El ministro de Economía, el jefe de la Brigada del Cibercrimen de la PDI, el director del Sernac y representantes de los gremios del comercio desfilaron por los canales dando consejos y enfatizando la excelente respuesta de chilenos y chilenas a esta fiesta del consumo, con 400 marcas de todo tipo y pelaje.En este circuito el ahorro, la austeridad, la reutilización no como anécdota sino como puntal de la vida económica se transforman en un acto de insurrección, de sedición al orden establecido
La idea no es ponerse grave.
El consumo, comprar lo que uno quiere, es un aspecto a estas alturas consustancial a la sociedad occidental. Se adquiere lo que se necesita y lo que no también, sin mayor preocupación que contar con el dinero, la calidad, el tiempo de entrega, la posventa.
Las notas de prensa exudan optimismo win-win. Los consumidores tienen acceso a productos a un menor precio que el habitual, las empresas aumentan sus ventas y la sociedad, esta sociedad de mercado, se mueve generando empleos y utilidades a los proveedores.
Trabajadores (lo social) y empresarios (lo económico) contentos. Todo bien. Pero falta el tercer elemento: la naturaleza (lo ambiental). ¿No son esos los pilares de la sustentabilidad?
En un mundo que todo lo calcula, no he leído nunca las cifras del impacto ambiental de los Cyber Monday. Así como para tener un dato con el cual partir conversando. ¿La carga hídrica por el aumento en el volumen de productos transados en un solo día? ¿La huella de carbono por el transporte que implica comprar masivamente a distancia? ¿El descarte de bienes y envases desechables, que terminan colapsando vertederos? ¿La trazabilidad ecológica de todo el proceso?
El consumo, en sí mismo, no es negativo. Basar la salud de una sociedad y el estatus social individual en ello, extremar la ansiedad por adquirir lo nuevo sin una real necesidad, no preocuparse de sus efectos colaterales, sí lo es. Y tiene nombre: consumismo. Si en un mundo imposible se descubriera una super vacuna, lo más probable es que economistas, expertos y políticos cuestionaran su implementación por las clínicas, laboratorios y farmacias que entrarían en quiebra, desempleo mediante.
¿Ficción?
Baste escuchar los argumentos de las AFP para no entregar sus pensiones a los jubilados, cómo los gremios justifican la destrucción de glaciares por parte de la minería, la apropiación del agua por grandes agricultores mientras a pocos kilómetros familias completas hacen fila para recibir unos pocos litros. Cómo se boicotea el aumento de sanciones a los delitos ambientales.
Una sociedad obligada a mantener sistemas nocivos porque así lo demanda cierta visión de la economía es una sociedad desorientada. Incongruente, por lo demás, con los llamados a cuidar el planeta, mitigar el cambio climático, cuando el comercio global es uno de los que más aporta a las emergencias ecológicas que atravesamos.
En este circuito el ahorro, la austeridad, la reutilización no como anécdota sino como puntal de la vida económica se transforman en un acto de insurrección, de sedición al orden establecido. Un orden que nos mantiene en la crisis actual y que en un acto de supervivencia es fundamental incorporarle otras reflexiones.
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