Puede ser que el contexto del movimiento estudiantil marque una diferencia, en tanto recurren más a las plataformas digitales para informarse, coordinarse y producir contenidos ad hoc desde sus mundos simbólicos.
La participación juvenil ha sido un tema de análisis de larga data, aunque recientemente se ha actualizado a partir de la baja participación electoral, por ejemplo, en las elecciones de fin del año pasado. Apuntar con un dedo culposo a los millenials, distribuir la responsabilidad en ese grupo etario es parcial y un poco perezoso. Desde una perspectiva educomunicativa hay mucho que aportar y debatir, dada la centralidad de la comunicación infomedial (medios masivos más plataformas digitales) en la vida cotidiana tanto pública como privada… e íntima.
Las conversaciones en nuestras casas, lugares de trabajo y círculos de amistad deberían denotar una preocupación alimentada por investigaciones sobre el tema, aunque no sean nacionales. Cano-Correa, Quiroz-Velasco y Nájar-Ortega de la Universidad de Lima han publicado un trabajo que forma parte de una línea de investigación sobre jóvenes y política. María Teresa Quiroz es una destacada especialista en comunicación y educación, referente en iberoamericana con aportes mayúsculos al desarrollo del campo. Pero ¿Qué nos puede aportar este trabajo a la educomunicación y, especialmente, a la Formación Ciudadana? Sin duda debemos asumir como axioma que toda práctica educomunicativa parte de la indagación sistemática sobre el grupo y tema en que se va a desarrollar una propuesta de trabajo. Los fenómenos comunicacionales y educativos están situados en el ámbito socioeconómico, político y cultural. Hay que ser insistente en este aspecto, aunque resulte majadero.
La investigación se centra en estudiantes universitarios de Lima de establecimientos públicos y privados y que constituyen sujetos clasificados en las categorías “desinteresado” “independientes” y “organizados”. Las autoras convergen en que los jóvenes se informan primero por televisión, luego internet, diarios y radio. Las plataformas digitales las usan “para comunicarse, informarse y participar”. Opinar tiene valor y disponer de un sistema medial abierto y sin censura es, en opinión de los consultados, atributos deseables de la comunicación mediada. Además, valoran las redes sociales porque posibilitan una comunicación horizontal y la democratización de la comunicación, aunque no son muy activos en tanto productores de significados. Aquí hay diferencias en relación a los jóvenes y adolescentes chilenos que hemos investigado en el marco del movimiento estudiantil. Desde la revolución pingüina del 2006, la representación de las movilizaciones en los medios de comunicación ha sido parcial e interesada, incluso algunos de los jóvenes y adolescentes que hemos consultado en Santiago, señalan directamente que hay manipulación. Puede ser que el contexto del movimiento estudiantil marque una diferencia, en tanto recurren más a las plataformas digitales para informarse, coordinarse y producir contenidos ad hoc desde sus mundos simbólicos. Los jóvenes limeños consultados no han participado (87%) en movilizaciones, aunque con distinciones: los de universidades públicas participan más que los de establecimientos privados.
Lo anterior no significa un desinterés por la política en el Perú, por el contrario, les interesan los temas públicos, ciudadanos usando una expresión manida, aunque desconfían de los partidos políticos. En este aspecto hay similitud. Aquí, en Chile, hay un distanciamiento y desconfianza no solo con la política, sino con otras instituciones e incluso con la elite en general. Norbert Lechner en los noventa nos hablaba premonitoriamente de “desafección política”. Aquí habría que preguntarse ¿Hay nuevas y emergentes formas de participación? Valenzuela ya en el 2007 concluía: «…la búsqueda de nuevos espacios que les permitan crear sus propios códigos de participación en el espacio público los ha llevado a plantear expresiones organizativas contrapuestas a la lógica representativa tradicional«. Tal vez las rutas tradicionales del siglo XX ya están agotadas y erosionadas en sus usos. En este caso la educomunicación puede hacer un aporte valioso, al generar habilidades para dinamizar y canalizar -vía comunicación- el interés y las opiniones de jóvenes y adolescentes. Esto no es nuevo, la producción medial -especialmente de estos grupos de la sociedad- ha estado asociada al ejercicio ciudadano, por lo menos en nuestra América Latina. La multiplicidad de colectivos y grupos con diversos intereses que van desde el animalismo hasta los veganos, pasando por agrupaciones artísticas supone una forma de politización con una fuerte marca comunicativa.
Otro aspecto en que hay coincidencia y que se relaciona con lo anteriormente señalado es que, en la medida que los temas se acercan al locus cotidiano, más posibilidades existen de vincularse con sus intereses. Y aquí surge inevitablemente un debate sobre el significado de la participación. Conversando con dirigentes chilenxs del movimiento estudiantil se plantean al menos dos maneras de entender la praxis participativa: aquellos que apuestan por el compromiso organizacional como la “verdadera” participación.– Asistir a reuniones y asambleas es “comprometerse”, tal es la consigna. En la otra vereda están los que piensan que la participación “social”, como la llaman, también es válida: el clickactivismo –como emblema- es una manera de participar. Sin embargo, tal dicotomía se tendería a disolver -en tanto abismo- cuando los mismos dirigentes estaban pendientes de los likes frente a una propuesta de acción colectiva, una idea o concepto socializado por Facebook, por ejemplo. Estamos, evidentemente, en un contexto distinto en que la participación es una práctica compleja en una democracia sobre la que también debatimos, por lo menos tal como lo hemos heredado del siglo pasado.
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