Estamos en un momento de la historia donde la democracia enfrenta desafíos novedosos, muchos de ellos relacionados con las dinámicas de los medios de comunicación.
Hoy la mayoría de las personas (sobre todo en las grandes ciudades) concentran su consumo mediático en las plataformas digitales, desde las páginas web -muchas veces accedidas vía Google, pasando por Youtube y sus videos (también propiedad de Google) hasta las redes sociales como Facebook, Twitter, que operan, a su vez, centralizando gran parte de la información noticiosa disponible para los usuarios.En estas plataformas, lamentablemente, se diluye buena parte de lo que podemos entender como la «experiencia colectiva» que han proporcionado los medios de comunicación tradicionales, toda vez que las plataformas digitales presentan contenidos individualizados para cada persona, eliminando la necesidad de conocer otros puntos de vista sobre lo que ocurre alrededor nuestro, haciéndonos caer en lo que se denomina echo chamber: un espacio donde escuchamos casi únicamente opiniones que reafirman específicamente lo que nosotros creíamos de antemano sobre la sociedad.
Si bien es cierto que los chilenos hoy «vivimos a través de los aparatos digitales», y, por tanto, estamos en buena medida «en una burbuja» informativa, ello no implica que los medios de comunicación tradicionales y en particular la televisión, hayan dejado de ser consumidos: más del 80% de los chilenos señalan a los noticieros de televisión abierta como su principal fuente de información sobre Chile, según cifras de la IX Encuesta Nacional de Televisión del CNTV (2017).Se hace urgente defender a TVN como eje del pluralismo en Chile -sin obviar los desafíos económicos y de gestión que impone la digitalización- para impedir la nueva arremetida antidemocrática de la derecha.
Por mucho que haya multitud de alternativas de plataformas y contenidos (y que eventualmente haya personas que se inhiban activamente de ver televisión abierta), para la vasta mayoría de compatriotas la televisión es un punto de encuentro. Los medios tradicionales tienen dificultades para sustentarse desde el punto de vista económico (se ha desvalorizado la publicidad en estos medios), pero, tal como ocurrió con la prensa escrita, la televisión subsiste porque tiene otras utilidades que no satisfacen las plataformas digitales. Y es en ese sentido, es que Televisión Nacional de Chile es tan crucial.
Una democracia requiere no solo de libertad de poder recurrir a tal o cual medio, si no que se requiere el contraste de visiones y el abordaje de la mayor cantidad de tópicos posible, algo que, en general, no pueden asegurar los medios comerciales (McChesney, 1999), que en muchas oportunidades priorizan generar audiencias masivas mediante la espectacularización o la exaltación de sentimientos perniciosos como la xenofobia o el clasismo, además de tener poder discrecional para omitir visiones contrarias al modelo económicamente neoliberal y socialmente conservador que prima en nuestras instituciones.
TVN, si bien cuenta con serios obstáculos (aún se haya binominalizado, está forzada a autofinanciarse y sigue una política de rostros y de contratación de directivos vergonzosa con salarios escandalosos en comparación con los demás trabajadores que la sacan adelante día a día), tiene el mandato de ser el lugar donde se den conversaciones pluralistas y donde se vele el respeto a los derechos humanos y la defensa de la tolerancia y la no-discriminación. Tal como ocurre en todo el mundo, TVN representa un espacio que se alza para surtir lo que la lógica industrial que rige la producción de contenidos masivos impide: contenidos que prioricen el pluralismo y el debate multitemático en pos de democratizar la esfera pública, para que todos los grupos de opinión de la sociedad puedan entregar sus posturas y la conversación no la lleven solo quienes cuenten con el beneplácito de los medios privados. Aunque estemos en la era digital, un canal con mandato público, que puede producir contenidos plurales debe ser defendido.
El senador de Chile Vamos, Felipe Kast, en una conversación con panelistas del conglomerado Canal 13 hablaba de que era mejor, en este contexto, eliminar el canal público de televisión, aduciendo que era innecesario y que el rol del Estado debiera limitarse a producir contenidos para ser luego difundidos por entidades privadas (principalmente medios de comunicación comerciales). Junto con lo anterior, se ha criticado insistentemente de parte de la derecha lo ineficiente de la gestión financiera de TVN (muchos de los argumentos en contra de la capitalización financiera de 2017 radicaban ahí), teniendo en el horizonte su progresiva erradicación del aparato público.
Esto sería plausible si hubiera voluntad para asegurar el pluralismo en los medios tradicionales, algo a lo que se negó obtusamente la derecha chilena en el debate sobre la Ley de Televisión DIgital, argumentando que el Estado estaba absolutamente incapacitado siquiera de analizar de forma no vinculante la performance de estos medios en cuanto al pluralismo (Sapiezynska, 2017), olvidando que estos utilizan un bien público -el espectro radioeléctrico- para su funcionamiento. Es decir, en un escenario de cierre de TVN los medios privados no solo estarían capacitados para decisiones discrecionales, decidiendo en una camarilla qué es lo que tiene visibilidad y qué no, sino, además, contaría con una defensa férrea de una derecha históricamente pro-concentración de poder, que impediría cualquier garantía de democratización del debate público.
Es cierto que en la era digital tenemos, en principio, acceso a un «océano» de información, pero los algoritmos impiden que ello sea efectivo, especialmente en el caso de los más desprovistos de recursos (Just y Latzer, 2017). Ante eso, se hace urgente defender a TVN como eje del pluralismo en Chile -sin obviar los desafíos económicos y de gestión que impone la digitalización- para impedir la nueva arremetida antidemocrática de la derecha, que en su momento destruyó el Diario La Nación y hoy pretende hacer lo mismo con TVN, haciendo operar la «máquina del fango», desprestigiándola por poco eficiente y, ahora, montando una operación bananera al interior de su directorio, para seguir mancillando su nombre.
Para las fuerzas progresistas, si este intento llega a puerto, sería una nueva bofetada, bien ganada por su falta de entusiasmo en la defensa de los medios públicos. Es de desear que lo ocurrido con La Nación, que para el progresismo se dio como tragedia, hoy no pase como una mala comedia de la cual seríamos parte como «cómplices pasivos».
Referencias:
-Consejo Nacional de Televisión; IX Encuesta Nacional de Televisión, 2017;
-Robert McChesney; Rich Media, Poor Democracy; University of Illinois Press; Champaign; 1999
-Natascha Just y Michael Latzer; Governance by Algorithms; Revista Media, Culture and Society; vol. 39; 2017
-Ewa Sapiezynska; El Triunfo de la Libertad Negativa: Discurso Parlamentario en Chile acerca de la Libertad de Expresión; Revista Latin American Research Review; vol. 52; 2017
Comentarios
05 de agosto
El meollo del problema es que ese medio se convierte en vehiculo de propaganda del gobierno de turno, además toma el mismo rol de embrutecedor de mente que los canales comerciales.
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