividad política. La probada capacidad de dialogo, de resolución de problemas y manejo de conflictos, es fundamental en esta etapa de gobierno. La cercanía personal, la confianza, son imprescindibles en los equipos de gobierno. Pero no hay que confundir la confianza política, que es aquella nacida entre quienes persiguen objetivos colectivos comunes, de la confianza derivada de relaciones de amistad. Lo que se requiere para un buen gobierno, es rodearse de las personas más capaces para hacer el trabajo. El presidente tiene la responsabilidad de cumplir su programa de gobierno, necesita colaboradores eficaces, no precisa de besamanos, ni de una fanaticada obsecuente. Para la nueva etapa deberá acompañarse de quienes estén dispuestos a servir al interés superior, y con la capacidad crítica y autocrítica, que sólo el presidente, y otros muy pocos han demostrado en este primer año.
Terminó el festival de Viña, y se despidió con aplausos y premios al humorista que mencionó al presidente Boric en su rutina. Pese a las encuestas del tipo Cadem, que siempre le dan malos números, el despliegue por los incendios, le dio un nuevo aire al presidente. Esperemos que lo aproveche para tomar buenas decisiones, en el camino que se inicia.
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