Al meditar cierta historia y transcurrir de las formas del pensamiento occidental moderno donde pertenecemos, descubrimos la constitución de unos “centrismos” excluyentes o jerárquicos en la fundamentación de las concepciones de mundo. Algunos son el androcentrismo, el etnocentrismo o el antropocentrismo, subalternizando respectivamente, y por medio de cierta jerarquización, a las mujeres, las culturas no occidentales y la Naturaleza. A la vez, la búsqueda de un pensamiento inclusivo, no reduccionista, horizontal, ha caracterizado muchas versiones de lo que llamamos un proyecto alternativo que se va gestando en las últimas décadas.
Habemos quienes procuramos una posible filosofía ecológica, una “ecosofía”, al mismo tiempo dentro y fuera del mainstream de la tradición occidental. Se tratarìa de una propuesta filosófica capaz de significar y tematizar el cambio en las ideas ecológicas de esas décadas, una de cuyas transformaciones tiene que ver con la sustitución de la concepción de la Naturaleza como “medio-ambiente” de los humanos (precisamente un antropocentrismo ecologista).Un paradigma del cuidado indica hacia un compromiso con las habilidades de la atención, paciencia, compromiso, empatìa. De conciliar los ritmos de las comunidades humanas con los ritmos de regeneración de la Naturaleza.
La concepción de una “desigualdad antropocéntrica y patriarcal” constitutiva se encarga de definir las relaciones y posición de humanos y Naturaleza. Entonces, lo que aparece como una nueva necesidad del pensamiento, consiste en reintroducir las voces silenciadas: la de las mujeres, de los pueblos indígenas no modernos y las de una Naturaleza que nos “habla” en la interpretación de los colapsos ecológicos.
Una concepción alternativa concibe las formas de la vida y el territorio como “sagrados”, el planeta como “madre”, y ambos constituidos transversalmente por la “relacionalidad totalizada” de unas y otros. Sin duda, un caso de esta alternativa está comprendida en la conocida carta del jefe Seattle (1854), que dice –que pregunta sorprendido y alterado-, poniendo pie en otra reducción: la de una mercantilización de lo que existe:
“¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña. Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente”
Palabras que no apelan a las expresiones modernizadoras y “progresistas” del pensamiento, sino a una mirada recuperadora de algunas tradiciones ancestrales que “extrañan” de esas concepciones. Una palabra que esta trabajando el sentido de este “nosotros”, de este “mi gente”, que vienen con su pregunta.
Por otro lado, una pensadora como Vandana Shiva señala en los conceptos modernos de las ciencias una experiencia de “objetividad y muerte”. Una experiencia de violencia con el mundo informa esos conceptos. Dice:
“Las tendencias reduccionistas y universalizadoras de semejante ‘ciencia’ se volvieron inherentemente violentas y destructivas en un mundo que es inherentemente interrelacionado y diverso”
La ciencia galileana moderna resulta un conocimiento que actúa como poder de dominación de los procesos de Naturaleza, resumido en el paradigma mecanicista del mundo. En cambio, ciertos ecofeminismos (K. Warren) señalan hacia desmontar una lógica de la dominación ejercida paralelamente sobre las mujeres y la Naturaleza. Se trataría de salir de un modo de pensamiento que prioriza relaciones jerárquicas y de poder –de jerarquías inadecuadas o equivocadas, y de poderes arbitrarios-. Así es como quedaría incluida una concepción organicista, de múltiples relaciones no duales entre las cosas del mundo.
Una propuesta que enfrenta esta ciencia surge a partir del eje relacional del “cuidado”, que puede dar lugar a la consideración de una consciencia holística y biocéntrica. Las habilidades morales que priorizan el cuidado se orientan al mantenimiento de las interrelaciones como sostenibilidad de las formas de vida. El cuidado de los otros se corresponde con un cuidado ecológico de la vida natural.
Debemos considerar aquí el contraste entre una economía capitalista depredadora, que controla para su utilidad las medidas y proporciones en la Naturaleza, y otra más bien local, de los pueblos indígenas, incompletamente integrados a los mercados. Mujeres y comunidades dice la académica española Irene Comins, se alinean respecto de una desigual atribución de las tareas del cuidar, que no responde exclusivamente a una problemática de genero sino a una de hegemonía general de un paradigma.
La sostenibilidad de la vida humana –y de los habitantes de tantos nichos ecológicos de la vida-, concede un lugar prioritario a las tareas de la sobrevivencia, de la salud, de la reproducción de la especie. También de conservación de la biodiversidad, por ejemplo, de la variedad de semillas.
El cuidado ha de ser pensado a modo de una facticidad originaria, respuesta ya siempre inmediata ante la fragilidad y vulnerabilidad del mundo de la vida. El cuidado (la cura) ha sido señalado como momento decisivo del habitar en tanto relación del humano en su estar-en-el-mundo (Heidegger).
Un paradigma del cuidado indica hacia un compromiso con las habilidades de la atención, paciencia, compromiso, empatìa. De conciliar los ritmos de las comunidades humanas con los ritmos de regeneración de la Naturaleza.
Una experiencia del cuidado cuestionarìa el paradigma meramente optimista de la autonomía del ser humano; lo complejizarìa en virtud de nuestra permanente dependencia de la Naturaleza. Hay que estudiar la libertad en su origen solidario y comunitario. La gratitud es la devuelta de la atención a la donación de la vida en un territorio y a la sabiduría descubierta en la Naturaleza local.
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